El enemigo
Este monero siempre lo ha dicho: quienes más daño están haciendo al país son los ignorantes voluntarios. Son aquellos que deciden cerrar los ojos y tapar sus oídos cuando surgen las denuncias y los reclamos sobre las conductas impropias de quienes cometen abusos de poder, delitos y hasta crímenes. Desde su campaña electoral se advirtió que Andrés Manuel López Obrador era una persona que podría caer fácilmente en actitudes negativas que dañarían al país y a la autoridad que representa la presidencia de la República. (Ojo, veamos si cuando los hoy gobernantes sean oposición tolerarán las mismas conductas en un presidente de derecha).
Una de las frases que sintetiza el sentido de los ignorantes voluntarios de esa época era aquella que rezaba: “yo sé que vienen a robar, pero ahora quiero que me roben ellos”, en la que no dejaban duda de su complicidad como ciudadanos al elegir esta opción que hoy nos gobierna. Con bastante precisión se llegó a cumplir muchos de los pronósticos que se hacían sobre Andrés Manuel, y todavía hubo muchos que no esperábamos. Se dieron situaciones que hoy se consideran verdaderos crímenes de Estado que no podían preverse, ya que se le concedió el beneficio de la duda o simplemente la suposición de que se mantendría al menos sobre la base legal de nuestra nación, la Constitución política de los Estados Unidos mexicanos y las leyes que de ella emanan. Sí, lejos estábamos de sospechar que iba a atentar contra la ley y las instituciones. En este sexenio se realizaron verdaderos atentados con el pretexto de querer ayudar a los pobres o de combatir la corrupción. Mientras que los verdaderos beneficios a los pobres fueron ignorados, como las guarderías infantiles o los medicamentos contra el cáncer, y el combate a la corrupción que en realidad nunca se dio dentro de sus propias filas.
Así pues, hoy en plena temporada electoral en nuestro país, va más allá del cinismo el hecho de que el presidente no se acoja a la normatividad que le impide hacer campaña a favor de su partido. Las instituciones que le prohíben realizar estos quebrantos a la ley, él las ha infiltrado o de plano procede a ignorarlas por completo. Porque como él lo dice, su dignidad como presidente está por encima de cualquier ley. Esa, aunque se refiere al caso de la periodista norteamericana, es la declaración inicial de lo que podríamos llamar el periodo de autocracia e impunidad del pejelagarto. A este monero se le eriza la piel al pensar hasta dónde irá a llegar con esa actitud y los hechos con los que ha demostrado que respalda. Lo dicho, sabemos que prácticamente puede hacer cualquier cosa.
Hoy comenzamos a ver los frutos podridos de la mala hierba que creció en la silla presidencial y que mostró sus primeros brotes con aquellas declaraciones como “a mí no me vengan con que la ley es la ley” o aquella payasada de su inmunidad o escudo moral mesiánico, declarada por el científico que estaba a cargo de los esfuerzos contra la pandemia en nuestro país. Todo eso era el preámbulo a este momento álgido donde lo veremos atropellar sin duda los últimos bastiones de la legalidad, la democracia y el estado de derecho. Está en cada ciudadano la decisión de ignorar o no la destrucción de las columnas que sostienen este país o levantar la voz y exigir respeto a nuestras leyes e instituciones, como juró Andrés Manuel que lo haría.
Debemos decir fuerte y claro: “Señor presidente, saque las manos de la contienda electoral, deje de hacer campaña en favor de su candidata personal y pare el ataque a la candidata de oposición”, porque así son las reglas, Pejecito y tu juraste acatarlas. Cierre ya el pico.