Abatir la impunidad, la madre de todas las batallas
El viernes en su conferencia mañanera el presidente López Obrador se ocupó de mí por tercera ocasión en un par de semanas. Le tomo la palabra y le contesto que sí, que tiene razón: los dos queremos un país completamente distinto.
A diferencia suya, yo creo y voto por una sociedad democrática, mercados abiertos, con equilibrio de poderes y contrapesos civiles al presidente.
López Obrador cree y trabaja por una sociedad en la que el poder se concentre en una sola persona.
Alienta una Suprema Corte supeditada a él, y a los ministros que no se pliegan a sus deseos los cubre de insultos.
Al presidente no le gusta la pluralidad en el Congreso, quiere avasallar, y activa una estrategia con los programas sociales para pintar de guinda a México en las siguientes elecciones.
Tiene a los gobiernos de los estados bajo presión, a través de los superdelegados que reparten el dinero de los programas sociales y le disputan el poder a las autoridades locales que, para bien o para mal, fueron electas por el pueblo.
Le molestan las instituciones autónomas como el INE, la CNDH, los órganos reguladores autónomos. Les recortó el presupuesto, propone su desaparición y calumnia a sus integrantes para destruirlos moralmente.
Busca controlar políticamente a los organismos autónomos que deben ser garantía de independencia, y lo hace a través de personas cuya única virtud es su incondicionalidad al presidente, aunque ignoren la materia de su nuevo trabajo.
El presidente quiere una sociedad donde su concepto personal de la justicia esté por encima de la ley. A eso yo lo llamo mesianismo.
Todos los días confronta a la sociedad entre buenos y malos, honestos y corruptos. Quien no está con él está contra él. Opino que eso retrata su vocación totalitaria.
El presidente construye, a pasos agigantados, una sociedad uniformada en el pensamiento único a través de la intimidación con sus aliados en redes sociales, en medios de comunicación y a través de sus propias descalificaciones. Tiene doblegados a muchos líderes empresariales y a ONG, salvo honrosas excepciones.
Cree en una sociedad en la que los pobres dependan permanentemente del subsidio del gobierno para sobrevivir, y tenerlos comiendo de su mano para eternizar a su partido en el poder y aplastar a la oposición.
Sí, como lo dijo el viernes, él y yo «tenemos proyectos contrapuestos de nación». Dos anhelos diferentes.
Yo creo en una sociedad con educación de calidad para todos y emparejar así el piso de nuestra atroz desigualdad. Él tiró la reforma educativa porque lo suyo es regalar pescado, no enseñar a pescar para que los ciudadanos sean libres.
A diferencia suya, anhelo una sociedad en la que cada mexicano pueda ser un Bill Gates si su talento se lo permite.
Que haya comida, afecto y enseñanza en las estancias infantiles, para que el cuidado en los primeros años de vida no sea un obstáculo en el desarrollo futuro de los niños.
Que carecer de dinero para una buena educación no trunque los sueños de nadie.
Sí, le concedo la razón al presidente: anhelamos dos sociedades diametralmente distintas.
En una parte de su intervención del viernes incluyó a mi respetado y querido colega Raymundo Riva Palacio, quien ya se ha defendido con toda claridad.
Dijo de mi el presidente que “estuvo, no sé si en Notimex o era director de El Nacional, o alguno de esos periódicos que ya no existen, que eran boletines”.
En efecto, dirigí Notimex y El Nacional y fueron dos buenos medios de comunicación del Estado, gracias a la pluralidad de colaboradores. Siempre busqué rodearme de gente más inteligente que yo. Esa es la clave, presidente. Por ahí pasaron y se formaron grandes periodistas que hoy brillan en la prensa nacional y extranjera.
Me ayudaron en esa tarea verdaderos talentos, en un contexto de pluralidad que hoy no existe en los medios del Estado.
El día anterior a que me despidieran como director de El Nacional (me corrieron a petición expresa del entonces presidente del PRD, Porfirio Muñoz Ledo, al secretario de Gobernación Jorge Carpizo), publiqué en primera plana una amplia entrevista con un candidato presidencial opositor, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, firmada por una espléndida y leal colaboradora del periódico: Elena Poniatowska. Eso era pluralidad, no un boletín de propaganda.
En la primera plana estaban economistas de izquierda -izquierda de verdad, no carniceros del presupuesto para hospitales públicos-, como Rolando Cordera Campos, Clemente Ruiz Durán, e intelectuales de la talla de José María Pérez Gay y Raúl Trejo Delarbre.
Me lanzó un par de dardos personales el presidente en su conferencia del viernes en Palacio: que sus diferencias conmigo eran políticas “porque no me gusta meterme en las cosas familiares”. El presidente se hace eco de una calumniosa insinuación de su entorno inmediato. Le aclaro: No soy pariente del dictador, ni de su viuda ni de la señora madre que lo trajo al mundo.
Menciona López Obrador que “tenemos diferencias desde hace 25 años”. No nos quitemos la edad: es desde hace 31 años, cuando él me dedicó varias páginas de descalificaciones en su libro que lleva el original título de “El Fraude Electoral en Tabasco”.
Le agradezco, por último, que haya dicho que me respeta. Aunque la verdad es que lo disimula muy bien.
PIE DE PÁGINA.- Aparecí en una lista difundida por Presidencia en la que se indica que recibí pagos del gobierno anterior por la vía publicitaria. Sí, tengo un periódico digital que cobra por los banners que se incluyen. Lamento que sólo hayan publicado los destinatarios del uno por ciento de la publicidad gubernamental y se hayan guardado el resto, lo que denota selectividad y mala fe. ¿Únicamente los «machuchones» pueden tener un diario? Con las nuevas facilidades tecnológicas, ya no. Realizo una actividad legal que publica, factura, paga impuestos y doy la cara. ¿Nuestros medios no merecían publicidad? ¿Los demás sí? Que el gobierno revise los criterios con que se anuncian sus dependencias… Pero no se trata de eso, sino de enlodar y desprestigiar a los críticos del gobierno. Yo no me v