Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
El factor de incertidumbre se llama Andrés Manuel
Lo han dicho los expertos en todos los tonos: para que crezca la economía se necesita inversión, y es muy escasa por un factor que destacan todos los análisis: incertidumbre política.
Cayó la inversión fija bruta (privada y pública) en 2.5 por ciento de acuerdo con el reciente reporte del INEGI, lo que representa la mayor caída en cuatro años.
En el Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa 2019 de AT Kearney, caímos del lugar 17 al 25, de 25 países enlistados. Nos fuimos al último sitio.
La economía creció -0.2 por ciento respecto al primer trimestre del año pasado.
El Banco de México, bancos globales y organismos internacionales señalan que no hay inversión ni crecemos porque hay incertidumbre.
Y ese factor de incertidumbre se llama Andrés Manuel López Obrador.
Hay gente valiosa en el gabinete, algunos con trayectoria respetable en el sector público y privado, otros no tanto y algunos francamente carecen de nivel para ser secretarios de Estado.
El problema, sin embargo, no está ahí, sino en las decisiones temperamentales e ideológicas del presidente de la República.
Tres grandes compañías mundiales, especialistas en construir refinerías, elegidas por él, le dijeron que no es posible hacer una de ocho mil millones de dólares y que en tres años no se puede tener lista.
López Obrador, sin embargo, despreció esos estudios, declaró desierto el concurso y anunció que la refinería la harían Pemex y la secretaría de Energía.
Se lanzó contra la realidad.
Eso nos va a costar en la calificación de la deuda de Pemex, y hay voces que alertan de una posible caída en la calificación soberana del país. Si ello ocurre, no nos salvamos de la crisis.
Hemos lanzado una pésima señal a los mercados internacionales y a los inversionistas: vamos a meter miles de millones de dólares en una refinería, que no tiene viabilidad financiera.
¿Con un gobierno así de irresponsable van a llegar inversiones? Probablemente sí, pero pocas, y en otras áreas de menor riesgo.
Es difícil que un inversionista nacional o extranjero invierta en un país cuyo presidente desoye la realidad.
Para él la caída a -0.2 de la economía es ir “requetebién”, y desautorizó al jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, que la vio como una señal de alerta para cambiar de guardia.
Difícil tener confianza en un gobierno que en su Plan Nacional de Desarrollo afirma que la estabilidad macroeconómica es “un fetiche” de los “neoliberales” (página 5).
Contra la opinión de los organismos internacionales expertos en la materia y de los más preparados miembros de su gabinete, el presidente tomó la decisión de cancelar el aeropuerto en Texcoco.
Tenía 33 por ciento de avance, estaba financiado por el sector privado en 70 por ciento, se pagaba solo, y frenar su obra y construir otro en Santa Lucía va a costar 66 por ciento más caro que terminar Texcoco (Colegio de Ingenieros Civiles).
De acuerdo con la Asociación Latinoamericana de Transporte Aéreo, en los próximos diez años se va a duplicar el número de pasajeros en el subcontinente. Santa Lucía, pues, habrá nacido obsoleta.
Esa fue la primera y gran voz de alerta a los inversionistas: algo andaba mal en Palacio Nacional. Cautela. A ver qué sigue.
Le siguió la cancelación del proyecto de Zonas Económicas Especiales, al que ya se habían comprometido ocho mil millones de dólares en inversiones para Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Guerrero, Tabasco y Yucatán.
Esos proyectos iban a traer, en el largo plazo, inversiones por 42 mil millones de dólares a esa región. Los desechó el gobierno. Mejor un Tren Maya y plantar árboles.
¿Qué dirán los inversionistas que iban a poner su capital en el sur-sureste del país?
Para abajo la confianza. Hay incertidumbre sobre la sensatez para tomar decisiones.
Y lo último, esta decisión de ir contra la realidad y hacer, con Pemex y SENER, una refinería que grandes empresas, contra sus propios intereses, pero cuidadosas de su prestigio, le han dicho al gobierno mexicano que no se puede en ese costo y en ese tiempo.
Mientras se ahorra para la refinería y para el Tren Maya, la inversión física del sector público de desplomó 13.1 por ciento en el trimestre y tuvimos un subejercicio del sector central del gobierno de 21 mil 765 millones de pesos (Enrique Quintana en estas páginas, 6 de mayo).
La consecuencia es que, tras la quimera ideológica del presidente, miles pierden sus empleos, la economía está parada, los hospitales carecen de medicinas que, en casos como Oaxaca, el desabasto alcanza entre el 70 y el 80 por ciento, de acuerdo con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud.
Y la incertidumbre para invertir nos impide crecer más, justo ahora que es un gran momento: la economía de Estados Unidos crece a 3.3 por ciento anual.
Hay un factor de riesgo. Está en Palacio.