El agua, un derecho del pueblo
El ejemplo de Ildefonso Guajardo
Las derrotas suelen ser huérfanas y las victorias tienen muchos generales que ni siquiera combatieron. Antes de que ello ocurra, hay que ser justos y subrayar el nombre de Ildefonso Guajardo como el tenaz funcionario mexicano que salvó el Tratado de Libre Comercio.
El TLCAN estaba condenado a muerte por Donald Trump desde su campaña, pues según él era “el peor tratado de la historia” para su país.
Si la noche del domingo no se hubiese llegado a un acuerdo, hoy estaríamos en el tobogán de las pesadillas.
Haber dejado la negociación del TLC a los presidentes Trump y López Obrador, era declararlo muerto.
Los dos son proteccionistas y ambos, en distintos momentos, habían hecho campaña contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Para Trump era su prioridad en temas comerciales: echarlo abajo.
Y para López Obrador, quienes firmaron el TLC eran traidores a la patria por “entregar la soberanía a Estados Unidos”.
Ya como presidente, Trump nos ametralló con verborrea despreciativa al Tratado.
Ese Tratado, sin embargo, había logrado la proeza de crear un intercambio comercial superior a los 500 mil millones de dólares anuales con México.
La supervivencia del Tratado dependía de la negociación. Había que defenderlo. Y eso lo hizo Ildefonso Guajardo.
Funcionario preparado y discreto, patriota y sereno, Guajardo supo conservar para México lo esencial del TLC firmado en 1993, y que tantas ventajas ha traído para las regiones del país conectadas con el libre comercio.
El lunes el dólar estaba a 18.66 pesos al medio día.
De no haberse llegado a un acuerdo lo hubiésemos tenido a 23 o 24 pesos. O más.
Las armadoras (México exporta más manufacturas que todos los países de América Latina juntos) habrían entrado un terreno de incertidumbre y la inversión extranjera se habría frenado.
Teníamos la crisis a la vuelta de la hoja del calendario si, como anunciaba Trump, se hubiese acabado el acuerdo.
No sólo prevaleció, sino que se preservó su carácter trilateral, lo que es fundamental para profundizar los intercambios en la región más dinámica del mundo… gracias al TLCAN.
Trump no ha firmado un solo tratado de libre comercio. El que debió signar, el acuerdo transpacífico (TPP), lo arrojó por la borda.
Y nosotros, que estábamos sentenciados, libramos los enormes valladares de dos presidentes proteccionistas: Donald Trump y López Obrador, que asume el 1 de diciembre.
Dos días antes, en Buenos Aires, Trump, Peña Nieto y Trudeau firmarán el acuerdo que da certeza al futuro de la economía mexicana.
Como en toda negociación, había que ceder. Para empezar, el nombre. Ya no se llamará TLCAN, sino que llevará el acrónimo impronunciable de USMCA. No importa.
Las reglas de origen (los componentes de los productos) serán algo más duras, lo que resta competitividad a la región, pero eso no tira al Tratado.
Nos libramos de una buena, con el oso encima nuestro, gracias a una buena negociación del astuto puercoespín (para usar la metáfora del ex embajador Davidow) Ildefonso Guajardo.
Ahora López Obrador tiene el camino despejado para una buena gestión económica.
El Tratado de Libre Comercio es prueba superada.
La economía está en recuperación en este tercer trimestre.
No hemos dejado de crecer, mientras el resto de América Latina está en ceros o en números rojos.
Las reservas del Banco de México son de 174 mil millones de dólares.
La deuda es, en proporción al PIB, de las más bajas de la OCDE.
No hay pretextos para el siguiente gobierno.
Sólo se pide que no descompongan la economía con ocurrencias.
Y que valoren el trabajo de funcionarios como los muchos Ildefonsos Guajardos que hay en la administración pública mexicana, que no son “burguesía dorada” como la quieren presentar los que llegan el próximo 1 de diciembre a Palacio Nacional.