
Indicador político
¿Pablo desde el no poder?
Vértice
A mi carnal Pepe López, que en mi adolescencia fue tutor y padre, guía, luz.
A mi me parece aberrante y tonto continuar pensando que la vida es continua, que la línea es recta, llana, rosa sin espina; que principio y fin se tocan, que son vértice, y no.
A mi me parece cierto, pero no tanto, que hay bordes posibles, insinuadas curvas, abruptas quebradas, escarpadas cimas, algunos dobleces; pero más bien soy de la idea que la vida es vida, sin más.
¡Tiembla la tierra!
Sí, se sacude
¿Quién lo pregunta?
La fantasía del poder
Fredy López Arévalo
La fantasía del poder dura seis años y Pablo Salazar debe saberlo. En política, y más aún, en la acción política, la cortina de humo tiende a caer conforme el mandato llega a su ocaso. O como dice Carlos Fuentes en La silla del águila: “Un hombre puede dejar de actuar en política. Lo que nunca deja de actuar son las consecuencias de sus actos políticos”.
Pablo Salazar debe saberlo.
Pudo pasar a la historia, pero lo enajenó el poder, y más aún, lo obnubiló el rencor… perdió la perspectiva, el horizonte.
La vida le dio lo que sólo a algunos ofrece: una oportunidad histórica.
La dejó ir de las manos.
Ganó con 535.860 votos, tan solo 60,593 sufragios por encima del PRI, un número menor de los anulados en la última contienda, la del 3 de octubre de 2004, donde se anularon 73 mil sufragios, el 5% de los emitidos.
En términos generales, Pablo Salazar se impuso sobre Sami David con solo un 5.82 de diferencia porcentual, en un proceso en el que la participación fue del 49.75%, de un padrón que en ese entonces acreditó a 1,040,407 chiapanecos aptos para sufragar.
Es decir, el 50.25% de los ciudadanos acreditados para votar se abstuvo de acudir a las urnas, y eso que el padrón representa no más que una cuarta parte de la población total de Chiapas.
Lo grave de todo esto es que en los cuatro años que van de su mandato, Pablo Salazar no ha logrado legitimarse con el resto del electorado, o lo que es peor, con el resto de la población chiapaneca que se abstuvo de sufragar o que simplemente no está empadronada.
Más aún: su descrédito crece conforme el infalible reloj político agota sus días.
Los 700 días que muchos deshojan del calendario con gallardía, y otros, con valiente paciencia.
Esto, aun con todo lo que diga Mitofsky, cuyas encuestas y sondeos de opinión pública dan alta calificación popular a Salazar Mendiguchía.
Craso error.
Hay que ayudar a la memoria, para que quede constancia. Hablo de la constancia histórica, la verdadera, no la que escribe Jorge Mandujano o la encargada a Andrés Frabregas Puig, los amanuenses del régimen.
¡No!.
Hablo de la historia verdadera, la que perdura, la que impera.
¿Cómo olvidar aquélla apoteósica toma de protesta?
Cuando Salazar Mendiguchía festejó la derrota del PRI y humilló al gobernador saliente, el interino Roberto Albores Guillén, que solo ostentó el cargo durante dos años.
“A partir de hoy el poder se ejercerá institucionalmente, con sentido ético, hablando con la verdad, escuchando a la gente, rindiendo puntual cuenta con todos los actos gubernamentales. El poder se ejercerá a favor de los que nunca han tenido, será para los que siempre lo han padecido. El poder en Chiapas se utilizará para hacer justicia y para gobernar con equidad. No volverá a ser un instrumento para ser utilizado contra la gente”.
Era un discurso prometedor.
Quién podría haber reseñado de mejor manera el triunfo de Pablo Salazar sino el historiador Jean Meyer cuando narró su encuentro casual con el obispo Samuel Ruiz García en el aeropuerto Benito Juárez, en el Distrito Federal, y éste, el obispo, le dijo: “¡Ganamos!”, fundiéndose con el historiador en un abrazo efusivo, de grandes expectativas, de esperanza.
Meyer no estuvo en las calles de San Cristóbal la noche del “histórico” triunfo de Salazar Mendiguchía, cuando los sacerdotes salieron a las afueras de la Catedral parasumarse al festejos de los seguidores de Salazar, quienes se subían a los postes de la CFE a arrancar los afiches del candidato del PRI, Sami David.
¿Quién ganó?.
Eso corresponde responder, ahora, al obispo emérito de San Cristóbal, a don Samuel Ruiz García.
Pero no todo es culpa de Salazar Mendiguchía.
¡No!
También tiene alta responsabilidad su más cercano contendiente, Sami David, del PRI, quien obtuvo 475,267 votos (45.68%).
Ambos tenían, si no la misma, si una inmensa responsabilidad histórica con el electorado, con la patria chica, con Chiapas.
Y ambos fallaron.
Pablo Salazar por incompetente.
