Opinión/José Luis Camacho Acevedo
El teólogo norteamericano George Weigel califica al Papa Francisco como un “pastor, no como un político”. Los hechos demuestran lo contrario: nada hay más político que un Papa… y ninguno como el argentino Jorge Bergoglio.
Si Juan Pablo Segundo colocó a la Iglesia Católica como puntal de la cruzada contra el comunismo, Francisco está decidido a renovar al catolicismo y colocar al Vaticano como un actor influyente en la política internacional.
Así se entiende la presencia del Obispo de Roma en Cuba y Estados Unidos, y la visita a las Naciones Unidas.
La presencia papal en el continente americano no es casual; sigue la misma lógica que ha consolidado a al Vaticano como jugador fundamental en el acercamiento entre Washington y la Habana… último capítulo de la guerra fría.
Francisco da cátedra de política, arrastra masas y entra de lleno como un comodín para ganar y hacer ganar a sus aliados.
En la Habana, la cálida cercanía con la dinastía Castro sorprendió a muchos. La ausencia de crítica, el discurso pastoral y la tersa relación con los hombres del poder cubano provocó cierta decepción. Sin embargo, para el sociólogo de la religión, Bernardo Barranco, el plan de Francisco en la isla es de largo plazo: “por hora se limitó a limar asperezas y afianzar a su Iglesia en el cambio político que habrá de llegar”, nos dijo.
En Estados Unidos, la estrategia fue distinta. El Pontífice solemnizó una alianza con el presidente Barack Obama en sintonía con asuntos que dividen a políticos estadunidenses: desde el tema del cambio climático hasta la crisis mundial por la migración, pasando por Cuba, el respeto a la diversidad sexual o el derecho al aborto.
Pero sobre todo, Francisco defendió con vehemencia a quienes llegan de fuera; recordó su propio pasado y llevó al Congreso estadunidense su crítica a la xenofobia, justo cuando el tema calienta las precampañas presidenciales.
El Papa coqueteó por igual con acérrimos adversarios. «Respondan de manera humanitaria, justa y fraternal a la crisis de los desplazados en Europa y Latinoamérica, escuchen sus historias…», exhortó a legisladores demócratas y republicanos, jueces de la Suprema Corte y funcionarios del gran imperio, quienes lo aclamaron sin recato.
La influencia del Papa sobre 75 millones de católicos en la Unión Americana no es nada despreciable.
EL MONJE LOCO: El máximo líder de la Iglesia Católica no es solo un pastor; es un jugador ambicioso que entiende de reglas, y cómo mirar más allá de lo inmediato.
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