Abanico
VER
En una parroquia organizaron una misión, para llevar la Palabra de Dios a las casas. Una persona quiso participar, pero le dijeron: Tú no, porque no eres de nuestro grupo, de nuestra comunidad.
En otras partes, unos a otros se juzgan, se condenan y se excluyen, porque viven de otra forma su fe, como si hubiera una sola manera de ser creyentes. Incluso se ven orillados a construir ermitas aparte, porque no les permiten participar en las celebraciones comunitarias. Se sienten marginados, sin atención sacramentaria, sólo porque pertenecen a un movimiento eclesial, o porque les gusta determinado estilo de cantos y de oraciones, que a otros no les simpatiza. Tuvimos casos en que se les negaban los sacramentos, sólo porque ya no pertenecían a una organización, o porque habían cambiado de partido político.
La pluralidad religiosa es particularmente difícil en comunidades indígenas, donde antes estaban acostumbrados a que todos eran del mismo partido, de la misma organización, de la misma religión; no se toleraban las diferencias, sino que se castigaban con multas, la cárcel y hasta la expulsión. Hoy, esto está cambiando, pues la movilidad social les obliga a replantearse sus costumbres, que en muchos aspectos no toma en cuenta los derechos individuales de las personas.
¿Hay una sola forma de ser católico, de ser creyente? ¿Hay una sola forma de ser discípulo de Jesús?
PENSAR
El Papa Francisco nos dice: “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también entre cristianos! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial.
El mundo está lacerado por las guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros, para que el mundo crea» (Jn 17,21). ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.
A los que están heridos por divisiones históricas, les resulta difícil aceptar que los exhortemos al perdón y la reconciliación, ya que interpretan que ignoramos su dolor, o que pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae. Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?
Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor. ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!” (EG 98-101).
ACTUAR