Teléfono rojo/José Ureña
Videgaray propone, el Congreso dispone, viene la realidad y todo lo descompone…
Al Secretario de Hacienda otra vez no le salen las cuentas. El 3.9 por ciento de crecimiento proyectado para este año es un sueño imposible.
Lo saben banqueros, analistas y el propio funcionario quien sólo espera los números fríos del INEGI –que ubicará la tasa del PIB entre y 1 y 2 por ciento anual– para justificar otro ajuste a la baja de las expectativas económicas. Espérese al viernes.
De hecho, Banco de México se adelantará hoy al anunciar una esperanza de crecimiento entre el 2.5 y el 3.5 por ciento; para el ex secretario de Hacienda, Guillermo Ortíz, la proyección es de 2.7 por ciento. A fin de cuentas los numeritos de unos y otros muestran una especie de acción inercial… impulsada por el “airecito”.
Según el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP), el país se encuentra en recesión; las autoridades se niegan a aceptarlo. Otros menos radicales hablan de desaceleración o estancamiento.
Los términos son lo de menos, lo importante es que a nuestro país aun se lo carga el payaso financiero.
Con 18 meses del sexenio cumplido, seguimos esperando el ansiado despegue mientras el desempleo sigue rampante, las inversiones detenidas y las esperanzas dormidas.
Desde el sector oficial podría recurrirse al viejo argumento de los factores externos. Por ejemplo: el crudo invierno norteamericano frenó la producción y la dinámica económica cuando apenas comenzaban a encarrerarse el ratón.
Pero sin duda, gran parte de la responsabilidad del sentón económico radica en las decisiones e indecisiones del Gobierno y el Congreso.
La reforma fiscal aprobada el año pasado solo ha traído incertidumbre, inhibido la inversión y detenido el consumo; sólo ha creado medio millón de empleos… lejos del millón 300 mil tan necesarios.
En términos llanos, con las nuevas reglas fiscales el aparato del Estado Se hace de más recursos a cambio de quitar a empresarios y ciudadanos comunes parte importante de un ingreso que podría destinarse a nuevas inversiones o a subir el nivel del consumo interno.
El lado positivo de la ecuación consistiría en la canalización de recursos gubernamentales a proyectos productivos. Las cifras oficiales, muestran un importante incremento del gasto público respecto al año anterior, sin embargo, la maquinaria burocrática del país funciona como un gotero y no como una manguera a presión. Una vez aprobadas las partidas presupuestales cada peso ha de recorrer un intrincado camino que a fin de cuentas retrasa su aplicación.
El otro factor de incertidumbre son las reformas estructurales.
El optimismo desatado por los cambios constitucionales se ha desvanecido con la discusión de las leyes secundarias en materia energética y de telecomunicaciones. La falta de acuerdo desata sospechas, los señores del dinero aguardan expectantes el resultado de la negociación legislativa. Si las reglas no salen, o salen mal, las famosas inversiones en petróleo, gas y telefonía volaran como las golondrinas a mejores tierras.
Hasta hoy el discurso ha sido suficiente para mantener la atención y el optimismo relativo de empresarios, banqueros e inversionistas, pero la saliva se acaba, la paciencia se agota y la realidad se impone.
El ajuste a la baja que anunciará pasado mañana el doctor Videgaray cotizará la espectativa de crecimiento entre 3 y 3.2 por ciento… síntoma inequívoco de otro semestre perdido a menos que de aquí a diciembre la economía despabile y pegue un brinco espectacular… lo cual se estima punto menos que imposible.