Abatir la impunidad, la madre de todas las batallas
No se haga ilusiones. Ambos combustibles seguirán igual de caros. La reforma energética no reducirá los precios, si acaso frenará los aumentos, pero eso no va a ocurrir de la noche a la mañana, y menos a corto plazo.
Las razones son complejas. Dependen de la buena aplicación de las nievas reglas, de la inversión por venir, de la competencia, de los tiempos fijados en la ley y de la modificación del esquema de subsidios, entre otras cosas. Permítame explicarlas de manera sencilla.
Los precios de luz y gasolina dependen del gas.
En realidad, la oportunidad de que la reforma energética se convierta en algo positivo para la economía es que haya mucho gas natural disponible para empresas, familias, y eventualmente automóviles, para lo cual hacen falta gasoductos suficientes. No sólo se trata de abrir a la competencia la extracción del combustible. De poco servirá explotar las enormes reservas de gas acumuladas en el subsuelo si no existen las vías adecuadas para hacerlo llegar a todos los rincones del país.
Para ello, el Gobierno de la República pretende construir 10 mil kilómetros de gasoductos con dinero nacional y extranjero. Tiradores hay. De hecho, compañías como la brasileña Odebrecht ya trabajan en el proyecto denominado Los Ramones que busca transportar el energético importado desde Estados Unidos… donde también sobra.
Cuando despegue la industria del gas, el combustible barato facilitará la producción de energía eléctrica barata. La oportunidad existe desde el momento en que la unidad térmica de gas (BTU) se paga a 4 dólares, en México, mientras en China cuesta más del doble, en Europa, cuatro veces, y en Japón, cinco más. Pero primero, para sacar ventaja económica del gas, el país deberá transformar las viejas centrales eléctricas que emplean energéticos más caros, como el combustóleo.
Sin embargo, para el 98.5 por ciento de los hogares, los recibos de la luz difícilmente llegarán por menos. No habrá una baja de tarifas, porque la enorme mayoría de los mexicanos gozamos de precios subsidiados, es decir, no estamos pagando lo que en realidad cuesta generar y distribuir la corriente eléctrica.
En contraste, la industria y el comercio si están pagando el costo real, y es probable que un abasto mayor de gas natural, a precio barato, permita pagar menos por la electricidad, lo cual se traducirá en una reducción de costos operativos, mayor competitividad, mejores posibilidades de inversión y creación de más empleos. Eso es más que suficiente… aunque tarde un lustro en hacerse realidad.
El caso de la gasolina es aún más complicado. Los gasolinazos mensuales, que hemos padecido desde hace seis años, seguirán hasta 2015, y después vendrán incrementos empatados con la inflación.
La competencia en la distribución del combustible tardará en llegar. Será hasta 2018 cuando las grandes empresas internacionales –Exxon, Shell, Chevron, Petrobras, Repsol, BP, etc.– puedan instalar sus gasolineras en capitales y ciudades grandes, primero, y en pueblos y carreteras, después. Sin embargo, los precios de la oferta serán muy semejantes. Habrá más combustible, y más opciones para comprarlo, pero los costos de producción y distribución no cambiarán gran cosa para los consumidores.
También es muy temprano para presumir el beneficio de la extracción petrolera en aguas profundas. Para horadar 6 mil kilómetros del fondo submarino, y sacar el primer barril, habrá de pasar cuando menos una década.
Total. La energética es una reforma muy compleja que cambiará la industria, la dinámica de las empresas paraestatales, y las reglas del juego del mercado. Los primeros grandes beneficios repercutirán en la macro economía, y de ahí, a largo plazo, entre los mexicanos de a pié.
La clave estará en aplicar las nuevas normas con rigor, para ordenar, sin sospecha, los procesos imparciales de licitación, las inversiones por venir, y la competencia con transparencia. Mientras, llamemos a la paciencia.
ARDIENTE: Casi tanto como arde Sonora de tanto calor, la batalla ideológica por la energía, incendia curules y escaños en el Congreso; las cenizas se esparcen sobre la tumba de la Revolución Mexicana, alegan los pesimistas ante los optimistas desaforados.