El agua, un derecho del pueblo
Cambiar, sí. ¿Cualquier cambio?
Pablo Hiriart
Uno de los personajes más respetados e íntegros de la izquierda latinoamericana, Sergio Bitar, me dijo hace unos días en entrevista que las sociedades (de nuestra región) mientras más progresan más inconformes están.
Tiene razón el que fuera ministro de Minería del presidente Salvador Allende, ministro de Educación de Ricardo Lagos y ministro de Obras Públicas de Michelle Bachelet.
En el mundo, escribió el 28 de febrero Macario Schettino en estas páginas, la pobreza global se ha reducido al grado de que menos de 10 por ciento de la población vive en pobreza extrema.
Apunta Macario que el 75 por ciento más pobre ha incrementado su ingreso en más del 60 por ciento, en tanto que el resto (25 por ciento) lo ha hecho en 20 por ciento.
En México, desde 1988 a la fecha, todos los indicadores sociales han mejorado. Desde el ingreso a la inflación, pasando por la edad promedio de vida, consumo de alimentos, nivel de escolaridad, acceso a la salud, agua potable, luz eléctrica, vivienda digna…
Y empleo. Hoy en México tenemos lo que estadísticamente se conoce como “pleno empleo”. En este sexenio la tasa de desempleo es la más baja de la historia (3.4 por ciento).
En política hay una apertura como jamás se había visto: en la prensa se puede decir que el presidente es “imbécil” y a quien lo escribe no le pasa absolutamente nada.
Un candidato presidencial puede decir que el secretario de la Defensa Nacional es un “matraquero de Meade”, y sigue en campaña con la tranquilidad que merece.
Otro candidato dice que si gana va a meter a la cárcel al presidente y no hay represalias: tiene acceso al financiamiento público, aparece en todos los medios y cuenta con tiempo gratis en televisión para decir lo que le venga en gana.
México ha cambiado. Desconocerlo es ceguera mezquina. O ignorancia.
Muchos de los que desdeñan lo avanzado es porque pertenecen a una generación que nada les ha costado.
Desprecian la democracia porque no vivieron el autoritarismo previo al 88. Nunca vieron a don Luis H. Álvarez en huelga de hambre en una plaza de Chihuahua.
No fueron encarcelados ni exiliados.
Dan por hecho que la libertad de expresión existe, sin reparar que fue un proceso arduo. Hubo quienes perdimos el empleo (Proceso) porque al entonces presidente no le gustó una caricatura de la revista y decretó boicot publicitario: “no pago para que me peguen”.
En 1986, un solo diario (La Jornada) se atrevió a publicar en su primera plana que el Mundial de Futbol fue inaugurado por el presidente De la Madrid “en medio de una ruidosa y prolongada silbatina”. Y ese periódico vivía con la amenaza permanente del boicot.
Descalifican al INE por niñerías y olvidan que en el país las elecciones las organizaba, todas, el gobierno.
“Si no les gustan los resultados, váyanse a la sierra”, le dijo el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, al dirigente panista Adolfo Christlieb Ibarrola, por un atraco electoral en Michoacán (creo que a Jorge Eugenio Ortiz Gallegos).
Los empleos los dejan tirados porque hay otros. Nunca les costó meses o años de acudir al “aviso oportuno” y, con educación, terminar vendiendo enciclopedias.
Y la demanda, hoy, es de cambio. “Estamos hasta la madre”.
Sí, hay que cambiar, pero no cualquier cambio. Lo que se plantea por parte de un candidato es el regreso al pasado. A ese pasado, como ha dicho él, previo a 1982.
Hay que cambiar en seguridad.
En mecanismos de transparencia que frenen la corrupción.
Dar mejores instrumentos educativos para que sea posible acceder a empleos con mayor remuneración.
Corregir el sistema de impartición de justicia que deja libres a los culpables.
Eso hay que cambiar. Tampoco es tan difícil.
Pero dar el salto hacia atrás porque “estamos hasta la madre”, cuidado. No saben lo que dicen.