La suerte de Cuitláhuac, el indeseable
Pablo Hiriart
El riesgo de injerencia rusa en nuestras elecciones tiene fundamento, antecedentes y objetivos que mal haríamos en tomar a broma.
Ahora es el Departamento de Estado de Estados Unidos el que pone la voz de alerta sobre el creciente interés de Rusia en nuestra región.
Rex Tillerson respondió así a la carta que le enviaron un día antes los influyentes senadores Marco Rubio y Bob Menéndez, republicano y demócrata, en la que advierten que Rusia está usando “tecnología sofisticada” para influir en la elección en la que se elegirá al Presidente de México.
Eso no lo dicen propagandistas de nadie, sino el Departamento de Estado y senadores estadounidenses que conocen el tema.
Tan lo conocen que, ellos mismos, padecieron la injerencia rusa en sus elecciones de acuerdo con 17 agencias de seguridad e inteligencia en Estados Unidos.
Pocas cosas le deben doler tanto al gobierno de Trump como admitir que sus amigos rusos tienen interés en intervenir en los comicios de su vecino y socio estratégico: México.
De acuerdo con el INE -informó hace varios meses en estas páginas Fernando García Ramírez-, el mayor número de accesos al portal oficial para votar desde el extranjero en nuestras elecciones, proviene de computadoras instaladas en San Petesburgo.
¿Por qué? Sí, esa es una pregunta clave: ¿por qué en San Petesburgo?
El gobierno rudo ha dicho que esa puede ser una maniobra de extranjeros que quieren usar territorio de su país para culparlo de algún daño que se quisiera hacer a los comicios de México.
Pero el gobierno de Estados Unidos, así como los senadores Marco Rubio y Bob Menéndez, algo conocen como para dar la voz de alerta sobre las intenciones del Kremlin.
Aquí en México se ha optado por tomar a chacota el tema porque así conviene al candidato que sería el beneficiado por la injerencia rusa, y se quiere caricaturizar como un submarino que va a llegar con el oro de Moscú para ayudar a una campaña electoral.
Eso se llama contención de daños, y han resultado muy eficaces.
De ninguna manera los rusos van a intervenir con dinero ni con algún tipo de apoyo a la campaña de su candidato, López Obrador.
Incluso la cadena oficial de propaganda del gobierno ruso, Russia Today, no tiene manera sólida de influir en las preferencias de los electores mexicanos, por su escasa penetración en nuestro país y por el infantilismo hueco de algunos de los propagandistas de AMLO en su pantalla, como John Ackerman.
El riesgo viene por otro lado. En caso de que al candidato preferido del Kremlin no le favorezcan los resultados del 1 de julio, tienen la capacidad tecnológica para hackear el sistema de cómputo del INE.
Si su candidato no se perfila como el ganador, el gobierno ruso puede interferir o bloquear el sistema de resultados preliminares.
Por eso la preocupación del Departamento de Estado.
Un México desestabilizado por la turbiedad en el conteo de votos sería el principal foco de atención de Estados Unidos, pues compartimos tres mil 200 kilómetros de frontera, millones de mexicanos viven en la Unión Americana, y estados completos de ese país dependen en buena medida de la relación comercial con México.
Para Estados Unidos somos un socio estratégico en todos los sentidos, empezando por su seguridad. Eso lo saben en Rusia y lo ha comenzado a entender, a regañadientes, Donald Trump
Un López Obrador que gane las elecciones mexicanas implicaría choques crecientes con Estados Unidos, lo que obligaría a ese país a distraerse y estar ocupado en sus conflictos con el vecino del sur.
El interés ruso en México no es broma.
Aunque se entiende que el candidato López Obrador y su flotilla de propagandistas, pagados o voluntarios, traten de ridiculizar el tema porque es serio y les quema.