
Indicador político
XI DOMINGO ORDINARIO
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
II Samuel 12, 7-10. 13: “El Señor te perdona tu pecado, no morirás”.
Salmo 31: “Perdona, Señor, nuestros pecados”.
Gálatas 2, 16. 19-21: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.
San Lucas 7, 36- 8, 3: “Sus pecados le han sido perdonados, porque ha amado mucho”.
Diariamente aparecen las noticias, entre el escándalo y la indignación, de constantes violaciones y agresiones contra las mujeres. Estos días Brasil se conmueve ante la violación masiva de una adolescente: “El ataque a esta adolescente es también el ataque a todas las mujeres”, expresan organizaciones indignadas. «Me siento una basura. El estigma es lo que me está doliendo más”, expresaba angustiada la adolescente. Pero no sólo es Brasil, es Veracruz, es Michoacán y muchos otros lados… y lo más triste es el silencio cómplice que envuelve las miles de agresiones y vejaciones contra las mujeres: violencia familiar, abandono, pederastia, discriminación laboral, esclavitud disfrazada, feminicidios. ¿Estará de acuerdo el Señor con nuestras actitudes?
Las lecturas de este día reflejan las posturas machistas y al mismo tiempo puritanas que no quedan en la historia pasada del pueblo judío sino que se hacen presentes en nuestras culturas. David condena enérgicamente la injusticia ajena pero no reconoce su maldad y su injusticia. “Ese hombre eres tú”, tiene que lanzarle a la cara el profeta Natán para que asuma su pecado. Es una realidad que duele. Todos reconocemos teóricamente la dignidad e igualdad de la mujer, pero no lo ponemos en práctica. Desde el mismo seno familiar se vive una situación de discriminación y de preferencias que casi siempre dejan en desventaja a la mujer por el solo hecho de ser mujer. Miremos con ojos críticos las condiciones en que viven la mayoría de ellas y nos daremos cuenta de esta realidad. Se cierran los círculos que atajan el progreso y el desarrollo para las mujeres. Se les confina al hogar no como opción sino como castigo; se les exige preparación pero se les niegan las oportunidades; se les quiere castas y puras, pero se les provoca y acosa. De los hogares que se disuelven, en un noventa por ciento, los hijos quedan a cargo de una madre sola; los niños nacidos fuera de matrimonio terminan bajo la responsabilidad de la mamá o de la abuela. La trata de blancas, el tráfico de niñas y niños, la prostitución, la pornografía, siempre acaban destruyendo a la mujer y convirtiéndola en un desecho de la sociedad. No obtienen ninguna remuneración y trabajan desmedidamente… ¿Qué estamos haciendo? Muy parecido a lo que hace David en el pasaje bíblico: condenando a los demás pero no dándonos cuenta de que nosotros estamos haciendo lo mismo. También a nosotros se nos puede decir: “tú eres ese hombre”.
En el pasaje de San Lucas, Jesús actúa igual que el profeta Natán: propone un ejemplo que parece ajeno a aquella situación que se está viviendo en torno a una mesa compartida. El fariseo pronto da soluciones y busca las respuestas más acertadas. Es curioso que responde bien a las preguntas pero no cae en la cuenta que está actuando mal: la mujer que él condena y juzga pecadora, ha obrado mejor que él y ha realizado todo lo que él debería haber ofrecido a su visitante. La condena se revierte y alcanza al acusador. Donde el fariseo solamente veía a una prostituta, Cristo descubre a una mujer, a una persona con sus derechos, con sus capacidades, con su servicio, con su dignidad. Cristo descubre mucho más allá del pecado, la posibilidad del amor. Cristo busca más allá de las apariencias, el corazón de una mujer sedienta de amor, pero con posibilidades grandes de amar. Lo han demostrado todos sus hechos: lavar los pies, besarlos y ungirlos, mientras que el fariseo se ha limitado, sí a hospedar a Jesús, pero no a recibirlo en su corazón. ¿Quién queda justificado? ¿Quién ama más?
El fariseo que parecía una persona religiosa, falta al respeto a quien no conoce y de quien no entiende su forma de vivir. Esto ocurría en tiempos de Jesús y sigue ocurriendo en la actualidad. La religión despreciaba a los pecadores, a los endemoniados, a las personas impuras, a la mujer en general. Jesús va contra corriente y a riesgo de ser condenado, defiende la dignidad de las personas. Jesús jamás desprecia a nadie. Las mujeres que lo acompañaban, según los criterios de su tiempo, eran merecedoras de todo desprecio, ya que se trataba de mujeres enfermas, pecadoras y endemoniadas. En cambio entre los seguidores de Jesús tenían un lugar que les era respetado con toda dignidad. Así nos muestra que a la mujer no se le puede reducir a ocupar un puesto secundario ni en la sociedad ni en la Iglesia, ni en el mundo. Jesús va contra corriente, los rabinos excluían a toda mujer de su círculo. Jesús mostró en todo momento una actitud radicalmente distinta a la del judaísmo oficial. Fue una actitud sin prejuicios, abierta, liberadora.
Este modo de actuar de Cristo nos tiene que hacer reflexionar. Desgraciadamente muchas veces nosotros, cristianos, adoptamos actitudes discriminatorias. En la antigüedad, las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían. Sin embargo, esa tarde una prostituta escucha las palabras de absolución y de canonización, porque ha hecho el gesto sacramental, ha expresado su decisión de cambiar de vida. Así se coloca a la cabeza del Evangelio. ¿Qué otra cosa pueden significar las palabras de Cristo: “tus pecados te han quedado perdonados”? ¿O lo que después añade: “Tu fe te ha salvado”? Así, Cristo cambia en un solo instante toda la discriminación y marginación de la mujer. Y de paso nos deja fuertes cuestionamientos sobre la situación de la mujer en nuestro mundo y en nuestra Iglesia. ¿Cómo la tratamos? ¿Cómo la respetamos y cómo valoramos su dignidad? ¿Qué opciones de verdadera participación y decisión tiene en la sociedad y nuestros ambientes?