
México, en el lugar 33 de igualdad de género
MORELIA, Mich., 8 de marzo de 2025.- Hay mujeres extraordinarias que dirigen el rumbo de naciones o empresas transnacionales, pero la gran mayoría lo hace desde el anonimato: cosechando el maíz, zurciendo camisas, vendiendo en los mercados o pescando.
Son el motor de la economía y, algunas, como Griselda e Ignacia, lo hacen con una melodía de fondo que, a veces, empalaga, pero que siempre enamora: “¡mami!, ¡mami!, ¡mami!, ¡ma, miiiiiiiii!
Griselda es madre de tres menores, entre ellos Lorenzo, el más joven de la familia, quien tiene apenas cuatro años y todavía es demasiado pequeño para entender todas las normas sociales.
“Soy Griselda, tengo 44 años y soy mamá. Uno que está en el Cecytem, una aquí en la primaria y Lorenzo, de cuatro años”, declaró entre sonrisas de complicidad con su último retoño.
Lorenzo no sabe estar solo, necesita tener a Griselda siempre a la vista, cerca, abrazarla, tocarla y recibir su atención constante.
Estos son algunos de los elementos importantes para el vínculo entre madre e hijo y el desarrollo del menor, un trabajo que Griselda debe combinar con la pesca, una de sus actividades económicas más importantes.
Pero pescadora puede serlo a ratos, pero mamá es un trabajo de tiempo completo. “Mamá, mamá, mami, mira, parece un árbol”, señala Lorenzo a Griselda, tomándola de la falda.
Será su propia banda sonora durante varios años. Pero a Griselda le urge pescar, ya que es parte de sus actividades económicas y del sustento de la familia.
Algunas veces sale a pescar adentrándose en las zonas más profundas del lago, pero cuando hay abundancia de peces, también es posible desplegar la red en otros puntos más bajos.
“Yo aprendí a pescar como a los siete años, mi papá nos llevaba. Hay varias formas, con la red y la chirrionera”, explicó.
Pero para hacerlo, es necesario primero tender la red y, después de varias horas o incluso un día, cosechar el pescado.
Sin embargo, antes de todo eso, hay que cumplir con las tareas de la casa, que no son menores, no son sencillas y no son remuneradas.
Ignacia, también pescadora y prima de Griselda, explicó, “hay que levantarse temprano”-a las 6 por lo menos, añadió Griselda.
Porque, mientras en la modernidad de la ciudad uno puede ir a comprar tortillas en la tienda de la esquina, el súper o directamente en la tortillería, en Urandén hay que llevar el nixtamal lavado al molino, regresar a casa, hacer las tortillas y cocinarlas.
¡Todo desde cero! Después, hay que llevar a los hijos a la escuela, al menos eso le toca a Griselda—Ignacia ya terminó de criar a los suyos.
Ahora sí, a tomar la canoa y a desplegar la red para la pesca.
Ignacia ayuda a su pariente a colocar la red y Griselda recoge, pero no todos los días son buenos.
Este miércoles, la red solo trajo una pequeña mojarra, también debido a que no entraron a la zona profunda y a la hora del día.
Ambas mujeres, madres de familia, dedican horas y horas a la pesca artesanal, para consumo en el hogar y, cuando la temporada lo permite, para la venta en el Centro de Pátzcuaro.
Ellas son solo dos de muchas mujeres purépechas que contribuyen a los gastos de su familia con la pesca, la cual aporta ingresos de hasta 500 pesos.
Podría parecer poco, pero es el esfuerzo de todas ellas—pescadoras, comerciantes y artesanas—lo que suma y hace mover la economía.