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En el rostro del Hijo
II Domingo de Cuaresma
Génesis 15, 5-12. 17-18: Dios hace una alianza con Abram
Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación
Filipenses 3, 17-4,1: Cristo transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo
Lucas 9, 28-36: Mientras oraba su rostro cambió de aspecto
Rostros
La pareja contempla con admiración la obra de arte. Se acercan y se alejan para apreciarla mejor, pero no acaban de salir de su asombro. Se trata de una reproducción de una pintura del rostro de Jesús, pero que tiene la peculiaridad que a primera vista aparece muy claro el rostro, pero que si se acerca un poco más, se va perdiendo la primera visión de la cara de Jesús y se va descubriendo que está formada por múltiples rostros de personas que acaban simulando los labios, los ojos, el cabello y todos los rasgos del rostro, es el llamado arte de la ilusión óptica, cuyas reproducciones encontramos en todos los tianguis y puestos de pinturas populares. No me gusta ese rostro de Jesús. Primero lo veía muy atractivo, pero ya fijándote bien, no me gustan los rostros de las gentes que lo componen, se pierde la devoción y la piedad, dice la señora. Por su parte responde el hombre: Eso es precisamente lo que me llama la atención: los rostros cotidianos, los rostros que vemos todos los días y que muchas veces pasamos indiferentes junto a ellos, se unen casi sin darse cuenta para formar el rostro de Cristo. Y siguen en su diálogo por la diferente apreciación. Y yo me quedo pensando: ¿El rostro de Jesús que se va desvaneciendo en el rostro concreto de las personas, o bien, los rostros de las personas que se van hilvanando y conjuntándose para formar el rostro de Jesús? ¿Qué me sugiere el Señor en este día?.
Subiendo con Jesús
También hoy Jesús nos invita a acompañarlo para descubrir su rostro, nos llama a dejarnos impactar por un rostro diferente, transfigurado, un rostro cargado con la historia y el dolor de todos los rostros, un rostro que se ilumina con el amor del Padre. Nos llama a subir con Él al monte, igual que a Pedro, a Santiago y a Juan. Subir no solamente en el sentido literal, exterior, sino también subir en el sentido de un ascenso interior: la montaña como signo de liberarse del peso de la vida cotidiana, de respirar el aire puro de la creación y su belleza, porque la altura nos ofrece un panorama extendido y más allá de la miopía diaria. La montaña nos proporciona elevación interior y nos permite intuir al Creador. Pero si añadimos a esta experiencia física, la historia que ha vivido Israel en la montaña, descubriremos la experiencia viva del Dios que acompaña al pueblo, pero también la experiencia de la pasión que culmina en el sacrificio de Isaac, en el sacrificio del cordero, figura del Cordero definitivo sacrificado en el monte Calvario. Moisés y Elías han recibido la revelación de Dios en la montaña, ahora aparecen en diálogo con Aquel que en su persona es la revelación de Dios.
Una luz que esclarece
Para entender todo el alcance de significado de la transfiguración del Señor, contemplada por los tres apóstoles, debemos recordar el contexto y el momento en que ocurrió. Jesús acababa de decir a sus apóstoles que quien quisiera seguirle debía aceptar la cruz de cada día y que Él mismo tendría que sufrir mucho y morir en la cruz antes de resucitar. Estas palabras desconciertan a sus discípulos y Pedro intenta convencer a Jesús de lo absurdo de sus propósitos. Parece, pues, evidente que el ánimo de los apóstoles, camino de Jerusalén, estaba por los suelos. Podían entender al maestro que hace milagros, que provoca conversiones, que sana enfermos, pero un mesías que sufre y que es crucificado, no cabía en el corazón de los apóstoles. En estas circunstancias, Jesús los invita a subir a lo alto de la montaña, para orar, para descubrir su rostro. Cuando Jesús estaba orando, Pedro y sus compañeros vieron, con asombro, que el rostro de Jesús estaba lleno de luz y que sus vestidos brillaban de blancos. Entonces vieron su gloria y a dos hombres, Moisés y Elías, que estaban hablando con Él. Después, desapareció la visión, oyeron una gran voz que les decía: Este es mi Hijo, mi escogido, escúchenle. El ánimo cambia por completo y Pedro, siempre tan impulsivo y espontáneo, le dice a Jesús que es mejor quedarse allí, en tres tiendas, en lugar de seguir adelante. Pero Jesús le dice que no, que hay que bajar al llano y seguir el camino hacia Jerusalén. Primeramente no habían querido aceptar el rostro doloroso de Jesús, después quieren permanecer en éxtasis contemplando su rostro glorioso. Pero el rostro de luz de Jesús no se entiende sin su rostro del dolor que sufre junto a sus hermanos. Ya San Agustín al meditar este texto dice a Pedro y a cada uno de nosotros: Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor.
En el rostro del Hijo
La voz que se escucha es el programa que se ofrece a quien se acerca a esta escena. El verdadero rostro de Jesús está marcado por el dolor de cada uno de los hombres pero también está iluminado por la luz de su resurrección y el triunfo final. Podríamos decir que es el tema central de esta teofanía o manifestación de Dios. Sí, ha dejado ver su gloria y los discípulos han sido cubiertos por la nube, pero todo tiene una finalidad: escuchar la voz del Hijo, oír su Buena Nueva. Dejarse impactar por su mensaje y transformar, cambiar nuestras vidas. Es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús es necesario escucharlo, vivir de su palabra. En el marco de la cuaresma, la transfiguración de Jesús viene a hacernos comprender también nuestra propia transfiguración y la transfiguración del mundo en que vivimos. Si afirmamos que todo hombre y toda mujer son el rostro de Jesús, tendremos que reconocer que lo hemos desfigurado, tanto en nosotros como en los demás, y que será difícil reconocer el rostro de Jesús en esa caricatura de rostro que ofrecen los hombres de nuestro tiempo: la miseria, la pobreza extrema y la marginación, siguen siendo máscaras deformadas del rostro de Jesús. Pero también son máscaras de ese mismo rostro, los rostros cubiertos de riqueza y poder, los rostros disimulados bajo los velos de los lujos, los rostros carcomidos por el odio y la guerra, los rostros desencajados por el placer o por la compraventa de personas. Hoy, nuestro reto es descubrir el rostro de Jesús en cada persona y devolver la verdadera dignidad a cada uno de ellos. Hoy tendremos que transformar el rostro de toda persona en rostro de Jesús. Ya San Pablo nos dice que: Cristo transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo. Es la tarea en este día de la Transfiguración. Hoy nuestro rostro debe reflejar esa serenidad y presencia de Dios. Que la cuaresma sea un tiempo de oración y de escucha atenta a la voz del Hijo amado; tiempo de descubrir y delinear su rostro.
Señor, Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y descubrir su rostro en cada uno de los hermanos. Amén