Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
La fiesta no termina con el año, al contrario, aún faltan los cantos y bailes regionales, última etapa de la borrachera política, después de la exaltación de los valores de la amistad, y antes de las “entregas” y “devoluciones”…
Ay de aquel que se quede sin pareja.
Panistas y perredistas se perfuman para el festín de festines; por lo pronto hacen compromiso para danzar juntos en Zacatecas, Durango, y seguramente en la mayoría de los doce estados donde habrá elecciones de gobernador en 2016. Se dan por hecho alianzas clave en Puebla, Sinaloa, Tlaxcala, Veracruz, Tamaulipas… y sumando.
Este cuento no termina… y va de nuez.
La única consigna de esas uniones de conveniencia entre azules y amarillos es pegar con todo a los tricolores; el resultado de eventuales triunfos electorales nada tiene que ver con sumar talentos para hacer mejores gobiernos. Eso es cursi.
Unir fuerzas para ganar a como de lugar más y más votos, más y más poder y desde luego más y más cuantiosas prerrogativas multimillonarias es lo único que rifa.
Si la izquierda y la derecha tienen principios y propuestas antípodas da lo mismo; si chocan las visiones sociales y económicas no importa; si la revoltura de proyectos nos lleva a la nada, es lo de menos.
En la política ultra pragmática solo importan los arreglos aunque sean contra natura.
Ejemplos sobran…
La experiencia aliancista en Oaxaca, Guerrero y Sinaloa –sólo por mencionar algunos– documentan el fracaso del oportunismo.
Tampoco olvidamos que en muchos casos, PAN y PRD, en el colmo de la ambición desbordada por el poder, han llegado a postular a priistas resentidos para combatir el fuego con más fuego; recordemos el pavoroso caso de Ángel Aguirre Rivero, precisamente en Guerrero.
En respuesta al concubinato perrepanista proclamado, Manlio Fabio Beltrones regala veneno navideño; dice que no tiene miedo a los opositores; se burla por sus intentos de catafixia, al estilo Chabelo. Al líder tricolor no le faltan razón y pasión, aunque habría que cuestionarle el derecho a lanzar la piedra y esconder la mano cuando su partido mantiene una criticada alianza lucrativa con partidos impresentables, uno verde desteñido y el otro azulado.
Total, a estas alturas, la ética política es un accesorio innecesario.