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Tuxtla Gutiérrez.- Antes de ser el mayor, estaba solo. Los hermanos de Alberto no conocieron el abandono de un padre que un día se fue y ya no volvió más, no más gritos, no más enojos, no más reclamos pero tampoco no más alegría, ni familia.
Nació a penas siete años antes que el hermano de su padrastro lo violara. Durante esos años conoció la soledad que de alguna manera hizo que buscara en su victimario una figura paterna que no encontró desde que lo abandonó.
Conoció la pobreza desde que salió del vientre de su madre, en un barrio pobre aprendió a caminar dentro de una casa hecha con puro material que su padre, albañil de oficio, iba juntando poco a poco, sólo eran tres, mamá, papá y Alberto.
Tiene pocos recuerdos de su infancia, el patio de la casa, el sol de verano, ese balón que un tío le regaló, quien se convirtió en su compañero de juegos, él era la joven promesa del balompié mexicano o una leyenda consagrada, lo que su imaginación quisiera.
Los días eran iguales. Gritos, gritos y más gritos. Padre y madre se gritaron y esa amenaza eterna que salía de los labios del albañil: -Me voy a ir un día…- Alberto en su miniestadio de futbol del tamaño de su patio, dejaba los gritos quedaron atrás hasta que un día la promesa paterna se cumplió, se fue.
El especialista e integrante de la Federación Mexicana de Comunidades Terapéuticas, Jorge Sánchez Mejorada, publicó un estudio sobre los efectos que tiene en los menores el crecer sin la presencia de una figura paterna.
De acuerdo a Sánchez Mejorada, la cercanía paterna se traduce en: “dos veces la probabilidad de ir a la universidad o encontrar trabajo estable, 75 por ciento menos de probabilidad de provocar un embarazo en la adolescencia, 80 por ciento menos probabilidad de caer en la cárcel y la mitad de riesgo de experimentar depresión.
Los padres, explica Jorge Sánchez en su trabajo realizado para la Universidad Veracruzana, ayudan al menor con su individuación, su sentido de eficacia en el mundo y su independencia. El estilo materno promueve ajuste dentro de la familia, mientras que el del padre promueve ajuste al mundo exterior.
Un niño quien crece con su padre tiene mayor seguridad al explorar el mundo, mayor tolerancia a la frustración, mejor desempeño académico, mayor empatía con las personas, mejor auto-control, ajuste de reglas, ajuste social, mayor conciencia moral y conducta pro-social.
“La influencia del padre especialmente importante porque es una influencia de alguien aparte de la madre. Un padre fortalece la maduración y autonomía de su hijo balanceando la natural inclinación hacia la madre; esto lo hace simplemente al ser una figura interesante y distinta en si misma….” Afirma el documento.
Todo lo que Alberto dejó de recibir cuando su papá decidió irse. Él no entendía los problemas de los adultos, no perdía las esperanzas que el albañil volvería, con sus gritos y enojos pero que la familia no se había desintegrado y podrían continuar.
“Un día mi papá se fue y ya no regresó, yo no entendía esas cosas, siempre le preguntaba a mamá por él y ella me decía que estaba trabajando, comencé a sentirme más solo, y recuerdo que a mamá le decía que ya quería tener un hermanito para jugar con él, no sabía que papá ya no iba a volver”
La carencia afectiva se caracteriza por producir en el niño un estado psicológico de avidez afectiva y miedo de pérdida o de ser abandonado, tanto si ha padecido en la realidad una privación afectiva paternal como si lo ha sentido como tal.
Fue por ello que Alberto creció necesitando una figura que sustituyera la ausencia del albañil, aunque le costó entender que su padre no volvería, dejar de preguntar a su madre por él, por ese hermanito con quien jugar, poco a poco se fue resignando a su realidad.
Por eso, cuando su mamá comenzó a salir con su padrastro, cuando le propusieron tener un nuevo hermanito con la condición que permitiera seguir la relación, él se puso feliz pues su necesidad de cariño se vería completa, se acabarían las tardes de pelota en solitario, tendría familia.
Eso mismo motivó que fuera fácil encariñarse con el hermano de su padrastro, su nuevo tío, pues él fue quien se mantuvo más cerca del niño de Sie7e años, con él jugó y conoció el convivir con alguien antes que nacieran sus dos hermanos.
La necesidad de cariño y atención se vio satisfecha con su tío de 15 años, pues su padrastro tal vez no se fue pero no se encontraba por estar trabajando pues los bajos recursos ameritaron tener que sacrificar la convivencia familiar por la estabilidad económica.
Todo se dio, una casa sola, un niño solo, una familia ocupada. El tío tuvo el tiempo suficiente para quitar una inocencia, para poder hacer creer que si decía algo Alberto sería el que sufriera peor, a quien regañarían; por eso calló, porque nadie le enseñó a gritar.
