Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Del Paso y la crisis de los intelectuales
Cada determinado ciclo político e histórico, el tema de coyuntura es el del deber de los intelectuales. En medio hoy de una severa crisis de proyecto histórico de México, los intelectuales –escritores con preocupaciones sociales– perdieron no sólo el rumbo sino los referentes de la realidad.
Las declaraciones del novelista Fernando del Paso al ser reconocido con el Premio Cervantes –algo así como el nobel de lengua castellana– fueron un reflejo del abatido pensamiento crítico de los intelectuales: sólo su preocupación por el presente y destino de México, su queja, nada más.
Muy atrás han quedado los textos polémicos de escritores como José Revueltas, Octavio Paz, Gabriel Zaid, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y muchos otros. Y bastante más lejos los desplegados de intelectuales ante la crisis sindical de 1958 y durante el movimiento estudiantil de 1968: los intelectuales tomando posiciones criticas frente al poder, al Estado, a la política, al gobierno y a la realidad.
O los intelectuales están cansados o ya no hay intelectuales como inteligencias críticas; así, el pensamiento intelectual entró en colapso con la realidad. O peor aún: la realidad que entendían los intelectuales ya no existe y por tanto los intelectuales estarían cambiando la critica por la expresión de la queja o la preocupación.
La realidad que entendían los intelectuales fue la del Estado priísta y el pensamiento histórico. Echeverría logró la participación de los intelectuales en la política, pero no para el cambio sino para su propia legitimación posterior a Tlatelolco: el crítico Carlos Fuentes le aceptó la embajada de México en Francia; Carlos Salinas de Gortari convirtió a los intelectuales en instrumentos de cultura oficial para la modernización: Héctor Aguilar Camín, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Zedillo desdeñó el pensamiento intelectual, Vicente Fox fue el anti-intelectual por excelencia y Felipe Calderón se despreocupó por la cultura. Enrique Peña Nieto regresó al PRI a la presidencia pero ya sin la política cultural del Estado intelectual.
Los intelectuales fueron el espacio de debate sucedáneo en un sistema autoritario, estatista y de cultura histórica hegemónica. Los textos de Daniel Cosío Villegas, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis suplantaban la lucha de clases. La oposición real –el PAN, el Partido Comunista y después el PRD– se cerró a los intelectuales críticos al sistema, al régimen y al Estado, a veces cometiendo el mismo error del PRI: hacer legisladores a los intelectuales y en algunos casos convertirlos en funcionarios.
La distancia del Príncipe que aconsejó Octavio Paz en 1977 como una forma de utilidad fue desdeñada por los propios intelectuales. La dependencia del Estado vía el Conaculta y las becas para crear provocaron que el intelectual se olvidara del motor creativo: el hambre y su efecto sobre la realidad analizada. Por la vía de las becas casi todos los intelectuales son orgánicos en el enfoque anti Gramsci: no el liderazgo cultural para el cambio sino el sometimiento a la realidad oficial. Hay intelectuales que despotrican contra el Estado –como el poeta Javier Sicilia–, pero cada mes cobran su beca en una ventanilla del Estado.
La crisis del pensamiento intelectual es corresponsable de la crisis de opciones históricas de la república.
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