
Visión financiera/Georgina Howard
Deepfakes al desnudo
Por Ivette Estrada
La tecnología basada en inteligencia artificial que permite modificar imágenes y videos de manera hiperrealista, que sustituye rostros o crea escenas falsas, se llama deepfake.
El camuflaje, máscara o “engaño” se empleó desde siempre en la cinematografía, educación o entretenimiento. Sin embargo, ahora reviste intereses oscuros en la construcción -o pulverización- de la reputación.
Esto no es nuevo. Antes de la inteligencia artificial, ya existían formas de alterar la percepción de la realidad mediante diversas técnicas como la edición fotográfica manual, montajes cinematográficos, propaganda y manipulación mediática e incluso el ilusionismo y la magia.
Stalin borraba a sus enemigos de las fotografías oficiales, National Geographic alteró imágenes de las pirámides de Giza para que estuvieran más cerca entre si y se acomodaran mejor en su portada mientras el rostro de Abraham Lincoln se traspuso al cuerpo del político estadounidense John C. Calhoun.
De los nuevos usos del truqueo de imágenes y videos pueden dar cuenta los votantes eslovacos, que escucharon el audio falso de un candidato que hablaba de manipular las votaciones y aumentar el precio de la cerveza.
Hoy el límite entre realidad y virtualidad parecen diluirse. ¿Qué es verdad y mentira? La pregunta es exagerada: La idea de que Internet está inundado de imágenes y videos falsos difíciles de detectar simplemente no es cierta. Los deepfakes de vídeo convincentes son muy difíciles de hacer. Requieren una inmensa cantidad de tiempo, recursos y habilidad.
No se limita a colocar un algoritmo a un video. Incluso para un deepfake de solo voz, se tendría que comenzar con el conjunto de clips (muestra breve de sonido) que no tengan ruido de fondo y que se hablen en el tono correcto para generar un deepfake convincente.
Entonces, si los deepfakes perfectos requieren tanto esfuerzo para crearse, no existirán infinidad de medios sintéticos indistinguibles de la realidad.
Y aquí surge una herramienta no imaginada para develar al deepfake: intuición. Si, aunque suene paradójico en medio de la alta tecnología empleada en este momento, una capacidad eminentemente humana es la que nos “instruye” acerca de la veracidad o no de una imagen o un video.
El mero hecho de ver o escuchar los medios en línea de manera más atenta, permite aprovechar la propia intuición y reducir las posibilidades de creer a un deepfake.
El clérigo Thomas Fuller sintetizó este conocimiento intuitivo como “ver para creer, pero sentir es la verdad”.
Por otra parte, la alfabetización digital y enseñar a las personas a usar las herramientas de IA y jugar con ellas, puede ayudarlas a comprender de qué son capaces las herramientas y dónde se quedan cortas, lo que hace que las personas detecten mejor las falsificaciones cuando surgen. Las corazonadas y conocimientos son quienes logran desnudar a las deepfakes.