Deja 32 heridos volcadura de camión de pasajeros en la México-Cuernavaca
Éxodo 17, 3-7: “Tenemos sed; danos agua para beber”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
Romanos 5, 1-2, 5-8: “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo”
San Juan 4, 5-42: “Un manantial capaz de dar vida eterna”
En el brocal del pozo de la comunidad desfilan todas las historias y los chismes, se narran las alegrías y los dolores, suceden los encuentros y desencuentros. Hoy nosotros nos acercamos también al brocal del pozo de Jacob, tan venerado por los samaritanos, y descubrimos a Jesús, sediento, pidiendo de beber. Hay pasajes del evangelio que uno no quisiera casi ni tocar pues corre el riesgo de dar su propia interpretación y disminuir la fuerza y vitalidad de las palabras de Jesús. El evangelio de la samaritana es uno de esos. San Juan es experto en buscar “signos y señales” de vida. A partir de un acontecimiento va descubriendo y profundizando el significado de cada una de las palabras. Hoy no necesitamos de ningún hecho de vida: bástenos contemplar el cántaro vacío que va y viene en manos y hombros de la mujer. Miremos el brocal del pozo donde sucede el diálogo y adentrémonos en la serie de equívocos entre los significados del agua, de la adoración, del alimento y, en fin, de la vida misma. Cada palabra de Jesús aparece dicha no solamente para aquella mujer, sino para cada uno de nosotros. Este domingo, y los siguientes, nos presentan lecturas que están llenas de signos que debemos descubrir, dejarnos provocar por ellos y encontrar su mensaje y su vida. Un primer paso será pues, contemplar la escena y escuchar las palabras de Jesús: “Dame de beber”.
Jesús nos descubre la más grande señal del amor: suplicar, pedir, manifestarse necesitado del otro. Su amor rompe todos los esquemas: la rivalidad de los pueblos, la discriminación de la mujer y la acusación de pecado. No necesita cántaro ni cuerda para ir a lo profundo del pozo, Él va al fondo de la persona y busca encontrar la fuente en cada una, una fuente que sólo Él es capaz de hacer brotar. Si descubre la verdad de la mujer y le hace ver su vida como en un espejo, no es para humillarla, al contrario, se manifiesta sediento de agua, de verdad y de amor. Después, ignorando las palabras agresivas de la mujer, le ofrece una nueva imagen de sí misma, de lo que puede ser, de una belleza que se puede alcanzar quitando las costras que entorpecen aquel rostro que juzgan y acusan los samaritanos. Un espejo sólo muestra lo externo del rostro y deja a la persona amargada al contemplar sus imperfecciones, o muy pagada de sí misma al reconocer su belleza externa. En cambio Jesús le ofrece una imagen inédita, nueva, esplendente. No se trata sólo de restaurar al hombre viejo (o a la mujer vieja), sino de hacer nacer un hombre/mujer nueva. Y esta es la manera de actuar de Jesús: mirar más allá de los ojos, en su mirada mostrar su amor y crear una persona nueva.
Hoy Jesús se acerca hasta el brocal de nuestro pozo, nos pide abandonemos nuestras actitudes defensivas y abramos nuestro corazón. ¡Él es capaz de hacer brotar agua viva de nuestro agrietado corazón! Éste es el método evangelizador de Jesús: con infinita misericordia, cavar en el corazón del hombre, hacerlo consciente de sus propias nostalgias, poner al desnudo sus necesidades más profundas y descubrirle todas sus ingentes posibilidades. Pero el hombre, al igual que aquella mujer, busca huir de lo profundo y desea encontrar la felicidad en cosas pasajeras. Se conforma con saciar la sed en las aguas falsas de los placeres que nos ofrece el mundo. Pasa “de marido en marido”, buscando el verdadero amor y al final se encuentra más insatisfecho y más vacío que nunca. Un cántaro roto que nunca logrará llenarse; que mientras más se afana, menos encuentra porque busca en el exterior lo que sólo se encuentra en el fondo de su corazón. Jesús sigue invitando a mirar hacia dentro de nosotros. La misma adoración a Dios, no es algo externo, prácticas bellas pero huecas, que más parecen satisfacer los propios egoísmos que buscar verdaderamente al Dios de la vida. Hay que adorar al Señor en espíritu y verdad.
En los últimos tiempos se ha desatado una feroz lucha por la posesión del agua. Cada día hay menos, cada día más cara, cada día más lejos. Aún no nos damos cabal cuenta de lo necesaria que es en nuestra vida, todavía la desperdiciamos, la contaminamos y destruimos los entornos que favorecen su conservación. El tema de la sed es muy actual.
La sed es símbolo de una necesidad íntima, vital, tormentosa. Más allá de la sed fisiológica, hay una sed más profunda en cada hombre, en cada sociedad, en cada comunidad: cada vez buscamos más cosas para apagarla pero nada basta, nada la satisface. “Si conocieras el don de Dios…”, por eso en este domingo nos encontramos de frente a la sed de un pueblo en el desierto, a la sed de Jesús, a la sed de la mujer junto al pozo. Si supiéramos lo que en verdad necesitamos, no nos conformaríamos con placebos mitigantes, con falsas ilusiones. Aunque la publicidad, las modas y las ambiciones se conjuren para crearnos necesidades, nosotros nos descubrimos sedientos de eternidad y de vida verdadera. No podemos conformarnos con lo superfluo, ni saciarnos con lo inmediato. Pero somos contradictorios: necesitamos escuchar y no dejamos de hablar; necesitamos al hermano y le ponemos fronteras; necesitamos el verdadero amor y buscamos comprarlo; necesitamos a Dios y le cerramos el corazón.
Jesús excava un manantial en el interior de la persona: “el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”. “Dentro de él”, no en el exterior. La fuente que da vida y fecundidad brota del interior del hombre, porque en el interior del hombre habita el amor de Dios, su única fuente. Para ofrecer su don, Jesús pide primeramente sinceridad al presentarnos ante Él, descubrirnos necesitados, sedientos de amor. Nos invita a que nos volvamos a Él con un corazón unificado, no disperso, que no busquemos en otro, o en otras cosas, lo que sólo en nuestro interior puede hacer brotar. Queden las palabras de Cristo muy prendidas en nuestro corazón, meditémoslas y dejemos que broten sentimientos y deseos que den respuesta a cada una de ellas:“Dame de beber”, “El agua que yo te daré… un manantial de vida eterna”, “Soy yo, El que habla contigo”, “A Dios se le adora en espíritu y verdad”.
Señor Jesús, mira nuestra sed infinita de felicidad, de pan y cariño, de liberación total, de fraternidad y justicia, y concédenos descubrirte a ti en lo profundo de nuestros deseos, para saciarnos de ti. Amén.