Libros de ayer y hoy
“Don Vasco es uno de los más grandes civilizadores de México” La dignidad humana es el punto de partida de todo humanismo, así lo dejó ver Giovanni Pico della Mirandola en su Oración sobre la dignidad del hombre (1486), texto emblemático y fundacional del humanismo renacentista. Ahí, Pico argumenta que los seres humanos tienen un potencial ilimitado y que pueden alcanzar la perfección a través del conocimiento y la virtud. Su enfoque en la dignidad y el potencial del ser humano refleja los ideales humanistas de su época que sin duda inspirarán el pensamiento de Tomas Moro, Francisco de Vitoria y Vasco de Quiroga. Don Vasco, Tata Vasco, fue la gran figura social de la Nueva España durante el siglo XVI. Su enfoque humanista se centró en la mejora de la condición humana a través de la educación, la vida comunitaria y el trabajo honesto. La organización social de los indígenas y los pobres del México colonial fue el objetivo de quien ha sido el forjador de la idea de poner a la solidaridad con los pobres como eje prioritario. Inspirado por las ideas de Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam, Don Vasco aplicó los principios humanistas en favor de las comunidades indígenas de Santa Fé y Michoacán. Creía firmemente en el potencial de los pueblos indígenas y trabajó para crear condiciones que les permitieran desarrollar sus capacidades individuales y colectivas. Sin duda alguna, Tata Vasco es el fundador del humanismo mexicano que con agudeza política ha desarrollado Andrés Manuel López Obrador. La izquierda hoy es humanista o no es izquierda. El humanismo mexicano es la columna vertebral de la ideología de la Cuarta Transformación, y será sin duda alguna el sustento del próximo gobierno. El humanismo mexicano juega el principal papel político y social del programa de gobierno de nuestra presidenta electa Claudia Sheinbaum. Las propuestas modernas del humanismo mexicano se centran en líneas de actuación política y establecen criterios de decisión para todos los óranos de gobierno: Bienestar compartido: como principio rector del humanismo mexicano enfatiza que todas las políticas públicas deben fijarse como propósito alcanzar el bienestar de las personas y grupos más vulnerables. Utilizada como frase de campaña, su auténtica dimensión trasciende la contienda electoral para convertirse en un mandato operativo que orienta el diseño e implementación de exitosos programas sociales, tales como ‘Jóvenes construyendo el futuro’, las pensiones para adultos mayores, y ‘La escuela es nuestra’, entre otros. Distribución justa de la riqueza: con vistas a la eliminación de injustas y dolorosas brechas económicas en el seno de nuestra sociedad, el humanismo mexicano se ha propuesto obtener una redistribución equitativa de la riqueza, mediante la puesta en marcha de políticas fiscales progresivas y la eliminación de privilegios para los grandes contribuyentes, pasando por medidas de impacto directo en el bolsillo de los mexicanos, como son el aumento del salario mínimo y la reforma laboral que garantiza condiciones más justas para la clase trabajadora. Combate a la corrupción: fiel al mandato constitucional, el humanismo mexicano se hace partícipe del principio consagrado en el artículo 39 de la Carta Magna, según el cual “… Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste…”, al perfilar como directriz la eliminación de toda forma de corrupción, como requisito indispensable para consolidar un gobierno auténticamente al servicio del pueblo, ajeno a intereses espurios. Soberanía y defensa de los recursos nacionales: en armonía con los principios históricos del nacionalismo mexicano, la 4T defiende la importancia de la soberanía en la administración de los recursos naturales del país como fundamento necesario de las políticas sociales (artículos 25 y 27 constitucionales), tal y como demuestra la recuperación y el fortalecimiento de la industria energética del país. En síntesis, el humanismo mexicano no sólo es una propuesta, sino un compromiso de la Cuarta Transformación por construir un México más justo, libre e igualitario.
Emilio Ulloa