Opinión/José Luis Camacho Acevedo
Algo grave está pasando en la élite política estadounidense con respecto al expresidente Donald Trump. A pesar de que se ha comprobado su radicalismo ultraderechista que raya en terrorismo desestabilizador, las estructuras políticas y judiciales no han sido capaces de confrontar y anular el espacio político del republicano.
A finales de enero, el New York Times detectó una imagen de Trump en su red internet Truth Social donde aparecía el expresidente con un broche con la forma de la letra Q, junto a una frase refiere de manera directa al movimiento QAnon o teorías de la conspiración: “viene la tormenta”.
A pesar de esos indicios de la utilización de las redes sociales para difundir mensajes desestabilizadores, la libertad de expresión podría estar facilitando mensajes que pudieran caer en el territorio del terrorismo mediático. El NYT reveló que Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, anunció que Trump sería readmitido como usuario luego de que se revirtiera su inhabilitación en Twitter, algo que la nueva administración de esta red ya dio por sentado. De cumplirse el regreso integral De Trump a las redes sociales, tendría a su disposición la posibilidad de comunicaciones con 5,000 millones de usuarios en Facebook e Instagram y de 300 millones de usuarios activos en Twitter, aunque no todos al servicio de Trump.
Usando el método de manipulación psicológica que privilegió el senador McCarthy en los años 50 para desatar una cacería de brujas anticomunista en el gobierno estadounidense y en el espacio del espectáculo de Hollywood, Trump ha potenciado el manejo de rumores o versiones para generar denuncias de conspiraciones contra demócratas y contra lo que caracteriza el Estado profundo liberal que logró con muchos trabajo impedir su reelección en noviembre del 2020, pero que no pareció haber minado la credibilidad del político republicano por su reposicionamiento electoral en el 2024.
El aparato político estadounidense había logrado abrir una fractura judicial muy importante con la investigación sobre el asalto al capitolio el 6 de enero del 2021, incluyendo un interrogatorio al expresidente Trump. Sin embargo, el mecanismo político-judicial no dio el paso al frente y las indagatorias que involucraron relativa responsabilidad de Trump en el asalto violento al Congreso quedaron en el vacío de decisiones.
En un documento dado a conocer por Yahoo!-News en agosto del 2019, el FBI advirtió que las teorías de conspiración –es decir: QAnon— eran consideradas de manera formal como “una nueva amenaza de terrorismo doméstico” que se mueve en el ámbito político pero que genera comportamientos sociales que afectan las relaciones políticas. Las preocupaciones de seguridad se confirmaron en la campaña electoral del 2020 y sobre todo en el asalto delCcapitolio en enero del 2021.
Inclusive, Trump logró meter en la campaña política de 2016 teorías de la conspiración que afectaron la tendencia electoral de la candidata Hillary Clinton, entre ellas la que ha sido indagada e inclusive en el ámbito académico de que existía una red internacional de tráfico sexual de niños que operaba desde el sótano de una pizzería en Nueva York, provocando que un ciudadano llegara con escopeta a tratar de desmantelar ese supuesto nido de pedofilia, aunque con la sorpresa de que la pizzería señalada carecía de sótano.
Las autoridades han tenido dificultades para precisar los ámbitos de competencia del terrorismo de las teorías de la conspiración porque detrás se esconde en grupos de filiación radical y ideológica y racial que tienen el objetivo de conquistar posiciones de poder y de desprestigiar a la política tradicional. Lo más grave del asunto es que estas teorías de la conspiración generan movilizaciones violentas de grupos radicales armados como milicia y que se mueven en función de una agenda política identificada de manera exclusiva con Trump.
El temor de las autoridades radica en dos puntos concretos: la utilización de las teorías de la conspiración como parte de la campaña que busca consensos a favor de la candidatura de Trump y los efectos sociales de los rumores en una sociedad que tiene facilidad para usar armas y que pudiera derivar ya en actos violentos de terrorismo.
Un caso al que no se le ha dado seguimiento fue el de la masacre en la escuela primaria Sandy Hook, porque el periodista radiofónico ultraderechista Alex Jones dijo que ese suceso había sido un engaño para que el gobierno federal incautara o prohibiera las armas de fuego, negando el sentido de la violencia. El locutor de radio fue encontrado culpable desde delito de difamación y está en proceso de pagar una demanda millonaria a los padres de los niños asesinados.
En su reciente reporte, el Departamento de Seguridad Interior registra la investigación del New York Times de que Trump se prepara a tomar por asalto las redes sociales de Facebook, Instagram y Twitter para utilizar esos espacios como parte de su campaña. Y en ese sentido se registra el símbolo encontrado por el diario en la fotografía de Trump con un broche con la letra Q de QAnon.
El modelo de las teorías de la conspiración como terrorismo o arma de guerra no es nuevo; el investigador Harold Lasswell encontró en 1927 la existencia de un cuarto campo de batalla en las guerras, además de la militar, la económica y la política: la propaganda. Y Trump ha sido un hábil comunicador de propaganda como parte de su discurso político que lo llevó a ganar la presidencia en el 2016 y sumar casi la mitad de los votos en el 2020, y de ahí la preocupación de que el inicio de la campaña presidencial de Trump para el 2024 se vaya a mover entre la propaganda y la conspiración.
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