Libros de ayer y hoy
El más plácido de todos los fines de semana. Así debió ser el reciente para el señor Felipe Calderón, luego de que familiares de algunas de las víctimas de su guerra cohonestaran la fallida estrategia basada exclusivamente en la violencia, y cuyo saldo es ya de miles de viudas, huérfanos y padres que perdieron a sus hijos.
Calderón los oyó. Pero no los escuchó. La estrategia seguirá intacta. Así, como va. Con violencia que genera más violencia, por lo que se aprecia habrá más y más víctimas, más y más viudas, huérfanos y padres que perderán a sus hijos así y nada tengan qué ver con la guerra del ocupante de Los Pinos.
Le demandaron que pidiera perdón. Soberbio, Calderón manoteó y, claro, se negó rotundamente a presentar cualquier tipo de disculpas a las víctimas y a sus familiares. Y eso que se dice católico, religión que mueve a sus fieles en la búsqueda del perdón para alcanzar el Cielo tras la muerte.
La espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón, decía Juan Pablo II. Y también: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.
Los oyó, pero no los escuchó.
Y tras ello se abrazaron.
No sólo eso. En el lapso de tres horas, el ocupante de Los Pinos repartió culpas.
Al Poder Legislativo mismo que no fue siquiera consultado para sacar al Ejército y a la Marina a las calles–, por supuesto, le llovió una andanada de epítetos condenatorios cual ya es costumbre.
Ni qué decir del Poder Judicial, de cuyos miembros el michoacano dijo tener información exacta de cuánto perciben del crimen organizado.
No hubo reclamos sensatos. Y sí muchos sensibleros.
Porque nadie osó siquiera decir a Calderón que, al callar lo que sabe de jueces y magistrados, al no actuar en consecuencia, se convierte automáticamente en cómplice.
Nada de eso. Sólo la narrativa del dolor por las pérdidas.
Y tras la catarsis, los abrazos el obsequio de fetiches religiosos las sonrisas la promesa de volver a encontrase dentro de tres meses
Calderón se comió vivos a los dolientes que, ingenuos, cándidos o verdaderamente auténticos, sirvieron sólo como escenografía viviente, al final aplaudidora, de quien se presentó como Primera Víctima de sí mismo: Calderón, claro está.
Víctima de la crítica que lo trata, según su propia definición, injustamente.
Víctima del venidero juicio de la Historia que, ya sabe, también lo tratará injustamente.
Víctima Calderón, como los hijos, los cónyuges, los representantes de los familiares de los más de 40 mil muertos reunidos con él en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, convertido en un verdadero fortín, cercado desde la lejana Avenida Constituyentes y el Paseo de la Reforma.
Fue una cita de plañideras, de la que surgió triunfante la agenda calderonista.
Dice Mario Quijano, uno de los más activos participantes en el Facebook, que cuando la Patria peligra es inmoral ser modosito. Dice bien.
Y comparte:
En la primavera de 1863, cuando los franceses volvían con más bríos a asaltar Puebla, Guillermo Prieto escribe acerca de los mojigatos, muchos, que había también en las filas juaristas:
Pareciera para algunos que ante un enemigo que intentaba poner a la Patria de rodillas cupieran los buenos modales. Abundaba la insensatez y la mojigatería, el miedo disfrazado de prudencia, la vocación del cordero. Se olvidaban las eternas lecciones que se enseñaban, incluso al lerdo, que ante el poder colonial los buenos modales NO ofrecen garantías, y solo la fuerza altera sus designios.
Por lo que a mi toca apunta Quijano, con quien coincido–, el poeta perdió toda credibilidad. Estando ante el usurpador era el momento de hablarle golpeado, de pedir su renuncia, de ser nación y demandarle cuentas. Los buenos modales NO ofrecen garantías, cual lo apunto Prieto. Sicilia tenía la fuerza, pues millones de mexicanos lo observaban. Estos desgraciados sólo entienden con la fuerza. El poeta representaba, ahí, a la nación. Y como tal NO tenía el derecho a ser tibio y modosito ante un enemigo que YA ha puesto a la Patria de rodillas. Sicilia NO merece entonces seguir representando a los mexicanos.
Don Belisario Domínguez no fue modosito. Con muchos huevos le llamo asesino al pelón, de lentes, etílico que en su momento había usurpado la presidencia. Es por eso que don Belisario tiene su nombre en letras de oro en San Lázaro. El poeta va a acabar con su nombre en una cachucha que repartirá el PRIAN.
Y sí, así será el final. Veremos a Sicilia cohonestando la permanencia de esta fallida guerra del terror.
Índice Flamígero: Se entregó o atraparon a El Chango Méndez. Quedó desintegrada La Familia michoacana. Desde ya, se respira un aire de paz y tranquilidad en tierras tarascas y purépechas. La hermana Cocoa ya podrá hacer campaña proselitista, sin escoltas del Estado Mayor Presidencial y sin ostentosas guardias de la Policía Federal