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Rescatan a 10 personas secuestradas en finca de Fresnillo, Zacatecas
-Échale ganas, ahí va a salir tu nombre o cualquier nombre o cualquier cosa-
Es la segunda vez que ve el abecedario en su vida. Para él es impresionante imaginar que de ese revoltijo de tinta sobre papel pueda salir su nombre o cualquier cosa. Desde que llegó habla con las manos. Señales y mímicas, el lenguaje diario. La palabra triunfará sobre el silencio.
“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios…” Éste es el principio del anciano. Antes de aprender a leer y escribir, no sabía que existía. Antes de conocer las 27 letras del abecedario era alguien que no recuerda. Así comienza el evangelista por quien lleva su nombre: Juan.
Soy analfabeto, dijo el hombre que leyó la biblia en tres versiones distintas, cada una más de dos veces y una de ellas en tzotzil. Dos veces leyó los 76 libros de la católica y 66 de la protestante, más la tzotzil. Dos veces los mil 329 capítulos y los 34 mil 625 versículos católicos. Dos los mil 189 capítulos protestantes, con sus versículos. Y dos veces la tzotzil. Así se dijo.
No sabe hace cuánto nació. Era el misticismo salvaje de un pueblo en la sierra chiapaneca. Sin tiempo ni espacio, trabajó la tierra y perteneció a ella, era parte del equilibrio del paisaje, como la milpa que no sabe cuándo dejó de ser semilla, así él no sabe de nimiedades. Renació hace 20 años.
-Dios Padre, ¿cómo va a salir mi nombre en esto? Dame bendición Padre para que yo haga mi tarea, dijo el señor que ahí iba a salir tu Nombre, échame Tu mano…-
Juan rezó en la noche a su dios en tzotzil. En silencio su mente se dirigía a un ser que no ve, que no oye, que tal vez exista o tal vez no pero lo hace con fe. Ahora está frente a quien le dejó la tarea de memorizar el alfabeto, el dulcero lo pondrá a prueba y él quiere pasar.
-¿Qué aprendiste?- Ataca el comerciante.
Juan está confiado, ya habló con su dios y no le fallará. Con humildad y respeto le rezó como las veces que le pedía que le diera la fuerza para sembrar su maíz que le dará de comer después. Como cuando agradecía el frijol, sus hijos o la luna, en tzotzil la lengua que le dieron sus ancestros.
-Contéstame, contéstame, qué aprendiste ¿Por qué te quedas callado? Contesta, ¿qué aprendiste?-
“¡Ah! Ya tengo palabra, ya pone su éxito Dios, ya vino. Ya pedí su ayuda y ya está acá. Yo estoy callado porque me fui con el Dios porque tengo tarea y fui a que me ayudara” piensa en silencio. Sabe que su dios no lo hará quedar en mal. Los testigos de Jehová que llegaron a San Juan Chamula le contaron en tzotzil cómo a quien pide se le da. “Cꞌanbeic ti Diose, ta xacꞌboxuc. Saꞌic, ta xataic. Tijic ti tiꞌ nae, ta xajambatic” le recitaron el evangelio de Mateo. El versículo siete del capítulo siete, “Pedid y se os dará…”.
Juan orgulloso abre la tapa que está atrás de donde pone los dulces y cigarros que vende. Ahí donde ahora guarda las tres biblias que lo acompañan en su viaje por las calles de la capital, de ese vacío cuarto de madera, sacó la palabra. Era el abecedario que a su dios pidió descifrar, vencido por el poder de su fe. Por el poder de su deidad omnipotente. Lo muestra a su retador como cuando presumía la gallina o el buen maíz de la cosecha a sus vecinos. El abecedario quedó superado. Al menos eso cree.
-¿Tú aprendiste esto?-
Asienta, sonríe. El momento de la verdad llegó.
-¿Cómo se llama este?- El dulcero señala la primera letra del abecedario.
-A…- Una pequeña letra pero un gran paso para el hombre. Rompe los años de silencio. Juan López Hernández se comunica por primera vez fuera de su comunidad, de su lengua ancestral, del tzotzil.