Al carecer de un padre, no aprendió a reconocer una agresión sexual ni a defenderse de ella, la falta de un guía lo hizo desconocer la seguridad de su propia persona por lo que nadie le dio armas para defenderse, 22 años después de lo sucedido aún llora su suerte, aún llora la soledad.
La Academia Americana de Pediatría, conformada por más de 67 mil especialistas en salud infantil, realizó un documento en donde recomendó qué hacer para prevenir un abuso sexual infantil, desde enseñarle al niño a decir “no”, mostrarle las partes de su cuerpo, hasta las consecuencias de una relación sexual en caso de los adolescentes de mayor edad.
Además la misma asociación asegura que de 8 de cada 10 casos de ASI, el menor conoce al agresor, como a Alberto, ellos conviven con el menor de manera regular y se ganan la confianza y el amor de la víctima.
Las recomendaciones para evitar una agresión sexual que dan los pediatras son:
HABLE con su niño sobre el abuso sexual. Si la escuela de su niño tiene un programa sobre el abuso sexual, hable sobre lo que ha aprendido. ENSÉÑELE a su niño cuáles son las partes privadas del cuerpo (las partes cubiertas por un traje de baño), y los nombres de esas partes.
DÍGALE que su cuerpo es de él. Enséñele a gritar «no» o «déjeme» a cualquier persona que le amenaza sexualmente.
ESCUCHE cuando su niño le trate de decir algo, especialmente cuando se le haga difícil decir algo. Esté seguro que su niño sepa que está bien decirle si alguien intenta tocarlo de una manera que le haga sentir incómodo, independientemente de quien sea el abusador.
DÍGALE que puede tener confianza en usted y que no se enojará si le dice algo. Déle a su niño bastante tiempo y atención. Puede usar las reuniones familiares semanales para discutir sobre las experiencias buenas y malas. Conozca los adultos y los niños que pasan tiempo con su niño.
TOME precauciones cuando deje a su niño pasar tiempo solo en lugares extraños con otros adultos o niños mayores. Visite el proveedor de cuidado de su niño sin aviso. Pregúntele a su niño sobre sus visitas al proveedor de cuidado o niñero.
NUNCA deje que su niño entre a la casa de un desconocido sin un padre o un adulto de confianza. Las ventas de puerta en puerta para levantar fondos son un riesgo, en particular para los niños solos. Pregunte si la escuela de su niño tiene un programa para prevenir el abuso para los maestros y niños. Si no existe uno, empiece un programa.
DÍGALES a las autoridades si sospecha que alguien esté abusando de su niño o a un niño de otra persona.
Nadie le enseñó a Alberto estas recomendaciones, no hubo ninguna persona que le mencionara qué hacer en caso que su tío abusara de él, por eso su vida cambió y las consecuencias de la agresión sexual marcaron y destruyeron su infancia.
UNA INOCENCIA INTERRUMPIDA: LAS HUELLAS DE LA AGRESIÓN
“Nunca le pude decir a nadie lo que me había pasado, me daba miedo que mamá me pegara, o cuando le dijera a todos se burlaran de mí; mis juegos fueron diferentes…” Con lágrimas en los ojos, Alberto cuenta cómo cambió su vida después que su tío abusó de él.
Todo cambió, nada volvió a ser lo mismo, la Agresión Sexual Infantil (ASI) de la que fue víctima no sólo terminó cuando su tío dejó de abusar de él, toda su vida ha sido marcada por la situación pero de niño, de Sie7e u ocho años, era difícil sobrellevar el silencio.
“…Me sentaba en la esquina de la casa donde vivíamos, y ahí estaba con mis luchadores…” La convivencia se acabó para él, su seguridad se extinguió, ya de por sí no tenía a muchos a quien recurrir, ni amigos con quien distraerse, el único en quien puso sus esperanzas había sido su tío pero al abusar de él, quedó otra vez solo y sin ganas de buscar compañía.
Alberto vivía con el constante temor que alguien se enterase, que su mamá le pegara y que además lo avergonzara frente a todos por eso calló pero el silencio no le permitió estar en paz, quería gritar el miedo que sentía, quería desahogarse. En la noche las pesadillas no lo dejaban dormir, despertaba llorando y se hacía pipí en la cama, la situación sólo empeoraba.
Antes se creía que los niños estaban más seguros que las niñas, pero la agresión sexual no distingue sexo ni edad. Se suponía que el delito se cometía en espacios cerrados, pero igual ocurre en casas que en escuelas, consultorios e iglesias. No es exclusivo de personas de bajos recursos, sucede en todos los niveles socioeconómicos.
De acuerdo con la solicitud de información por parte de El Universal, en los estados que sí detallaron el dato de género, el 83 por ciento de las agresiones sexuales corresponden al sexo femenino. En el primer trimestre del año se registraron 2 mil 216 denuncias en 25 estados, donde existen 215 consignaciones y 228 detenidos.
