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Indicador Político/Carlos Ramírez
Todo proceso de reformas se mide no por el alcance o el proceso de aprobación sino por sus resultados. Las reformas salinistas prometieron un México más justo y equitativo y a la vuelta de veinte años el país es más desigual e injusto. El destino final de las reformas peñanietistas podría ser el mismo si el presidente de la república no instrumenta tres reformas urgentes y complementarias: del modelo de desarrollo, de la estructura corporativa del Estado priísta y de la política económica hasta ahora estabilizadora.
Las reformas de los dos primeros años políticos del presidente Peña Nieto fueron, si se quiere encontrar un concepto preciso, procedimentales; es decir, de funcionamiento de las estructuras, derribando barreras y abriendo nuevos caminos. Pero falta la puesta en marcha de esas reformas para que tengan tres efectos fundamentales: empleo, salarios y cobertura social.
El problema que enfrentará la reforma de estructuras de poder –que no reformas estructurales productivas– es de voluntad política. Por ejemplo, no se puede emprender la reforma integral al campo de la mano de las Confederación Nacional Campesina, la estructura corporativa del PRI, porque la CNC es un instrumento de control social de los trabajadores campesinos y porque se sometió a las intenciones de Salinas de Gortari de privatizar el ejido. Hasta ahora, la CNC fundada por Lázaro Cárdenas ha servido como trampolín político para medrar a costa del sometimiento de los campesinos.
La reforma energética ya se está topando con los intereses del sindicato petrolero y el poder de éste para fortalecer a la fantasmal Confederación de Trabajadores de México, la CTM que fue dominada directamente por Fidel Velázquez durante cincuenta años para subordinarlo al modelo de producción capitalista. Y hasta donde se tienen detalles, la reforma aprobaba mantiene la vigencia del sindicalismo priísta.
A la reforma del presidente Peña Nieto le falta un nuevo modelo de desarrollo para reorganizar la producción, un nuevo Estado para pasar del paternalismo y el control social a la supervisión del funcionamiento de las empresas y una nueva política económica que rompa con la herencia del control salarial del salinismo y convierta al salario en el detonador del bienestar social.
Las estructuras corporativas del PRI que fueron inventadas por el presidente Lázaro Cárdenas para fortalecer al Estado, al partido y al sistema presidencialista son los principales obstáculos para que las reformas se conviertan en dinamismo productivo. Sin embargo, la transformación del sistema corporativo no aparece en el plan de vuelo de las reformas ni en la gestión del poder presidencial. El PRI seguirá manteniendo el control corporativo de las clases, incluyendo a la empresarial, y la liberación productiva sólo beneficiará a las empresas extranjeras.
La otra clave del desarrollo se localiza en la necesidad de liberar el sistema productivo para abrir los cuellos de botella que impiden el crecimiento alto, sostenido y sano. Las reformas salinistas, como se ha insistido aquí, sólo llevaron a una tasa promedio del PIB anual de 2.7% a lo largo de veinte años, apenas para atender al 40% de la población en empleo. La tasa necesaria para repotenciar el desarrollo es de 6.5% y las metas de las reformas peñanietistas se estacionarían en 5%.
La razón se localiza en los cuellos de botella. El sistema productivo estatal, sindical, partidista y de inflación impide crecimientos altos por el temor a la inflación. El costo sindical que beneficia a líderes es un cuello de botella. La baja calidad de los productos para maquinaria y equipo impide el funcionamiento de la producción. Los egresados del sistema educativo medio y superior son incapaces de una competencia para la innovación.
El sistema político priísta no ha podido generar un debate en torno al cambio ideológico que se requiere. Ahí está la Sección 22 de maestros, ante la pasividad de la Secretaría de Educación Pública, adelantándose en una contrarreforma revolucionaria que afectaría el papel de la educación para la producción. Se trata de un viejo rezago de cuando los maestros eran los apóstoles de la ideología de la Revolución Mexicana cardenista. Así, la reforma educativa va por un lado y la sindical por otro.
La reforma del Estado priísta y del PRI es urgente para lograr la compatibilidad que necesitan las reformas estructurales. Ahora mismo el sindicato petrolero, que responde a su dependencia pública, va a convertirse en un obstáculo para la liberación energética. Ese sindicato lo creó Cárdenas para ser el guardián del enfoque revolucionario del petróleo.
En el corto plazo el Estado priísta y el PRI se convertirán en un cuello de botella para la producción y en un obstáculo para las reformas. El control corporativo sobre los sectores no ha servido para modernizarlos a fuerzas sino para atemperar el efecto de las reformas. Una cosa es que los legisladores salidos de las corporaciones voten por las iniciativas de reformas estructurales y otra que las hagan efectivas en sus organizaciones a costa de perder beneficios para sus oligarquías dirigentes.
La gran reforma que podría engarzar todas las reformas y de paso hasta revitalizar las reformas salinistas es la de las estructuras de poder del Estado priísta y del PRI como su brazo operativo. Pero hasta ahora no se ve que haya alguna iniciativa o alguna intención. Pero sin esa reforma, las reformas podrán llevar el PIB a 5% pero no servirán para convertir a México en una potencia económica mundial.
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