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En Morena caben muchos, pero no todos: Nahle sobre Yunes
Proverbios 31, 10-13. 19-20- 30-31: “Trabaja con sus hábiles manos”
Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor”
I Tesalonicenses 5, 1-6: “Que el día del Señor no los sorprenda como un ladrón”
San Mateo 25, 14-30: “Porque has sido fiel en cosas poco valor, entra a tomar parte en la alegría de tu Señor”
Es difícil traducir palabras de un idioma a otro sin traicionar el sentido original. Hoy la liturgia al presentarnos la parábola de San Mateo, ha traducido la palabra griega: “Talento”, por: “Millones”, queriendo adaptarla más a nuestra mentalidad. Esta palabra sólo la utiliza San Mateo y mucho se ha discutido sobre esta famosa moneda, o quizás más bien “medida económica”, llamada talento y su valor real. En realidad no importa mucho su valor ni es lo que pretende Jesús. Jesús busca enseñarnos algo mucho más importante que el dinero. La parábola es una invitación a una profunda revisión interior tanto personal como comunitaria, y una llamada a la vigilancia mientras se espera la venida del Señor.
La primera y natural interpretación sería la revisión sobre nuestra responsabilidad frente a los dones recibidos.Una llamada de atención para cada uno de nosotros sobre todos estos “talentos” que el Señor nos ha confiado. Conocemos personas con enormes capacidades, con increíbles aptitudes que sin embargo no aportan nada a la comunidad, ni siquiera a su propia persona. “Tuve miedo”, es una excusa muy común para justificar nuestra apatía, nuestra indiferencia o nuestra irresponsabilidad. El temor al fracaso, la timidez, el miedo al compromiso, muchas veces nos paralizan y nos impiden ser más entusiastas y más arriesgados en la búsqueda de nuevos caminos para construir y hacer producir los dones. Hay muchos cristianos, aparentemente buenos, que se estancan en su mediocridad por el temor a la burla, al qué dirán o a quedarse a medio camino. Cristianos de buenas intenciones y quizás de muchos propósitos que viven sólo de buenos deseos. Cuando pensamos en el potencial inmenso de nuestros jóvenes, en las posibilidades infinitas de nuestras familias, en las muchas obras que podrían hacer los grupos apostólicos, y después comprobamos que se han quedado en meras expectativas, nos duele. El pecado de omisión es de los más graves en nuestra sociedad. El no tender la mano para no inmiscuirse en los problemas de los otros, el dejar pasar la maldad para no perder la comodidad, la somnolienta indiferencia que permite que la violencia, la injusticia y la mentira se apoderen de nuestros espacios porque no los hemos llenado de Dios. Hay muchos espacios de silencios y de ausencias que podrían ser llenados con un poco de amor y con un mucho de responsabilidad y de iniciativa.