
Humildad y distinción
Hace 27 años, el transitar tanto en el estado de Veracruz, como en el puerto y el municipio de Boca del Río era realmente esplendoroso. Caminar por el bulevar y Malecón a las tres de la mañana con tus amigos, era algo tan natural y culturalmente sociable. No era de extrañarse toparse de frente como un vecino, un amigo de secundaria o primaria, un compañero de la universidad; acompañados de la luna y no del sol, podías sentarte en la barra más grande del mundo a charlar con la confianza de que jamás nadie podría transgredir la quietud de tu espacio.
Eran tiempos en donde tus amigos de otros estados te consideraron un escogido de los dioses por haber tenido la fortuna de nacer en Veracruz. Estado emblemático, donde la alegría de sus pobladores era como un imán para los visitantes tanto extranjeros como nacionales. Qué decir de su Carnaval, cuando este realmente era del pueblo y no un espacio absolutamente controlado y comercializado por el municipio y el estado. Dónde hasta los delincuentes pagan su derecho de piso y pese a existir seguridad apostada a todo largo y ancho del desfile, tienen permiso a delinquir sin ser molestados. Antiguamente nada olía a peligro, nada empañaba la felicidad y el orgullo de decirse jarocho y cacarearlo a los cuatro vientos sin el menor recato alguno.
Hoy, el toque de queda impera en ambos municipios –imagino que en los 210-. Eran las 12:00 de la noche del miércoles 17 de junio del 2015. Transité desde la Cruz Roja –luego de visitar a un familiar enfermo- a casa sin esa confianza que antes realmente sentía. Calles vacías, desoladas, tal vez un auto particular por ahí perdido que hace presencia con sus faros encendidos, los cuales destellan frente a tus ojos. Todos –los poquitos y locos- en una loca carrera para llegar a casa. Todos, sintiendo estar con un revólver jugando la ruleta rusa, pues no sabes si el infortunio de encontrarte a los delincuentes en tu transitar será tu mala suerte de la noche. Nadie respeta los semáforos en la noche; con precaución, quienes tienen necesidad de trasladarse en la madrugada, deciden avanzar para no tener que estar solo o sola en un alto del semáforo.
Es la cruda realidad en el estado. No hay municipio, localidad o congregación que se salve; algunos se encuentran en peores condiciones en el tema de la inseguridad que otros, pero ninguno, absolutamente ninguno, puede considerar que existe tranquilidad en ellos. La violencia es parte de su cotidianidad y saberse sólo es otra. Mientras el estado es secuestrado por el hampa, la complacencia gubernamental es más inquietante. Les permiten todo.
En la comida ofrecida a los medios de comunicación tanto en la ciudad de Xalapa y Veracruz, Javier Duarte de Ochoa por el día de la “Libertad de Expresión”, el gobernante no paró de tirar lisonjas y pedradas. Dice respetar la libertad de expresión, cuando tenemos 12 periodistas asesinados. Se dice respetar la crítica, cuando existen en este momento a ocho estudiantes de la Universidad Veracruzana del área de Humanidades agredidos, golpeados a punto de originarles la muerte e ignorados, pues obviamente el gobernador no se va a investigar sólo. También existen periodistas hostigados, amedrantados, amenazados de muerte. ¿Eso se le puede llamar respeto?
¿A quién engaña? Consideramos que ni a él mismo. Al contrario, podemos presumir que su perorata es burlarse del pueblo veracruzano. Creerse superior pretendiendo que los veracruzanos oigan sus mentiras y tiene la obligación de aplaudirle. Tal vez en la época de los señores feudales, el mecanismo era ese. Actualmente el repudio es generalizado. Nadie le cree a nada de lo que declara. Las imágenes de su persona convertidas en memes –dónde lo satirizan a él y a su gabinete- es una muestra constatable del rechazo social que produce. Cuatro años de administración se dice fácil, pero para los veracruzanos han sido como 10 minutos bajo el agua sin tanque de oxígeno y con tiburones danzando a su alrededor. Espeluznante, literal.
El problema es grave. Y más como algunos periodistas, directores, jefes de información, fotógrafos y camarógrafos pese a los periodistas caídos y también hostigados no les importa. Sufren de memoria senil y se sientan, comen y se enorgullecen de haber sido invitados a la comilona para celebrarles su día. Cuando saben, que no hay nada que festejar.