
Visión financiera
A vuelta de correo
El 7 de mayo de 1932, un joven periodista campechano que publicaba una columna en El Nacional tuvo la audacia de reprender nada menos que a don Alfonso Reyes –en ese momento embajador de México en Brasil– por su “distanciamiento” de la literatura mexicana.
Y no sólo eso. Se permitió exponerle el “descontento” de un grupo de escritores -los futuros nacionalistas– porque según esto los “Contemporáneos” ni ponían interés en los problemas del país, ni volvían la mirada a la literatura de los grandes maestros mexicanos.
Han pasado casi cien años de aquel episodio en el que Héctor Pérez Martínez intentara llamar a capítulo al regiomontano universal en su columna “Escaparate” con el título “Monterrey: Gimnasia y alejamiento” y de la respuesta de Alfonso Reyes, que dio pie a un debate clave sobre la identidad cultural en la literatura mexicana.
En 1932 el periódico había perdido el apellido Revolucionario con el que nació en 1929 para convertirse simplemente en El Nacional. Para ampliar sus auditorios diversificó su oferta e incluyó la sección “Vida Literaria” a cargo de Pérez Martínez, quien había ingresado a los 20 años al periódico como corrector de estilo para después ser reportero, cronista parlamentario, jefe de información, columnista y subdirector.
En su columna “Escaparate” de aquella fecha Héctor escribió: “Dentro de sobres inexpresivos, Monterrey, correo literario de Alfonso Reyes, nos visita: notas sobre Góngora, charadas bibliográficas, la eterna cuestión de las aclaraciones al Cementerio marino de Válery, y una evidente desvinculación de México […] Y si es penoso contemplar el desarraigo de valores completos como Reyes, lo será, aún más, la comprobación del desligamiento de la juventud que está, contra su deseo, unida biológicamente a México.
“Reyes, que podría con sólo quererlo, convertirse en el ejemplo mismo de una tradición para la literatura nacional -a tal modo sabe conocerla hacia atrás y adivinarla hacia adelante- está prefiriendo atender, con una solicitud un poco intencionada, temas distantes de lo nuestro.
“Monterrey, así, se convierte en una gaceta inútil por más que de momento pueda traernos, como en el Discurso por Virgilio, las palabras austeras y más mexicanas del maestro.
“Da pena comprobar en este propio discurso, que Alfonso Reyes guarda todavía nuestros panoramas y nuestras verdades para experiencias ocasionales. El México que esquematiza de este modo, es aquel al que debiera dirigirse lo mejor del esfuerzo que representa Monterrey: pero Reyes quiere olvidarnos de propósito. En sus notas no hay sino débiles alusiones a la producción mexicana: alusiones incompletas cuando a él, más que a nadie, corresponde el señalar lo verdadero y lo falso, lo valioso y lo pésimo de esta generación equívoca, sabia en el truco unanimista y descastada en la promulgación de las todavía más equívocas enseñanzas morales de André Gide.
“A la literatura mexicana le está faltando una lección de virilidad en el más completo sentido humano: le falta también el conocimiento y la asimilación de nuestro gran espíritu aborigen. Reyes puede dar lo uno y lo otro”.
Reyes había comenzado a publicar su Correo literario en 1930 justo como una alternativa al centralismo cultural de la Ciudad de México y al estilo oficialista de medios como El Nacional. “Un modelo de crítica abierta, humanista y cosmopolita frente al modelo estatal y nacionalista dominante”. Lo concibió como una suerte de “taller literario por correspondencia” en donde se formaron muchos de los jóvenes escritores de las generaciones de los años 40 y 50.
Ignoro si Pérez Martínez lanzó su crítica motu proprio o si fue una directriz del director Luis L. León, un político de la “vieja guardia revolucionaria”, celoso guardián de los valores nacionalistas de aquellos regímenes, pero desde luego no faltó un alma caritativa que enviara el recorte de la columna al lejano Brasil, sin duda aderezado con algunos comentarios ad hoc.
