Abatir la impunidad, la madre de todas las batallas
CIUDAD DE MÉXICO, 8 de junio de 2016.- La derrota del PRI el domingo fue por el descontento que hay contra el gobierno federal y en particular con algunos gobernadores.
Pero si el Presidente y su equipo no responden al mensaje de la ciudadanía, el PRI va a perder de manera estrepitosa en 2018.
Faltan dos años para que haya elecciones presidenciales y si el PRI quiere ser competitivo tiene que cambiar el gobierno.
De las primeras medidas que se podrían esperar es un ajuste en el gabinete para sacar a secretarios que son un lastre para la credibilidad al gobierno en áreas donde la transparencia es un reclamo a gritos.
Seguramente hay algunos muy capaces y que han trabajado duro, pero la desconfianza ha crecido a tal grado que los hace insostenibles en sus cargos.
O sí se pueden sostener, contra viento y marea, como hasta ahora. Pero al precio de conservar al amigo y perder el poder.
Si no hay cambios de caras y actitudes en áreas sensibles del gobierno federal, el descrédito y el hartazgo irán en aumento y ese enojo social, que se manifestó pacífica y civilizadamente el pasado domingo, los va a mandar al tercer lugar en las elecciones presidenciales.
El equipo gobernante arrancó el sexenio tan sobrado y hasta cierto punto soberbio, que se creyó capaz de conducir los cambios estructurales sin necesidad de contar con el respaldo de la opinión pública.
Bastaban los acuerdos cupulares.
Sí, cómo no.
Hace unos dos años le pregunté al Presidente –en una entrevista que hicimos varios colegas en Palacio Nacional- si no le preocupaba que la baja popularidad de su gobierno condujera a la entrega del poder.
Eso lo estamos viendo hoy como una realidad anunciada para el 2018. No ha habido una medida severa contra la corrupción, ni a la del pasado (que ya pasó el tiempo) ni a la del presente.
Ahí es donde más duele y se requieren acciones contundentes que ayuden a rescatar la imagen del gobierno.
¿Se podrá en dos años?
Tendrían que empezar el lunes.
El federalismo ha resultado una mampara detrás de la cual gobernadores despachan como virreyes y se roban todo lo que encuentran a su paso.
Por eso en algunos estados triunfaron candidatos cuya promesa central fue meter a la cárcel al gobernador en funciones.
A la ciudadanía parece no importarle si elige a uno igual o peor, con tal de ver tras las rejas a quien la ofendió.
Iguala es una daga que nunca se pudo quitar el gobierno, aunque no haya sido su culpa. No tuvo capacidad ni decisión para castigar a quienes había que castigar, o decir lo que había que decir, y llevará esa cruz a lo largo de los años.
¿El PRI va a ganar el voto joven con la sombra de los 43 normalistas de Ayotzinapa? El mal humor social no es de ahora ni fue repentino.
Con pasmosa displicencia, el gobierno le cedió el micrófono a merolicos sin presentarles batalla en el terreno de la opinión pública.
Permitió que desacreditaron todo lo positivo, como las reformas, y no tuvo aliados para defenderlas. Van directo a la derrota, y a poner en la piedra de los sacrificios a un gobierno que ha tenido mucho más positivos que negativos. Salvo que entiendan que van mal. Y que la del domingo fue, en efecto, la última llamada.