Sami David por cobardía política.
Sami David tenía la oportunidad única de encabezar una oposición constructiva, capaz de funcionar como contrapeso político.
La cantidad de votos que obtuvo se lo exigía, le daba un liderazgo único, tan solo 5.82% por debajo del que obtuvo el ganador de la contienda.
Pudo cogobernar desde una oposición digna, pero no lo hizo.
Perdió la gubernatura, pero su partido, el PRI, mantenía 35 de los 45 escaños del Congreso, 86 de las 118 alcaldías, y los más grandes y poderosos gremios obrero, campesino y popular que aún hoy existen en Chiapas.
¿Qué hizo?
Abandonó el terruño, irresponsable ante sus seguidores, y más aún, ante la historia.
Sin contrapesos reales, Pablo Salazar comenzó “el desmantelamiento de los espacios de poder bajo el control del priismo duro”, como él mismo gustaba decir :
1.- El Poder Legislativo.
2.- El Poder Judicial.
3.- La prensa.
Lo hizo sin guardar las formas, mancillando la Constitución política de Chiapas.
Impuso al ahora diputado federal Emilio Zebadua González como Secretario General de Gobierno, contraviniendo la letra constitucional. Emilio Zebadua no es chiapaneco, aunque alegue derecho de sangre.
Para imponerse sobre los otros poderes (el Legislativo y el Judicial) utilizó a los diputados locales priistas Rosendo Santiago y Edgar de León Gallegos. Cambió el reglamento interno del Congreso, desapareció la Gran Comisión, le quitó el poder de auditar a los otros poderes al desaparecer la Contraloría Mayor de Glosa, y convirtió a las minorías en mayoría para controlar el poder Legislativo.
En ese entonces, se dijo, los leg…
[06:59, 11/9/2018] Fredy López Arévalo: Vértice
La esperanza traicionada
“El brillo excesivo ciega a quienes viven en la penumbra de la mediocridad”, Carlos Fuentes, La silla del águila.
Pablo Salazar llegó a la gubernatura de Chiapas inflado por la popularidad de los medios. Era un adalid en el “desmoronamiento” del viejo régimen: el de la “dictablanda”, que había perdurado durante más de 75 años. El triunfo de Vicente Fox era el inicio, y Pablo Salazar encarnaba la segunda pieza. El “Glasnot” por fin había llegado a México, y en Chiapas se anunciaba una especie de “revolución” sin fusiles, aterciopelada, como la que encabezó Alexander Dubcek en la República Checa, o acaso más virulenta, como la que pregonaba Hugo Chávez en Venezuela.
Pablo Salazar Mendiguchía era la “cuña del mismo palo”; el que domesticaría la rebelión indígena, la revuelta armada liderada por “Marcos”.
Y vaya que lo logró, como él mismo se ufana, lo luce como el Mariscal una medalla: “Garantizamos al gobierno federal, al presidente Vicente Fox, que habría estabilidad en Chiapas, y hay armonía y hay paz social”. Son sus propias palabras en una entrevista con Canal 10, hace pocos días.
“Marcos” lo patentizó por escrito: “
Esa y no otra ha sido su premisa, su mejor moneda a la complacencia del centro. Los 15 minutos de Fox no era puro eufemismo. Pablo Salazar acalló la voz de los fusiles, desarmó a los alzados, les quitó la palabra, que era lo único que tenían.
2
El ascenso de Salazar Mendiguchía fue vertiginoso. Cómo olvidarlo: El 24 de agosto de 1999, el Partido Convergencia por la Democracia (CD) y el Partido del Centro Democrático (PCD) anunciaron su candidatura. El 2 de octubre el Partido del Trabajo (PT) la hizo suya, y el 30 de octubre el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El 23 de enero del 2000, el Partido de Acción Nacional (PAN), y cuatro días después el Partido Verde Ecologista de México (PVEM). A finales del mismo mes, el Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN) y el Partido de Alianza Social (PAS) se sumaron a ese “tsunami” que anunciaba una era de luz, de esperanza, de grandes expectativas.
Esa fue, en su mejor momento, la Alianza por Chiapas.
La Alianza por Pablo.
Ocho fuerzas políticas para sacar del Palacio de Gobierno al PRI, que alertado por los sondeos de opinión y de intención del voto, urdió la candidatura de Mario Arturo Coutiño Farrera, por el Partido Democracia Social (PDS), en un intento desesperado de fragmentar los sufragios. Antes se habló de impulsar a “La Tigresa”, Irma Serrano, que ya jugó ese rol, en el proceso en el que se impuso Patrocinio González Blanco Garrido, a fuerza de no ir a elecciones sin contendientes.
Al final, Coutiño Farrera no obtuvo más del 1% de las votaciones, Sami David perdió la contienda, y Pablo Salazar asumió la gubernatura de Chiapas.
