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MÉXICO, D.F., a 31 de mayo de 2015.-Uno de los temas que no se ha debatido a fondo en el actual proceso electoral es la dispersión o atomización del voto: las reformas electorales han optado por ampliar la participación de los ciudadanos en la política a través de nuevos partidos pero el resultado ha sido la imposibilidad de representación mayoritaria.
Así, el dinamismo político aplastó el viejo modelo priísta de un partido hegemónico con tres satélites –PRI con PARM, PPS y PAN como oposición leal y no de alternancia– y a partir de 1979 se han multiplicado los partidos. Pero en lugar de un reaglutinamiento de los enfoques políticos, la tendencia ha sido la fragmentación de fuerzas homogéneas en minipartidos.
El modelo ideológico proveniente de la Revolución Francesa –la izquierda y la derecha– nunca ha tenido en México una expresión clara: el PRI en sus tiempos dominantes era un partido revolucionario pero con un programa de derecha y el PAN salió del conservadurismo pero realizó una oposición a veces hasta revolucionaria. El PPS y el PARM fueron partidos satélites del PRI, al grado de que tenían el mismo candidato presidencial: el del PRI.
La reforma política de 1978 apuntó a un reacomodo ideológico pero sin resultados tangibles: el Partido Comunista Mexicano llevó la dialéctica marxista al Congreso y de alguna manera apuntó un nuevo reacomodo ideológico: el PCM a la izquierda, el PRI en el centro y el PAN a la derecha. Sólo que el votante no supo dilucidar los nuevos escenarios: progresistas de izquierda siguieron votando por el PRI y a veces hasta por el PAN y panistas conservadores repartieron votos entre el PRI y el PCM.
La crisis electoral de 1988 llevó al país a un nuevo reacomodo ideológico: el PCM pasó a PSUM y luego a PMS y en 1989 se disolvió como izquierda marxista para resurgir de esas cenizas un engendro ideológico: el registro de la izquierda socialista para dar a luz a un partido salido de las cenizas del cardenismo utópico socialista pero priísta. Así, el PRI se fue corriendo, como efecto del modelo neoliberal aplicado por el grupo salinista desde 1983, hacia el centro-derecha, el PAN se quedó estacionado en la derecha moral y el PRD se quedó en el centro-progresismo no socialista sino neopopulista.
Desde 1989 el votante mexicano se quedó sin opciones ideológicas y programáticas u ha tenido que votar por el candidato o por el partido que le ofrezca mayores programas asistencialistas, desde despensas hasta dinero regalado. El PRD abandonó para siempre la dialéctica marxista y la utopía socialista y nunca ha podido diseñar una propuesta coherente poscardenista. Los comunistas del viejo PCM se pasaron al neopopulismo asistencialista bastante ajeno al discurso ideológico programático de Lázaro Cárdenas. Al final, en los hechos, el PRD en el poder ha sido sino una variante circunstancial del PRI.
El PAN también se alejó de la doctrina conservadora que había dotado de valores morales al partido y a su ejercicio del poder y precisamente el ejercicio del poder los transformó en otra variante del PRI. En la realidad no hay diferencia entre programas de gobierno estatal y municipal del PRI, el PAN y el PRD: los tres trabajan sólo para mantener el poder, no para cambiar la realidad social de sus entornos.
En este sentido, el modelo de sistema de partidos configurado con organizaciones que representaban ideas y propuestas se ha quedado estancado en el mismo espacio político y de poder. Más que votar por alguna sigla o por una propuestas de gobierno, el electorado ejerce su voto en función de tres circunstancias: el control social vía programas asistencialistas, el carisma del candidato o la propuesta de beneficios individuales. Es decir, no votan por resultados o por ideas sino por la continuidad de los beneficios.
A ello se agrega el otro vicio político en sociedades complejas: el elitismo. Los candidatos se representan a ellos mismos o forman parte de una estructura de control social de la participación electoral. Este modelo nació en el PRI como derivación del esquema corporativista ideado precisamente por Lázaro Cárdenas, pero fue perfeccionado por el PRD con mecanismos de control social vía programas asistencialistas directos.
En este contexto, los electores no compiten por ideas o programas de gobierno sino por beneficios directos e inmediatos. Ahí ha nacido la tercera fase de la política personalizada: de las élites de Wilfredo Pareto se pasó a la clase política de Gaetano Mosca, luego vino la oligarquización de la dirigencia política de Robert Michels y se ha llegado a la caracterización del funcionario o el hombre de poder determinado por el cargo.
En las elecciones de 7-J se verá cómo los electores votarán no por una imagen o por un partido o por una propuesta sino por la continuidad de un grupo en el poder para mantener la vigencia de los beneficios de programas asistencialistas. Este modelo ha sido perfeccionado por el PRD desde su origen priísta.
SISTEMA DEBILITADO DE PARTIDOS
La democratización de la política con la multiplicación de los partidos ha llevado al debilitamiento de la política. Además de que el actual sistema de partidos no fortalece el reparto ideológico de posiciones en tres espacios precisos –izquierda, centro y derecha–, tampoco perfila ofertas claras al electorado.
