Libros de ayer y hoy
Adiós 2024
Por Ivette Estrada
Desde Navidad aparece un clima de certidumbre y certeza que se impone a los vericuetos de la agenda pública. Es una tregua contundente y silente en la que asumimos otra oportunidad y nuevo principio de vida.
Fin de año es reflexión y nueva era que estará marcada por las reflexiones y vivencias. Se apaga la estridencia de celebraciones estereotipadas y emerge el soliloquio más contumaz. La vieja pregunta sobre nuestro sentido de vida aparece. Es la lucecita centellante y eterna que reaparece en los parteaguas de vida: ¿por qué estoy aquí? Y en torno a nuestra misión de vida o Contrato Sagrado gravitan nuestros momentos trascendentales y nimios.
Los tres sellos, vida, muerte y tiempo, a finales de año parecen cobrar un mayor protagonismo, por ello una nostalgia persistente y acuciosa, aunada a la celebración, el sentido de unidad y la esperanza que no se restringe a los credos cristianos. Materialmente es preludio de primavera.
La larga noche se desprende. De la magia nocturna solo permanecemos nosotros, los seres hechos de polvo de estrellas. En el nuevo año que reaparecerá en el calendario generaremos una proeza que nunca logramos antes.
Puede tratarse de algo tan maravilloso y único como recitar las tablas de multiplicar a un niño, componer una canción con la imaginación, hablar con Dios en el patio de la casa, pintar una barda, confeccionar una galleta o arreglar un mueble…
En la medida que nos reconocemos como seres únicos, con una trascendental misión de vida, aprendemos a valorar las pequeñas acciones, los momentos que forjan nuestra historia. Abrazamos la idea que lo importante no es lo que nos divide del resto de los seres, sino lo que nos hermana con ellos.
El éxito, entonces, ya no es una sarta de elogios y banalidades sino el recocijo íntimo de la serenidad y gratitud.
Termina el año. Los diarios nos endilgarán una serie de hechos contundentes transcurridos en ese lapso. Pero en realidad, lo que queda, es el auto concepto, todo aquello que nos permitió transmitir a los demás conocimiento, felicidad, esperanza o alegría.
Bendita la paz que está dentro de cada uno, la proclividad a perdonar errores y omisiones de otros y nosotros. Bendita nuestra libertad de respirar e imaginar.
Que en este prefacio del nuevo año, en cada uno de nosotros existe gratitud y memoria, que honremos nuestra vida y raíces, que nos confiramos el don de amar. Y Dios, cualquiera que sea su nombre, guie nuestra vida.