Reyes no tardó en responder. Su “desvinculación” con México, le informó al joven periodista, no era más que una leyenda, un malentendido propalado por sus malquerientes, encerrados y aislados en pequeñas luchas de campanario. Se preguntó: “¿Qué tendremos los mexicanos que no podamos ir a donde todos los pueblos van? ¿Quién nos impide hurgar en el común patrimonio del espíritu con el mismo señorío que los demás?”
El reclamo del maestro movió al joven periodista y no tuvo empacho en ofrecer la más amplia disculpa pública:
“Debo a una generosa indiscreción de Guillermo Jiménez el saber que un comentario mío, aparecido en el periódico El Nacional, ha herido en usted varios sentimientos. No fue mi intención la de lastimar al hombre sino la de excitar al escritor. Usted ha dicho que se trata de una “noble aunque injusta inculpación”, y está en lo cierto.
“Pero si fue público el comentario, pública también hice ya la nota -que adjunto- por la que doy a usted amplia satisfacción.
“Tengo la evidencia de que hoy se inaugura entre nosotros una amistad tan firme corno desinteresada, en la cual, desde luego, pongo un cordial apretón de manos”.
Este ríspido inicio de una relación epistolar y personal que habría de mantenerse durante los siguientes 15 años, abonó el campo para el encuentro de dos espíritus si bien separados por la edad –el campechano contaba 25 años y 43 el regiomontano–, estaban equilibrados en su amor por México. De Reyes se dice que su figura amparó a todos los escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo veinte. El episodio con el joven columnista habla de que su influencia fue quizá mayor y más profunda.
Héctor Pérez Martínez, periodista y político, escritor, polemista e historiador, formó parte de una generación de intelectuales que orientaron su vida y su trabajo a transformar el rumbo del país durante la primera mitad del siglo XX. La suya fue una trayectoria ejemplar que arroja nueva luz sobre un tema frecuentemente desdeñado por la Academia de la historia: la relación entre periodismo, literatura y nacionalismo.
Aquel joven fue una rara avis en el panorama político e intelectual de su época. La política no lo apartó de las actividades intelectuales y creativas. Al contrario, puso éstas al servicio de aquéllas: inusual recurso hoy escasamente –por no decir casi nunca– visto.
Fue diputado federal por su natal Campeche y gobernador del estado. En la Secretaría de Gobernación fue oficial mayor, subsecretario y secretario del ramo. Si la muerte no lo hubiera sorprendido a los 42 años en Mocambo, Veracruz, muy probablemente habría sido candidato a la presidencia de la República.
En una entrevista poco antes de dejar el gobierno de Campeche, expresó al reportero que inquiría sobre su futuro: “Tengo 37 años y un oficio: el de usted, el periodismo”. Nótese que no expresó que su oficio fuera “la política”.
Pérez Martínez el periodista no se limitó a reseñar los acontecimientos de su tiempo. No fue “neutral” ni “objetivo”. Su militancia era con la pluma y a favor del esclarecimiento y la defensa de los valores humanos y mexicanos. Su intercambio epistolar y posterior amistad entrañable con Alfonso Reyes son muestra de ello.
“Héctor Pérez Martínez”, dijo el escritor Alí Chumacero, “fue un escritor dado a la polémica. Desde su columna ‘Escaparate’ –y él era profesionalmente y ante todo un periodista– solía procurarse opiniones a fin de cernir, mediante la discusión o el cotejo de creencias contradictorias, el significado de ciertos temas nacionales que despertaran la curiosidad e interés”.
Alfonso Reyes escribió de Pérez Martínez: “A quienes tuvimos la fortuna de tratarlo y de frecuentarlo, nos deja un imborrable y cariñoso recuerdo, así como en la vida pública de México señala un hito por su alta y ejemplar conducta de gobernante”.
Héctor Pérez Martínez cultivó la novela (Un rebelde; Querido amigo, dos puntos; Imagen de nadie; Juárez el impasible; Cuauhtémoc, vida y muerte de una cultura); el ensayo (Historia y crónica de Xac Xulub Chen; Fray Diego de Landa; Orígenes económicos de la guerra de castas; Piraterías en Campeche; Facundo en su laberinto; Trayectoria del corrido) y la poesía (A la sombra del patio; Se dice de Amor en cinco sonetos).
18 de mayo de 2025