SSPE: 11 detenidos, armas, vehículos y 151 máquinas aseguradas en Sinaloa
Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”
Salmo 29: “Te alabaré, Señor, eternamente”
II Corintios 8, 7.9. 13-15: “Que la abundancia de ustedes remedie la necesidad de sus hermanos pobres”
San Marcos 5, 21-43: “¡Óyeme, niña, levántate!”
A muchos les pareció un acontecimiento insólito, para otros es apenas un pequeño paso que puede abrir nuevos horizontes. En el marco del Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo, se llevó a cabo el “II Encuentro de Voces de Fe”, donde las protagonistas fueron 11 mujeres extraordinarias y llenas de talento, de todo el mundo, para hablar de su trabajo en defensa de la dignidad humana y en especial de la mujer. De viva voz fueron desgranándose los terribles testimonios de violaciones y torturas en contra de la mujer y de los niños. “Nosotras no podemos permanecer calladas cuando una mujer está muriendo de hambre”. “Exigir los derechos de la mujeres es retornar a las raíces del cristianismo”. “Sueño con una Iglesia que se llena de vida con la riqueza de las diversas voces femeninas”. Son algunas de sus frases. El evento se hizo eco de la llamada del papa Francisco a que «se ensanchen los espacios para una presencia femenina más capilar e incisiva en la Iglesia» y animó a la Iglesia católica para liberar el inmenso potencial y talento de las mujeres. La mujer en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia aún se encuentra marginada ¿Qué pensará Jesús de esta situación?
Hoy el Evangelio nos habla de dos mujeres. Pero son dos mujeres condenadas por la legislación y costumbres judías. La esterilidad, la enfermedad y la muerte sin hijos, son vistas como castigo divino por los pecados. Una mujer que padece un flujo de sangre durante doce años y una niña que muere a los doce años, sin alcanzar la plenitud de la vida y sin dejar descendencia, son vistas, ante la tradición judía, como impuras y dignas de castigo. Para Jesús no es así, para Él no existe esta marginación social que imponían estas comunidades a la mujer y que en estos casos se ven acrecentadas por la enfermedad y por la muerte.
Junto con la palabra y el ejemplo de Jesús, nos llegan las noticias de la grave situación de prostitución y trata de personas en la frontera sur. Quizás a fuerza de escucharlas, ya no nos causan asombro. Se ha dado a conocer que niñas y niños de apenas doce años, son sometidos a violaciones y se convierten en mercancía de gentes sin escrúpulos que sólo buscan su propia ganancia. Son incontables las mujeres que son violadas y violentadas en los propios hogares; y aún en los “supuestamente hogares regulares”, a la mujer se le niega el derecho a la palabra y a la propia realización. Los feminicidios siguen a la orden del día. Las estadísticas de educación nacional reportan, una vez más, un grave deterioro, con agravantes en las zonas más pobres, entre los indígenas y campesinos, y en un último lugar aparece la mujer. Discriminada, acusada, vejada y poco reconocida en una sociedad que está reclamando sus derechos y que dice que lucha por la vida. ¿Qué nos toca hacer como cristianos? ¿Qué nos exige Jesús en el Evangelio?
¿Difícil romper las estructuras y la marginación? Para Jesús no hay imposibles. Aparece como el gran liberador, al margen y en contra de las leyes de la pureza. Desafía las incongruencias de una ley que esclaviza. No se oculta en prescripciones, se deja tocar y toca, tanto a la que es considerada impura como a la que ya está muerta. En los dos casos transgrede, libera y supera una religión legalista que está incapacitada para curar y dar vida. Jesús siempre está cerca, nunca condena y siempre rescata la dignidad y la vida de la persona. Busca hacer el bien y valora a cada persona, aunque esto le traiga problemas. Pero además lo hace de una manera muy discreta, como si Él no estuviera propiamente implicado, sino que deja el protagonismo primero a la mujer enferma y después al padre de la niña. Es más, resalta la fe de cada uno de ellos y el “milagro” sucede porque “han tenido fe”. No es la actitud paternalista del que todo lo resuelve, sino la actitud del amigo que está cerca para recibir la mano que se extiende pidiendo ayuda.
Conviene leer estos milagros con los ojos, la mente y el corazón de la mujer que ha sido marginada, despreciada e ignorada. Jesús no solamente cura, sino que “salva”. Es importante la salud de las personas pero lo es mucho más la plenitud de la vida y la salvación. Debemos empeñarnos en curar y restañar las heridas en especial de aquellas que dan tanta vida y reciben tanta discriminación. La actitud de Jesús ante cada una de ellas es un reclamo para nosotros como Iglesia y como sociedad. No es justa la situación en la que se encuentran muchas mujeres ni en la familia, ni en el trabajo, ni en la educación, ni en el respeto a su dignidad de personas. A la sugerencia de no molestar más a Cristo frente a la muerte de la niña, Cristo responde con una palabra alentadora: “No temas. Basta que tengas fe”. Para quienes dicen que no hay nada que hacer y se hunden en el pesimismo, son estas mismas palabras. Para aquellas mujeres que se han cansado de tanto luchar, llegan como un aliciente que les ayuda a fortalecer su corazón.
Las palabras de Jesús que rescatan de la muerte a aquella niña, “Niña, levántate”, llegan a todas las mujeres que sienten que han perdido el rumbo y que no tienen alientos para levantarse. Es duro el camino, la sociedad no da nada, parecería más fácil caer en el oropel de una vida fácil y concorde a una sociedad machista, pero la palabra de Jesús tiene la virtud de levantarnos y de devolvernos la esperanza. Tenemos la gran tarea como discípulos de Jesús de imitar a nuestro maestro. Debemos construir nuevas situaciones de respeto y dignidad para cada uno y cada una de sus hijos e hijas. También a nosotros nos pide que nos levantemos, que tengamos fe, que no nos dejemos dominar por el miedo y las ataduras de una tradición. Como Iglesia tenemos un gran vacío en el reconocimiento de la dignidad, del valor y de la aportación femenina.
Señor Jesús, que con corazón tierno y misericordioso has reconocido y restaurado la dignidad de toda mujer, concédenos descubrir la grandeza y el valor de cada hermana que camina a nuestro lado. Amén