Opinión/José Luis Camacho Acevedo
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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Las familias están atravesando crisis muy delicadas. Aunque se hayan casado por ambas leyes, se desintegran por cualquier motivo; ya no hay esa estabilidad que antes daba seguridad y paz a las personas, sobre todo a los hijos, sino que todo pende de un hilo. A veces sólo aducen que ya no se quieren, que ya no se entienden, y no hacen esfuerzos por reconciliarse, sino que cada quien jala por su lado. No importan los sufrimientos de los hijos. Se justifican alegando su derecho a rehacer su vida, aunque se lleven de corbata a medio mundo.
Hay legislaciones e ideologías que están minando la familia en sus bases. Al defender la libertad personal a ultranza, sin deberes ni obligaciones, cada quien hace lo que quiere. Las telenovelas y cuanto se difunde en internet, sólo incitan al apetito desaforado de complacerse con quien sea y como sea, sin normas ni compromisos. Cuando comprueban los efectos negativos de este libertinaje, ya es demasiado tarde. Acaban frustrados, amargados, solitarios, en una búsqueda compulsiva de nuevos placeres.
El Papa Francisco acaba de enviarnos un importantísimo documento sobre el matrimonio y la familia, titulado en latín Amoris laetitia, que significa La alegría del amor, y que es fruto de dos Sínodos Mundiales de Obispos. Resalta la belleza del matrimonio y de la familia según el plan de Dios. Esta parte del documento es de suma trascendencia. En el capítulo octavo, aborda puntos delicados, sobre los cuales algunos esperaban que cambiara la doctrina y la praxis de la Iglesia. No es así.
PENSAR
Sobre la esencia del matrimonio, dice: “El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad. Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal”.
Con una gran apertura, reconoce que hay otras formas de unión, que pueden realizar este ideal, “al menos de modo parcial yanálogo… La Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio”. Hay elementos buenos en esas uniones, pero no son el ideal del matrimonio que Dios quiere y que la Iglesia propone y defiende.
Aunque lo deseable es un matrimonio consagrado por el sacramento, dice sobre aquellos que se casan sólo por lo civil: “Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión de acompañamiento en la evolución hacia el sacramento del matrimonio”. No afirma que basta un matrimonio civil, pero lo considera como un posible camino para llegar al sacramento.
Con un corazón misericordioso, dice: “Es preocupante que muchos jóvenes hoy desconfíen del matrimonio y convivan,postergando indefinidamente el compromiso conyugal, mientras otros ponen fin al compromiso asumido y de inmediato instauran uno nuevo. Ellos, que forman parte de la Iglesia, necesitan una atención pastoral misericordiosa y alentadora. Porque a los pastores compete no sólo la promoción del matrimonio cristiano, sino también el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad, para entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementosde su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud. Es preciso afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de lafamilia a la luz del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza”.
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