Teléfono rojo/José Ureña
La cifra oficial es de escándalo; más de 83 mil mexicanos muertos a causa de la pandemia.
Pero si la cifra anterior es de terror –terror oficial–, las cifras reales de muertos por Covid-19 es el más escalofriante crimen de Estado en la historia mexicana; poco más de 300 mil personas han muerto en México, a causa de padecimientos vinculados –de manera directa–, con la pandemia.
Es decir, que miles de mexicanos han fallecido por la estulticia y la indolencia oficiales; miles de ciudadanos que en un gobierno responsable no debieron perder la vida.
¿Y cuál es la respuesta oficial ante lo que claramente aparece como la más escandalosa omisión oficial?
Sí, por increíble que parezca, la respuesta de las instituciones del Estado es el silencio, la simulación y la complicidad.
Por ejemplo, así respondió la mañana del pasado martes 6 de octubre, Hugo López Gatell, el encargado de la pandemia y quien nunca se ha parado en un hospital: “las personas que fallecieron, fallecieron, si es lamentable y doloroso, pero así es”.
En otras palabras, que, según el responsable del combate de la pandemia, “el que murió, murió” y punto final.
Así el cinismo de López-Gatell, ante el presidente y ante los mexicanos. Sin embargo –y a pesar de la confesión de un crimen de Estado–, nada ocurre, no reacciona nadie en el Poder Legislativo y menos en el Poder Judicial; poderes en los que impera la complicidad y la sumisión.
¿Y los culpables de miles de muertes que no debieron ocurrir; y la justicia, y las leyes, ¿y el respeto a la Constitución? Nada ocurre a pesar de que se trata de cifras de escándalo.
¿Y por qué insistimos en que son de escándalo las cifras de muertos por Covid-19 en México?
No sólo por lo evidente –la indolencia oficial–, sino porque se trata de atentados deliberados a la vida humana; crímenes de “lesa humanidad”, que se deben comparar con otros de su tipo.
Por ejemplo, las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki –el 6 y 9 de agosto de 1945 en territorio japonés–, costaron 240 mil vidas; 160 mil en Hiroshima y 80 mil en Nagasaki.
En México, en los primeros seis meses de la pandemia, han muerto poco más de 300 mil personas, según cifras extraoficiales. Y no son oficiales porque el gobierno de López Obrador altera los datos de manera deliberada.
Aún así, está claro que resulta más mortal un mal gobierno, como el de AMLO, que las armas de exterminio masivo, como la bomba atómica. Sí, por increíble que parezca y por absurdo que resulte.
Pero hay más.
Otro ejemplo es la Guerra Civil Española, en donde murieron 150 mil personas en ejecuciones sumarias. En México el número de muertos no oficiales por la pandemia es por lo menos el doble; rebasa las 300 mil víctimas. ¿Será que Obrador resultó dos veces más peligroso que Francisco Franco para la vida de su pueblo?
Una comparación más. La Guerra Cristera en México –que entre 1926 y 1929 enfrentó a los católicos y al Estado mexicano–, costó un total de 80 mil vidas; 50 mil soldados federales caídos y 30 mil civiles muertos.
Es decir, la misma cantidad de muertos en la Guerra Cristera –que duró tres años–, que por la pandemia que en seis meses reporta poco más de 80 mil vidas perdidas en el México del 2020, durante el gobierno de López Obrador.
Pero tampoco es todo.
La dictadura chilena, encabezada por el sátrapa Augusto Pinochet, costó la vida a por lo menos 40 mil personas; mientras que otra dictadura, la de Videla, en la Argentina de 1976, mató a por lo menos 35 mil personas.
Increíble; resulta que algunas de las dictaduras más sangrientas del sur del continente no arrojaron tantas muertes como el mal gobierno de López Obrador; gestión que en el mundo ya es visto como un gobierno que provoca crímenes de Estado.
¿Cuántas vidas más de mexicanos debe cobrar la pandemia, para que las mujeres y los hombres detrás de las instituciones del Estado reaccionen; para que se atrevan a exigir y aplicar justicia?
¿Cuánto tiempo más tolerará la sociedad mexicana la simulación y la complicidad criminal de esas mujeres y esos hombres, detrás de las instituciones del Estado?
Al tiempo.