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Libros de ayer y hoy
Amós 7, 12-15: “Ve y profetiza a mi pueblo”.
Salmo 84: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”.
Efesios 1, 3-14: “Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo”.
San Marcos 6, 7-13: “Envió a los discípulos de dos en dos”.
Cuando el Papa Francisco iniciaba su ministerio expresó contundente: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres”. A algunos les sorprendieron estas palabras pero esperaban que fuera más como un deseo que no se concretizaría jamás. Sin embargo, con palabras, con signos y con actitudes comprometedoras busca hacer realidad su sueño a pesar de las dificultades y problemas. El Evangelio sólo será creíble si el apóstol es congruente con el mensaje. Ahora en su nueva encíclica, “Laudato Si’”, insiste no sólo a los católicos sino a toda la humanidad, que es injusto un sistema donde unos pocos abusan y destruyen la casa de todos, se cargan de bienes superfluos y dejan en la inopia a los pobres, desheredados y descartados. “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca dio marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”. El misionero asumirá la misma actitud de despojo y generosidad que Jesús. Si no somos una Iglesia pobre, seremos una pobre Iglesia.
El profeta es fiel al mensaje a pesar de las dificultades: Amós frente a las amenazas del rey y del sacerdote, recuerda su misión sostenida en la palabra de quien lo sacó de detrás del rebaño; Pablo se reconoce elegido por Dios desde antes de la creación del mundo; Jesús, después del aparente fracaso en su propio pueblo, no se desanima, al contrario, emprende una nueva forma de llevar la Buena Nueva encomendándola a sus apóstoles. Es como si quisiera insistirnos que no importan los fracasos, que hay que levantarse y en lugar del desaliento poner la mira más en alto. Y así, la misión que parecía personal, ahora se torna comunitaria y tiene nuevos compañeros que están llevando ese Evangelio. No se deja vencer por el fracaso: amplía su práctica multiplicando por doce sus esfuerzos y su entrega a la misión. Los que habían sido llamados a permanecer con Él, a conocerlo y a tener un contacto muy cercano, ahora reciben también su misma misión, con sus mismos poderes, con el mismo mensaje y también con los mismos métodos. Hay quien actualmente quisiera que esta misión se le adjudicara solamente a obispos, sacerdotes y monjitas, o en todo caso a laicos “más de Iglesia”, pero la misión es para todo cristiano, es más, podríamos decir que la misión es para toda persona.
“Para caminar hay que saber andar”. Las amonestaciones de Jesús a sus apóstoles son también para todos y ayudan a llevar bien el camino de la vida, claro que de modo especial están dirigidas a sus discípulos. Básicamente nos dice que debemos llevar la vida de “caminante” o “peregrino”. Es la actitud de tomar la vida como de paso, pero con seriedad y responsabilidad. No seremos eternos en este mundo, pero hemos sido enviados; no estamos por casualidad y por lo tanto no podemos quedarnos instalados y viviendo atorados en nuestros egoísmos. Tenemos además un mensaje importante que comunicar: la vida de Dios mostrada en nuestras vidas. Misión, conciencia de salir de nosotros mismos y responsabilidad de transmitir un mensaje, son las tareas del peregrino, porque sabe de dónde salió, por qué camina y hacia dónde va. Jesús le da importancia al caminar de dos en dos. Para caminar por la vida hay que caminar en comunidad, al paso del hermano, ni atrás ni adelante. ¡Mucho menos arriba de él! Todavía encontramos, con vergüenza y rabia, fotos de no hace muchos años donde un indígena camina cargando sobre su espalda al mestizo o al hacendado que “va haciendo camino”. Quien no sabe caminar de “dos en dos”, quien es egoísta y nada más mira su paso, se convierte en una carga para los otros, hace que los demás tropiecen y acaba caminando solo.
Sabio y contundente el consejo de Jesús: “Les mandó que no llevaran nada para el camino”. Es una recomendación que choca con nuestro tiempo, nuestra sociedad y nuestra cultura. Vivir en la opulencia, buscar más y más cada día, ambicionar, se nos ha convertido en una obsesión. Buscamos las cosas con tal ansiedad y tanto ahínco que nos volvemos esclavos del consumismo. Es una cultura que nos impulsa a adquirir, a comprar, a buscar, a tal grado que nos sentimos infelices si no tenemos lo que nos dicta la moda. Jesús nos invita a otro modo de vivir: con dignidad pero con lo indispensable, con armonía interior y con armonía con los demás. Todo lo que consumimos de más, se lo estamos “robando” a otros que lo necesitan. Es mentira lo que proclama este mundo artificial cuando nos dice que tenemos derecho a vivir en la abundancia porque lo hemos conseguido. Siempre que un individuo o una nación consume de más, está quitando a otros lo que necesitan para subsistir. Por eso necesitamos detenernos y mirar cómo vamos caminando. Examinar qué llevo encima y qué anhelo; ver qué es lo que dobla mis espaldas y si ando ligero de equipaje o si hay un cúmulo de naderías que me hunden y agobian. ¿Realmente necesito todo lo que cargo para vivir dignamente y para caminar libremente? Nuestra oración hoy será también discernir, decidirse, despojarse, respirar aire liberador de lo que se ha convertido aparentemente en ley o norma social pero que acaba ahogándome.
También como Iglesia tenemos que reflexionar si en el camino no nos hemos ido cargando de ideologías, de imperios y de poderes que no siempre nos ayudan a predicar el Evangelio. Choca fuertemente con las exigencias de Jesús una Iglesia que a veces aparece amarrada a las economías y a los sistemas actuales. Tenemos que revisarnos si estamos cumpliendo las condiciones que hacen libre al Evangelio. Hay muchas “religiones” fascinantes que ofrecen tantos bienes materiales que se confrontan fuertemente con el mensaje de Jesús. Tendremos que cuidar que nuestro cristianismo no sea un negocio; que no se condicionen, ni la predicación ni los sacramentos, a unos estipendios que parecen comprar las gracias. El mensaje de Jesús tiene que resonar liberador, pero tiene que ser predicado y vivido por una Iglesia libre que opta por los pobres y que desde los pobres se deja evangelizar y evangeliza.
Dios, Padre nuestro, que continuamente nos llamas a anunciar a todas las personas tu Reino, la justicia y la fraternidad; ayúdanos a caminar por la vida anunciando a todos la Buena Noticia de tu amor paterno y nuestra condición de hijos tuyos destinados a la Vida plena. Amén