La directora de la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas, AC (Adivac) —la organización brinda terapia sicológica y apoyo legal desde 1990—, Laura Martínez, sostiene que “la violación infantil va en aumento cada año. Lo vemos en el control de las entrevistas que hacemos. Muchos no denuncian porque no creen en las autoridades”.
Laura Martínez aseguró que de las denuncias sólo el 8 por ciento se configura como delito y de esto el 1.5 por ciento se condena al victimario por lo que calificó de “apabullante” la impunidad que refiere a este tema, para ella las cifras solo muestran un 10 por ciento de lo que pasa en el país.
“…Comencé a tener amigos imaginarios, me hacía pipí en la cama, tenía pesadillas y me despertaba gritando…” Alberto recuerda con tristeza el tiempo que vivió con ese dolor en su sexo y en su alma, él se acercó a su tío para sanar la soledad que sentía y lo único que encontró fue más soledad y dolor.
Nadie se interesó por saber qué pasaba con él, creció como el niño solitario y que se orina en la cama, su mamá creyó que tenía un problema de conducta al no controlar su vejiga y manchar el colchón, su hijo sería curado y para eso estarían las recetas caseras.
Una de ellas es creer que cuando un niño se hace pipí en la cama se le manda a vender ladrillos y así se le quitará, Alberto no decía nada sobre los abusos que cometía el hermano de su padrastro con él, prefería la vergüenza de ser “el niño que moja la cama y vende ladrillos” a ser el niño que es violado por su tío.
“Recuerdo que mi mamá se molestaba mucho cuando me orinaba en la cama y por las mañanas me mandaba a vender ladrillos (según esa era la cura), me daba mucha vergüenza pero tenía que ir porque si no, ella me pegaba”
Muchos padres suponen que sus niños les dirán a ellos o a otro adulto de confianza si alguien le está abusando sexualmente. Los abusadores frecuentemente intimidan o convencen al niño para que no diga nada. El niño puede creer que el abuso sexual es su culpa y que le castigarán si alguien descubre lo que está pasando, menciona el texto de la Academia Americana de Pediatría.
El texto también otorga posibles conductas que pueden presentarse en el menor por lo que es importante mantener observado al niño para tratar de evitar que se siga abusando de él. Los pediatras recomiendan estar al tanto si se presentan los siguientes casos:
Un temor reciente y obvio de una persona (hasta un padre) o de ciertos lugares. Una reacción no normal ni anticipada cuando se le pregunte si alguien lo ha tocado. Dibujos que muestran actos sexuales. Cambios de comportamiento repentinos, tal como el orinarse en la cama o una pérdida del control de las evacuaciones. Una conciencia repentina de los órganos genitales.
Actos y palabras sexuales compartidas con otros niños o animales. Preguntas sobre la actividad sexual que no son apropiadas para su edad. Cambios en los hábitos de dormir, tal como pesadillas en los niños pequeños. Estreñimiento o el negarse a evacuar.
Las señales físicas del abuso pueden incluir: Dolor, enrojecimiento o sangre en el ano o los órganos genitales. Una secreción inusual del ano o la vagina. Enfermedades de transmisión sexual, tal como la gonorrea, clamidia o verrugas genitales. Frecuentes infecciones urinarias en las niñas. El embarazo en las jóvenes
Alberto presentó estos síntomas, pero nadie lo ayudó. Su cuerpo gritaba, las pesadillas gritaban, el orín en el colchón gritaba ayuda, nadie lo escuchó, lo humillaron y lo dejaron con su confusión. Las preguntas no tenían respuesta, solo, un niño de Sie7e años que tenía dudas y dolor.
Conforme llegó la adolescencia no mermó la angustia de saber que durante mucho tiempo, tanto que no recuerda, estuvo a merced de su tío, cuando llegó la edad de hablar de sexo con las personas él se rehusaba, tan es así que entre sus familiares decidieron algo: llevar a Alberto a una casa de citas para perder su virginidad.
Para él la sexualidad sólo eran malos momentos, vergüenza, algo que no quería vivir ni realizar, sin embargo dentro de una sociedad machista, ser adolescente y no conocer una casa de citas o “puteros” como le decían, es casi un insulto. Él irá, su sufrimiento aún no termina. Su secreto le acribilla las entrañas.
“Mientras iba creciendo, todo lo que se refiriera a sexo me apenaba mucho, cuando ya estaba más grandecito uno de mis tíos decía que me llevaría con las “chavas”, a mí me daba mucho miedo y vergüenza escuchar eso, no quería saber nada de sexo.
Siempre en las noches recordaba lo que me habían hecho y lloraba porque quería contárselo a alguien, porque era una carga muy pesada para mí, pero nunca tuve el valor de hacerlo”