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Nueva forma de mirar
XXI Domingo Ordinario
Mons. Enrique Díaz
Obispo Auxiliar
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
Isaías 66, 18-21: Traerán de todos los países a los hermanos de ustedes
Salmo 116: Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio
Hebreos 12, 5-7. 11-13: El Señor corrige a los que ama
San Lucas 13, 22-30: Vendrán del oriente y del poniente y participarán en el banquete del Reino de Dios
Lucio está maravillado con sus nuevos lentes. Desde muy pequeño padeció problemas visuales pero nunca se había dado cuenta. A él le parecía extraño que los demás niños pudieran ver las letras del pizarrón desde muy lejos y que en cambio a él se le confundieran, se pusieran borrosas y como que le bailaban, haciéndole muy difícil la lectura. Su mayor problema fue en la adolescencia ya que sus compañeros fueron agresivos y burlones con él. Ahora que ya casi termina sus estudios superiores, obligado por una maestra, fue a consultar a un oculista. Le detectó un grave problema de miopía y astigmatismo, pero nada que no se pudiera solucionar, o al menos mejorar mucho, con unos lentes adaptados a su necesidad. Es como ver un mundo nuevo, los detalles, los colores, la cercanía. Yo creía que el mundo era como yo lo percibía y sin embargo, ¡es tan diferente! Todo lo ha modificado una nueva manera de ver. ¿Si nosotros viéramos con los ojos de Jesús? ¿Con la mirada de Jesús? ¡Todo sería diferente!
El arte de preguntar no es tan fácil como se piensa porque más que una tarea de maestros es una tarea de discípulos. No sabe hacer preguntas quien no busca realmente la verdad, la pregunta sincera exige un corazón abierto a la respuesta menos esperada. Para hacer una pregunta se requiere arriesgarse en la búsqueda de verdadero sentido. Es por eso que el niño es implacable con sus porqués, porque en él no se ha deformado aún el deseo de conocer, descubrir y entender, como sucede a menudo con los adultos que aparecen superficiales, desilusionados o desencantados. Todas las preguntas serias son importantes, pero algunas son capitales como el interrogarse sobre el sentido de la vida, sobre las elecciones decisivas, sobre los valores que se buscan. Hoy parecería que a Jesús le hacen una pregunta realmente seria: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?. Sin embargo, Jesús parece cambiar radicalmente la pregunta al ofrecernos otras respuestas. Lo importante no es el número de los que se salvan, lo importante es el camino de salvación.
En efecto, ¿de qué serviría conocer el número de elegidos? Al pueblo de Israel, le parecía que tenía asegurada la salvación por ser pueblo escogido. Los escribas y fariseos se colocaban en los primeros puestos de los salvados, pero Jesús cambia todo. Jesús avisa que la puerta de entrada a la vida, al Reino, es estrecha para todos: ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, sobre el mundo y sobre la historia; es la vivencia del amor, como manifestación de la voluntad de Dios que nos llama a realizar nuestra verdadera felicidad en el signo de un banquete; la puerta estrecha es, en una palabra, la aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la montaña su más pura explicación. Es necesario recorrer el camino trazado por Jesús y pasar por esa puerta, que es Él mismo: Yo soy la puerta; el que entre por mí, se salvará Para salvarse, hay que tomar como Él nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos en las aspiraciones contrarias al ideal evangélico y seguirle en su camino: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame. En una palabra es necesario cambiar nuestra forma de ver el mundo, las personas y la vida para descubrir cómo mira Jesús. ¡Qué diferente se ve entonces el mundo!
Jesús con su respuesta cambia el sentido de la pregunta y nos ofrece otras imágenes: la verdadera felicidad y la verdadera comunión son presentadas en torno a una mesa, en la alegría de una cena, en la abundancia de un banquete. La alegría de estar todos juntos nos conduce a participar de un alimento común, a compartir lo que verdaderamente somos. El símbolo del Reino aparece como un banquete, lugar de encuentro y comunión. El banquete es una forma de expresar que el Reino es plenitud, satisfacción, festín, gozo, solidaridad y hermandad. Se nos ofrece, estamos invitados, pero es preciso entrar. Es un regalo que debe ser acogido. Todo lo contrario a lo que hoy nos invita nuestro mundo: el egoísmo, el placer solitario, la abundancia individual que deja en la pobreza y en la miseria a los hermanos. No es una comida rápida, donde se llena el estómago pero se queda vacío el espíritu porque se ha vivido egoístamente. No es la salvación individualista y mezquina que se obtiene en base a los propios esfuerzos, es el cambio de camino, de corazón y de puerta.
Invitación y compromiso, regalo y servicio, son los dos polos en los cuales se mueve la realidad del Reino. La pertenencia al pueblo de Dios no es un privilegio para nosotros, sino un servicio para los demás. Es una invitación universal. Los pases para la entrada a este banquete no son en base a privilegios, sino la respuesta a la vivencia interior del mensaje de Jesús. La selección a la puerta estrecha del banquete, no consistirá en títulos o apariencias, sino se escogerá a quien haya respondido con sinceridad y a quien haya practicado la justicia. Sólo cuando se ha abierto el corazón a los demás se puede participar plenamente del Reino. Es todo lo contrario a lo que está sucediendo en nuestros tiempos: unos pocos comen en abundancia y acaparan todos los bienes, mientras millones se quedan fuera comiendo migajas.
Es necesario acoger el mensaje del Reino y vivir sus profundas exigencias de conversión. Jesús se imagina una muchedumbre agolpada frente a una puerta estrecha, pero no se trata de dar codazos o pisar a los otros para entrar. Se requiere un esfuerzo para entrar; pero no consiste en aquel rigorismo estrecho de los fariseos que se queda en la superficialidad: Jesús llama a la radicalidad de una conversión, nos invita a cambiar el corazón, tener una nueva forma de mirar y a esforzarnos por vivir una vida nueva, dando primacía absoluta a Dios y a los hermanos. La puerta para entrar al Reino de los Cielos es el corazón de los pobres. ¿Hemos entrado en su corazón? ¿Hemos dejado entrar a los pobres en nuestro corazón?
Padre bueno, tú quieres que todos los hombres y mujeres se miren como hermanos, concédenos una mirada nueva, limpia, que nos permita abrir las puertas del corazón a nuestros hermanos, compartir los dones que tú nos has dado y hacer de nuestro mundo un signo fraternal del reino eterno. Amén.
Adjunto traducciones en Tojolobal y Tseltal
LEM. Claudia Corroy
[email protected]
Cel: 044 9671309465
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