Pablo describía así a la Alianza por Chiapas: pacifista, defensora de los derechos humanos, partidaria de la libertad de expresión y de tránsito; promotora de la tolerancia política y religiosa.
Un discurso que se volvió plataforma, y ahí se quedó: como apostolado.
Para Pablo los dos principales problemas en el estado eran la ausencia de paz y el subdesarrollo brutal en todos los órdenes.
Ese era, en sí, el origen de “quienes se inconformaron con el sistema”, y que el 1 de enero de 2004 sorprendieron al mundo: “¡Ya basta!”.
El discurso de Pablo era incendiario, plagado de palabras altisonantes que anunciaban un cambio profundo, de estructuras.
Había que sepultar lo viejo para edificar sobre sus ruinas lo nuevo.
En una reunión que sostuvo con organizaciones sociales “de izquierda”, en las viejas instalaciones del INI, en San Cristóbal, habló de Fidel Castro, como “del comandante”, al que visitaría pronto.
Nunca lo hizo.
Quienes lo vimos en ese momento, Pablo Salazar Mendiguchía se asumía frente a los campesinos e indígenas adoctrinados como un aliado natural: si en el centro había ganado la derecha, el PAN, Vicente Fox; en el sur, en Chiapas, el triunfo tenía diferente faz: el discurso, otro, a la izquierda.
Claro, no dijo que a la izquierda de Fox, del aberrante centralismo, del presidente dador, del sunami privatizador.
Sus promesas de campaña fueron eso: promesas. Fortalecer las instituciones de la Sociedad Civil de Defensa de los Derechos Humanos y promover que los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) se conduzcan con pleno respeto a los derechos humanos.
Era el “ Mesías” del nuevo milenio ofreciendo curar todos los males de una sociedad arcaica, semifeudal, desigual, injusta, racista, brutal, en la que unos pocos, la llamada “familia chiapaneca”, se había apropiado de la tierra y el poder político desde la Colonia.
Era Antonio García de León y su “Resistencia y Utopía” en boca de Pablo Salazar Mendiguchía.
Era el que garantizaba la paz.
El eventual triunfo del PRI, de Sami David, encarnaba la prolongación de la guerra, según pregonaba él, que en cuatro años de mandato, sigue hablando solo ( solo él, solo de él), y encarcelando a campesinos, maestros, periodistas.
3
Pablo asumió como propias muchas de las proclamas del “subcomandante Marcos”, el líder visible del EZLN. Se comprometió a impulsar reformas constitucionales para democratizar las estructuras políticas de Chiapas: El plebiscito, el referéndum, la iniciativa popular, “para que, en un momento dado, los chiapanecos puedan decidir si sigue o no un gobernador”.
«Queremos que la sociedad vigile más», decía.
Pero nada de esto hizo. Propuso, en cambio, reformas constitucionales ante un Congreso del estado doblegado, sumiso, corruptible, que prosperaron sin mayor trámite: la denominada “Ley Mordaza”, la “Reforma Electoral”, que acorta el tiempo de precampaña y lacera facultades propias de los partidos al órgano árbitro de la política, el Instituto Estatal Electoral (IEE).
Pablo personificaba “la esperanza” para miles de chiapanecos, de los diversos sectores de la llamada sociedad civil, de los ocho partidos políticos y las diversas iglesias y cacicazgos regionales que coadyuvaron a su encumbramiento; de los organismos que dejaron de ser «no gubernamentales» y se convirtieron en «para-gubernamentales», favorecidos con el programa de «co-inversión” que traspasaron a diversas ONGs miles de dólares del erario público. “Dólar por dólar”.
En los albores, el «gobierno del cambio» tenía que demostrar su intención real de cambio. Y lanzó la primer embestida: arraigó al ex coordinador de Comunicación Social del gobierno de Albores, Manuel de la Torre, por la presunta malversación de recursos. Poco tiempo después fue liberado. Encarceló al ex gerente de la Comisión Estatal de Caminos, Arturo López Martínez, acusado de fraude, asociación delictuosa y ejercicio indebido de funciones. El ex director de Salud, Humberto Córdova Cordero huyó a Guatemala. Fue encarcelado el ex procurador de justicia, Eduardo Montoya Liébano. Poco tiempo después fue liberado. Encarceló al ex secretario de Desarrollo Rural, Librado de la Torre, y le expropió sus bienes. Filtró a los medios el presunto desfalco de millones de pesos de la Unach. Sindicó al meco Jorge Mario Lesie Talavera.
Pablo trataba de demostrar que el combate a la corrupción iba en serio.
Era una de sus cartas mayores, hasta que Socorro Zebadúa dimitió de la Contraloría General del Gobierno y de manera repentina viajó a los Estados Unidos.
Las auditorias quedaron en el aire.
Cerca de mil millones de pesos presuntamente malversados por los Ayuntamientos priistas, la Legislatura saliente y el Instituto Estatal Electoral (IEE).
¿Concertacesión o cambio?