-¿Y la segunda?-
El silenció reinó.
***
EL ANTIGUO TESTAMENTO DE JUAN
Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se aleteaba sobre las aguas. Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió. Así también quiso que existiera Juan con la necesidad de buscar una mejor vida en Tuxtla.
En el principio reinó el silencio. Y el silencio habitaba en las cuerdas bucales del anciano y reinaba entre las avenidas y las cañerías. En el principio era sólo Juan y el silencio. Y el silencio invadía su lengua y labios pero la palabra está en él y la palabra no se queda adentro; aunque se le niegue la boca hablará por las manos, la evolución de la voz humana es de alguna forma triunfar sobre el silencio y hasta ahora, siempre gana.
Veía los edificios y nada se comparaba a la choza entre los árboles, allá el color verde reina sin necesidad de pintura, en cambio veía un gris apabullante, con gente corriendo, gente ignorando gente, gente en coches que atraviesan la ciudad sin ver el atardecer a las seis de la tarde tomando café como en su pueblo. Como quien va a China y no sabe chino.
Las manos, menos arrugadas que veinte años después, se retuercen moviendo hueso, cartílago y tendones tratando de expresar sus necesidades, como buscar trabajo, ir al baño, comer o comprar. Todo es a través de las manos, señalando, explicando, impacientándose, calmándose.
Vende chicles, dulces, golosinas y cigarros. Una caja de madera, similar a la de otros que venden lo mismo, subdividida en pequeños niveles en forma de pirámide, con escalones amplios, para la pequeña caja, donde conviven de manera ordenada y puede que hasta clasificada, desde un Camel o una paleta en forma de dedo pulgar, desde las gomas de mascar junto con juguetitos rellenos de dulces.
Con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable, dirá el escritor José Saramago, las manos de Juan poco a poco se adaptaron a comunicarse, su mente sólo tenía la necesidad de trabajar, no más. Hasta que la conoció.
Llegó al Hotel San Marcos para ofrecer sus dulces, todo a señas. Ella trabajó ahí cuando él pasó. Una mujer joven y de mirada amable que vio el silencio del indígena. Fue la primera vez que conoció el abecedario. Las manos suaves y delicadas tomaron las manos viejas, llenas de venas y duras como tierra seca, quebradiza. Así, la palabra escrita se transmitió de mano en mano.
Ahora ya sabe escribir pero no sabe leer. La joven con paciencia le enseñó a su mente cansada y manos toscas, como deslizar el lápiz sobre el papel y formar signos, aunque no sabe qué dicen, no sabe que el carbón manchó el papel de esa forma específica para formar la “A” y no sabe qué significa.
Con ese dilema sigue su paso por la capital, sus huaraches de cuero resisten la fricción y aunque desgastados y viejos, como su dueño, aún tienen la fuerza para continuar con el esfuerzo de andar sobre un suelo duro y seco, nada parecido a lo blando de la tierra con su olor y humedad.
Sus manos se agitan para señalar lo que busca. Sabe dibujar las letras pero no sabe leerlas. El dulcero le pregunta por qué no habla, porque todo es a señas pero él no entiende, sólo tiene el tzotzil en su oído y boca.
-¿Sabes leer?-
Sólo señas.
-Pásame tu cuaderno, te voy a anotar el abecedario- El útil escolar se lo regaló la joven que le enseñó a escribir.
Las manos se agitan más, está molesto, desesperado de que quieran comunicarse con él y no entienda nada, por dentro se decía en Tzotzil “Me van a vender o no me van a vender”, por fuera los dedos tensos y mirada dura anuncia que se retirará a otro lugar.
-Calma, calma. No te molestes, no te molestes. ¿Qué quieres?-
Juan señaló los dulces.
-Esos tienen nombres, no te enojes, escucha. Cada uno tiene un nombre, también los cigarros. Malboro, Camels… Te voy a poner unas letras y la próxima vez que nos veamos me dices cómo se llaman y me las señalas, te servirá. De ahí saldrá tu nombre o el de otra persona o cualquier cosa-
Fue la segunda vez que se topó con el abecedario.