Libros de ayer y hoy
Aunque a la Revolución Mexicana comenzaron a darla por muerta desde 1931, el saldo político e histórico de las leyes secundarias en energía fue la liquidación del último bastión ideológico nacionalista del movimiento revolucionario de 1910: el petróleo como símbolo del proyecto de Lázaro Cárdenas.
El PRI del siglo XXI, heredero de los valores ideológicos de la Revolución Mexicana, no sólo nada hizo a favor del simbolismo de Cárdenas, sino que por el contrario fue el defensor de la propuesta presidencial para desestatizar el petróleo y dar por terminado el valor histórico e ideológico del petróleo. El PAN fue el pivote que apuntaló la iniciativa del PRI. Y el PRD resultó insuficiente para defender el cardenismo y la propiedad absoluta del petróleo en manos del Estado.
En los debates, el PRD equivocó el discurso porque se dedicó a bloquear los argumentos priístas-panistas con tecnicismos y sólo al final sacó la figura de Cárdenas y el significado político de la acción expropiatoria. El problema fue el método de discusión de las iniciativas: todo se resolvió en comisiones, el PRI armó una mayoría absoluta de 75% de votos con el PAN y el PRD no pudo reventar la aprobación desde su 25%.
Pero lo más importante fue el significado político. El petróleo era el último bastión del proyecto ideológico de la Revolución Mexicana, después de que en 1991 el presidente Carlos Salinas de Gortari sacó a la Revolución del discurso del PRI y metió el gelatinoso liberalismo social. Los sectores historicistas del sistema se atrincheraron en el discurso político sin entender la lógica de las modernizaciones, en tanto que la alianza PRI-PAN logró imponer la agenda de la modernización como eje de las reformas.
Hasta antes de las reformas, era referencia común decir que el presidente mexicano más venerado después de Benito Juárez era Lázaro Cárdenas. Pero de la veneración a la validez de su proyecto hay un largo trecho. Cárdenas se convirtió, en el modelo de Norman Mailer, en un “héroe existencial” en donde la existencia es más valiosa que la esencia. Pero a lo largo de setenta y cuatro años, del fin de su sexenio en 1940 a la aprobación de la reforma energética la semana pasada, Cárdenas fue un símbolo y no un proyecto.
Y ahí los cardenistas debieran de fijar con precisión el objetivo del reclamo. Cuauhtémoc Cárdenas se convirtió en el guardián de la memoria de su padre y de su legado histórico, pero no fue capaz de diseñar un proyecto político a partir de las propuestas revolucionarias de su padre. El PRI utilizó el simbolismo de Cárdenas hasta 1991 en que Salinas de Gortari privatizó el ejido, una de las herencias históricas del general. La oposición perredista no fue capaz en ese debate legislativo evitar la modificación del 27 constitucional.
En los setenta y cuatro años posteriores al fin del sexenio cardenista sólo el movimiento henriquista de 1951-1952 habló de revertir las contrarreformas y de revivir el proyecto cardenista de nación, pero los propios cardenistas le regatearon al general Miguel Henríquez Guzmán sus defectos en lugar de sus proyectos. Al final de sus proclamas y discursos, el candidato independiente gritaba un “¡viva Cárdenas!” que implicaba una definición.
Pero Henríquez Guzmán fue aplastado por la maquinaria priísta y el candidato oficial Adolfo Ruiz Cortines, una figura gris y de edad, ganó la presidencia. Y los cardenistas que buscaron que la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano de Henríquez Guzmán fue el partido revolucionario independiente del poder no pelearon contra el fraude electoral y se reintegraron al PRI, entre ellos Cuauhtémoc Cárdenas que anduvo al lado de Henríquez Guzmán. En esa campaña disidente, el general Cárdenas fue cuidadoso en no desautorizarlo pero tampoco en apoyarlo. Ahí quedó ahogado el proyecto cardenista.
De 1952 a 1988, el cardenismo osciló entre la disciplina en el PRI y el discurso histórico de la Revolución Mexicana, pero sin definirse en un proyecto. Cuauhtémoc Cárdenas tomó la decisión audaz en 1987 de enfrentar dentro del PRI al proyecto neoliberal de Salinas: la Corriente Democrática presionó para abrir la nominación del candidato presidencial –una variante del caso Henríquez Guzmán– confrontando el proyecto cardenista, pero fue derrotado. Cárdenas y su grupo salió del PRI, lanzó la candidatura independiente –como Henríquez Guzmán– y perdió aunque acumuló un tercio de votos y colocó al PRI desde entonces debajo de la mayoría absoluta. Luego fundó el PRD con la idea de reconstruir el proyecto cardenista, pero al final la ideología del perredismo se estancó en el neopopulismo.
De 1989 a 2014, a lo largo de un cuarto de siglo, el PRD y Cuauhtémoc Cárdenas recordaron poco a Lázaro Cárdenas. Y lo más grave fue el hecho de que Cuauhtémoc estuvo enterado de la idea de una reforma energética que reprivatizara algunos sectores petroleros pero nada hizo para construir una opción o presentar con anticipación alguna iniciativa. El PRD de Los Chuchos y éstos apoyados por Cuauhtémoc, participaron en el Pacto por México para diseñar los marcos generales de la reforma energética.
En el sistema legislativo las leyes se aprueban por mayoría, no por herencias ideológicas históricas. El PRI se alió al PAN y entre los dos reformaron el marco regulatorio del petróleo. El PRD se quedó aislado con el discurso cardenista. En todo caso, quedó claro que las herencias históricas carecen de valor si no van acompañadas de movilizaciones sociales efectivas y de alianzas políticas.
Con la reforma energética terminó de liquidarse el periodo histórico de la Revolución Mexicana. Lo que queda por analizar es si el proyecto de modernización definido en el lapso 1991-2014 es suficiente para lograr un nuevo y sólido consenso social. Y lo que falta por saldar es la relación de dependencia de sectores productivos con el Estado que viene desde la Revolución Mexicana, sobre todo cuando el modelo de modernización no quiere compromisos corporativos pero tampoco parece tener los recursos para un bienestar generalizado. De ahí que la modernización haya comenzado su primera etapa formal con escenarios de incertidumbre.
El saldo de las reformas está claro: la Revolución Mexicana quedó ya como un hecho histórico, no como una realidad de gobierno.