Opinión/José Luis Camacho Acevedo
ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
LOS CONSEJOS DE FOUCHÉ
Toda proporción guardada, el equipo de seguridad del Presidente Peña Nieto Osorio Chong, Murillo Karam, los titulares de Sedena y Semar, así como Manuel Mondragón– encontraron una situación tan calamitosa en el área de seguridad pública como la que el habilidoso Joseph Fouché enfrentó en su momento, tras la Revolución Francesa, la instalación y disolución de El Directorio y el ascenso imperial de Napoleón Bonaparte.
Como Fouché, los peñistas han coincidido en que todo gobierno tiene necesidad, como primer garante de su seguridad, de una policía vigilante, cuyos jefes sean firmes e ilustrados. La tarea de la alta policía es inmensa, tanto si tiene que operar en las combinaciones de un gobierno representativo, incompatible con los arbitrario, y dejando a los facciosos armas legales para conspirar, como si actúa en provecho de un gobierno más concentrado, aristocrático, directorial, o despótico. La tarea es todavía más difícil porque nada se transparenta hacia afuera: En la oscuridad y en el misterio hay que ir a descubrir trazas que sólo aparecen ante las miradas investigadoras y penetrantes, de acuerdo a lo que escribió el francés, hace dos siglos, en sus Memorias.
En ellas, Fouché describe su propia experiencia:
Yo me encontraba en el primer caso, con la doble misión de esclarecer y disolver las coaliciones y las oposiciones legales contra el poder establecido, así como los complots tenebrosos de los realistas y de los agentes del extranjero. En este punto el peligro no era tan inmediato En esta situación (oposición al Directorio de las facciones jacobina y realista), sentía que todo el nervio, toda la habilidad de un ministro hombre de Estado, debía absorberse en la alta policía pudiendo dejar todo lo demás, sin inconveniente, a los jefes de oficina.
Por eso me dediqué a tomar con mano firme todos los resortes de la policía secreta y los elementos que la componen. Al comienzo exigía que, bajo eso informes esenciales, la policía local de París, llamada Oficina Central (todavía no existía la Prefectura) estuviera totalmente subordinada a mi ministerio. Resortes, elementos, fuentes encontré un deterioro y una confusión deplorable. La caja estaba vacía y sin dinero no hay policía
QUE TRIBUTE EL VICIO
En sus citadas Memorias, Fouché quien tenía el título nobiliario de Duque de Otranto– apunta con precisión cómo es que hay que llenar las arcas de la policía:
Pronto conseguí dinero para mi caja haciendo que el vicio, inherente a cualquier gran ciudad, se convirtiera en tributario de la Seguridad del Estado. Enseguida acabé en torno mío con la tendencia a la insubordinación, en la que se complacían algunos jefes de oficina que pertenecían a las facciones activas: pero juzgué que no había que anticipar las reformas ni adelantar las mejoras de detalle.
Me limité a concretar tan sólo la alta policía en mi gabinete, con la ayuda de un secretario íntimo y fiel. Me di cuenta de que sólo yo debería ser juez del estado político inferior y que no había que considerar a los observadores y agentes secretos, sino como indicadores e instrumentos, a veces dudosos.
Me di cuenta en una palabra, que no era con escrito ni con informes como se hacía la alta policía, que había para ello medios más eficaces; por ejemplo, que el propio ministro debía estar en contacto con los hombres marcados o influyentes de cada opinión, de cada doctrina, de todas las clases superiores de la sociedad.
Este sistema siempre me ha dado buen resultado y he conocido mejor la Francia oculta, mediante comunicaciones orales y confidenciales y por conversaciones expansivas, que con el fárrago de escritos que me han pasado ante los ojos. Por eso nada que fuera esencial para la seguridad del Estado se me pudo escapar jamás
Peña y los peñistas, como Fouché.
Índice Flamígero: Uno de los medios de control empleados por Fouché en su época, valga recordar, fue la implantación de una oficina de censura de prensa (el Gabinete negro), pretendidamente poco eficaz, si bien en realidad era manejada por Fouché para, permitiendo o prohibiendo determinadas publicaciones, causar alarma según le conviniera al gobierno de Napoleón: si su situación política se deterioraba, sabía hacerse valioso dejando que se publicaran panfletos legitimistas, lo que causaba gran alarma entre el resto del gobierno y de partidarios bonapartistas; entonces, intervenía Fouché destapando la trama, y volvía a ganarse la confianza del primer cónsul.
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