Peor aún, el registro de partidos ha privilegiado la fragmentación de las posiciones ideológicas. A las corrientes dominantes del PRI, PAN y PRD se han sumado otros pequeños partidos que no ofertan una línea nueva o independiente sino que nacieron de desprendimientos de las grandes representaciones o fueron impulsados desde el poder para abrir otros espacios dentro del mismo universo ideológico.
Por ejemplo, en el espacio de centro-izquierda se localizan el PRD, Morena y PT.
En el centro acomodaticio están PRI, Movimiento Ciudadano, Alianza Social y Verde Ecologista.
Y en la derecha conservadora aunque más ofertada al centro se localizan al PAN, al Humanista y Encuentro Social.
Cada una de estas organizaciones ha sido, de una forma u otra, un desprendimiento del venero central de izquierda-centro-derecha, por la sencilla razón de que no hay más que tres definiciones ideológicas, aunque al final en México se han pervertido las definiciones de ideas por el pragmatismo de las ofertas asistencialistas: ni el PRD es de izquierda, ni el PRI es de centro, ni el PAN es de derecha. Lo más grave es que todos los partidos carecen de una definición ideológica clara y coherente.
Pero lo más grave del asunto no radica sólo en la confusión ideológica sino que ha llevado a la fragmentación del voto que a la larga le ha beneficiado el PRI. Como partido único (versión soviética), dominante (modelo europeo) o hegemónico (enfoque grasmciano de coalición), el PRI tuvo un promedio de elección presidencial de 85%, la totalidad de las gubernaturas hasta 1989, la mayoría calificada en el Congreso hasta 1982 y la totalidad de las senadurías hasta 1976.
A partir de 1988 el PRI perdió la mayoría absoluta en la elección presidencial. Carlos Salinas de Gortari acreditó en las cifras oficiales el 50.3%, que en matemáticas cifras menores a 0.5 bajan a 0. Por tanto, el PRI presidencial sólo ganó la mitad. Con los votos exclusivos del PRI, Enrique Peña Nieto ganó la presidencia con el 28.9% de los votos y pudo subir a un total de 38.1% con los votos de alianzas con el Partido Verde.
Estos resultados han sido producto de la fragmentación del voto en varios partidos. Las alianzas y coaliciones no han hecho más que demostrar que los partidos chicos son satélites o rémoras de los partidos grandes: el PAN se ha aliado al Verde, el PRI al Verde y mucho antes al PPS y al PARM y el PRD se ha aliado con PT y MC. Y chicos como Nueva Alianza depende de acuerdos a veces con el PRI, en ocasiones con el PAN y en algunos casos con el PRD. Los nuevos partidos Humanista y Encuentro Social podrían desaparecer si no se alían con algún partido grande, a pesar de que en su registro acreditaron suficiente militancia para garantizar el 3% de votos que exige la ley para tener el registro definitivo.
El PRI ha cedido en reformas electorales para promover nuevos partidos en el entendido de que puede acreditar mayorías vía alianzas con el Verde. En este sentido, la fragmentación de partidos por razones de conflictos en las élites ha afectado más al PAN y al PRD. Por lo pronto, en esta elección del 7-J podría decantarse un nuevo esquema de partidos: Humanista, Encuentro Social, PT, MC y Panal podrían no alcanzar el 3% de votos y por tanto perder el registro. De estos cinco sólo MC y Panal podrían rebasar apenas ese límite y mantener su registro, pero en el entendido de que carecerían de competitividad en elecciones locales y federales futuras.
El PRI, en cambio, en este nuevo sistema de fragmentación electoral por tantos partidos (diez en esta ocasión), ya no tendría que hacer el esfuerzo para buscar votaciones arriba del 50%. En términos matemáticos bastará con un 35% de los votos para asumir el control como mayoría proporcional, subiendo un poco más con alguna alianza. El PRI de Peña acreditó el 28.9% y aumentó con el Verde. En la elección presidencial podría repetirse el modelo. Ciertamente que el PRD o el PAN podrían encontrarse en el mismo escenario, pero la estructura electoral del PRI es más eficaz.
La democratización vía la multiplicación de los partidos ha debilitado la democracia porque no permite mayorías estables sino circunstanciales, como lo demostró el PRI: con el 28.9% de los votos presidenciales el PRI realizó la más profunda reforma constitucional que se recuerde; y lo hizo vía alianzas con todos los partidos.
El problema es que las mayorías legislativas no responden a una mayoría social en la vida nacional, también como se vio con las reformas aprobadas por mayorías pero ineficaces en su aplicación por la movilización de bases sociales insatisfechas. Así, una mayoría legislativa no es correspondiente con una mayoría social, muchas veces contraria a la mayoría legislativa.
De ahí que el país necesite una reforma del sistema político y del régimen de gobierno para construir mayorías estables.
@carlosramirezh