Abanico/Ivette Estrada
Los priístas me dan risa
Si la política no fuera una actividad muy seria porque de ella depende la ciudadanía, la denuncia de fraude que hizo ayer el diputado plurinominal Carlos Mario Ramos podría considerarse mal chiste. El ex militante del PVEM no era el indicado para hacer recriminaciones: su trayectoria tachada por señalamientos en su paso por el PRI le restan sustancia a su “acusación”.
En las elecciones extraordinarias para presidente municipal de Centro de 2016, el legislador fue uno de los operadores de la campaña de la malograda candidata Liliana Madrigal.
Tras la derrota, a Ramos se le acusó de haberse quedado presuntamente con los recursos que no bajaron a las estructuras para la movilización.
Después de ese fracaso, el personaje logró que la corriente del exgobernador Roberto Madrazo Pintado le abriera las puertas del partido verde, que gracias a ese “padrinazgo” lo hizo congresista por el principio de representación proporcional.
Carlos Mario no solo llegó a desplazar a los cuadros pevemistas que buscaban la plaza pluri, sino que también se le fue encima al PRI, acusándolo de ser “lo peor” de la política nacional.
Ello, pese a que ya había constancia de que el partido de la familia Madrazo es una organización que ansía el poder por el poder con los gobiernos en turno sin ningún asomo de ideología.
Esto es, si Ramos denunciaba por corrupto al tricolor en aquellas fechas, ya para entonces el PVEM no tenía fama de hermanita de la caridad, sino todo lo contrario.
En esta Legislatura Ramos se llevó la diputación verde al PRI, partido al que le había endilgado señalamientos que hacen palidecer a cualquiera y que ahora le redirige al primo-hermano del tricolor.
Por razones que solo conocen él y el presidente estatal priísta, Dagoberto Lara Sedas, el susodicho regresó al Revolucionario Institucional con una salva de aplausos, como si se tratara de un cuadro político con las mejores cartas de presentación.
El instituto del que dijo bajezas lo recibió como si se tratara de un activo del que deben estar orgullosas las organizaciones que lo acogen.
En su momento, en esta columna se afirmó que la vuelta al PRI de Ramos le iba a causar un daño tremendo a este partido, pues rompieron con la directiva los aspirantes a diputados por el distrito que le sirvieron en bandeja al saltimbanqui.
Y así fue: no solo protestaron por esa inclusión, sino que dejaron las filas priístas a manera de rechazo al “dedazo” que una vez más, en un período muy corto, encumbró a Ramos.
La derrota de Ramos era esperada: no nada más le afectaba el descrédito de la marca, sino que también llevaba a sus espaldas la animadversión de excompañeros suyos que consideraron su candidatura como una imposición a favor de alguien que ya había traicionado una vez al tricolor.
Las imputaciones de fraude electoral que le hace al partido en el gobierno quedan como un grito mudo: si alguien carece de prendas para hacer acusaciones de desaseo político, es precisamente el legislador que ya una vez se fue del PRI con delaciones a este y que llegó al PVEM a desplazar a la militancia y que al acabársele su dieta legislativa, hoy despotrica contra la formación de la familia Madrazo y vuelve a la carga contra los dirigentes priístas.
Protegido por la corriente a la que se le comprobó haber gastado 80 millones de dólares en la campaña para gobernador de 1994, Ramos ahora se llevó entre las patas a la fuerza que le dio la curul verde que se llevó a la bancada roja.