
Pernicioso escepticismo
Se decía que la última trinchera del régimen democrático era la judicatura federal, el Poder Judicial y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En más de un sentido había razón, no en todo. La derrota por su destrucción es apabullante, pero el espacio para resistir persiste. Mucho quedó en el camino; se perdió un elemento muy importante para la contención al abuso del poder y no menos importante es el deterioro a la certeza de derechos para las personas.
El golpe por la reforma judicial es brutal, pero no es fatal. Ahora, ante la reforma política, mal llamada electoral, con fundadas razones se piensa que la última trinchera es el voto de los asociados al régimen, PVEM y PT para defender, en interés propio, el intento de acabar con la pluralidad en la representación política y en el sistema de partidos.
La propuesta del comisario Pablo Gómez hacia allá se conduce bajo la convicción de que los partidos tergiversan el mandato del único representante legítimo del pueblo, Morena. No le importa que su partido obtuvo tan solo 41% de los sufragios; para él sólo existe una fuerza representativa del pueblo, lo demás sale sobrando. Quienes mandan en el PVEM y PT no son de argumentos elaborados o de reflexiones teóricas exquisitas, ellos a lo suyo, que es mantener al partido como fuente de poder de negociación, chantaje dice su socio empoderado, sin advertir que la mayoría abrumadora que ostenta se debe al PVEM y PT; de otra manera Morena sería una minoría más, con menos de 245 diputados.
Sería inexplicable que los dueños, representantes o dirigentes de dichos partidos cedieran ante el comisario Gómez. Ni todo el oro del mundo justifica poner de por medio la existencia, además, quiérase o no, se les necesita para ganar elecciones a cargos ejecutivos, como quedó claro en los comicios pasados en Durango y Veracruz.
Pero no son el PVEM y el PT la última trinchera a pesar del papel histórico que la realidad les ha concedido en la negociación de la estalinista reforma política. No es demagogia ni anhelo guajiro: la última trinchera es el ciudadano y el poder del voto. Nada lo detiene una vez que se abre esa estrecha ventana del sufragio. Le sucedió a Maduro, quien pensó que ganaría y el resultado le fue claramente adverso y tuvo que robar la elección. También pasó con Trump en su reelección: no le quedó otra que decir que Joe Biden le había robado la elección.
En 1988 la elección presidencial abrió el proceso de reformas que llevaría a México a la democracia electoral. En 2021, López Obrador fue a las urnas con la convicción que vería refrendada su mayoría, como Fox, Calderón y Peña, y terminó con un mal resultado.
El fracaso de Sheinbaum en la Ciudad de México se le escrituró a Ricardo Monreal, quien acabaría en la hoguera de las traiciones, como si el senador tuviera el poder de movilizar a millones de votantes de la capital. También se culpó y removió a Gabriel García, quien tenía a su cargo la misión de hacer de los beneficiarios de los programas sociales votantes morenistas, pretensión actual de Andrés López Beltrán en su misión de llevar a más de 10 millones del padrón partidista.
No existe ninguna razón que no sea el voluntarismo para creer que Morena repetirá el resultado de la elección presidencial. Al igual que el PRI en el pasado; se expone más porque gobierna casi todo el país y también más perdería por la sencilla razón de que los gobiernos locales y municipales de Morena están pésimamente calificados por la corrupción y el mal gobierno. Veracruz y Durango representan un anticipo de lo que se les viene, no es la debacle, sino la ratificación del pluralismo y alternancia por la vía del voto. La última trinchera de lo que queda de la democracia son los ciudadanos.
El país ya aprendió vivir sin Poder Legislativo, ya son siete años; ahora, el primero de septiembre sabrá que significa la pérdida de un poder judicial independiente del poder, profesional en su desempeño e imparcial en sus sentencias.
Algunos anticipan el sometimiento de la judicatura al régimen político, otros, con mayores elementos, afirman que será al más fuerte, al más poderoso por el dinero o por la vía de la intimidación. ¿Qué se pude esperar de una nueva Corte, llamada del bienestar, cuando ni siquiera tiene claridad de dónde vienen las peores y más perniciosas amenazas al buen desempeño de la justicia, todo por hacer propia la arrogancia y la mentira del régimen?