
Humildad y distinción
Isaías 5, 1-7: “La viña del Señor es la casa de Israel”
Salmo 79: “La viña del Señor es la casa de Israel”
Filipenses 4, 6-9: “Obren bien y el Dios de la paz estará con ustedes”
San Mateo 21, 33-43: “Arrendará el viñedo a otros viñadores”
Que a los mexicanos nos hablen de fiestas, de futbol, de bailes y de distracciones para olvidar nuestras realidades, se ha vuelto una constante. Pero cuando dejamos un poco las máscaras y nos adentramos en la intimidad del corazón, descubrimos la sensibilidad, los fracasos y sueños rotos de muchos corazones expresados sobre todo en sus canciones de “amor y traiciones”. “Esa no porque me duele…”, se convierte en el grito de dolor del enamorado traicionado que con sus bravuconerías y el alcohol parecería haber sepultado los recuerdos y olvidado sus pasadas ilusiones. La herida del amor brota a través de la poesía y el canto, y entre condenas y amores se descubre la persona amada y a la vez aborrecida. Tanto duele el amor que se encona en el corazón traicionado. ¿Quién no se ha desahogado dejándose llevar por el ritmo adolorido de la canción mexicana?
La parábola de los viñadores homicidas deja entrever el canto de Isaías: el poema del enamorado traicionado y adolorido que lanza sus coplas de amor y busca razones incomprensibles de la traición de la amada. “¿Qué más pude hacer por mi viña?”. Ha dado todo y ha recibido sólo amarguras. Es un poema del amor esponsal maravilloso de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. Dios es el viñador y su pueblo la viña a la que prodiga caricias y cuidados y de la que sólo obtiene frutos amargos. Pero este canto, asumido por Jesús con una clara dedicatoria, “a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”, adquiere también el sentido de acusación contra los jefes y representantes del pueblo tanto de aquel tiempo como éste.
¿Estamos contentos con los dirigentes y responsables de la sociedad? Aquí y en todas partes escuchamos críticas severas contra presidentes y autoridades que se olvidan del pueblo. Se ha distorsionado el sentido de autoridad y más bien parece un puesto para servirse que un puesto de servicio. La parábola es una clara acusación contra quienes tienen, o tenemos, la obligación de cuidar y velar por el bienestar de la comunidad, sea pequeña como la familia o grandísima como toda una nación. En la Biblia, la opresión que sufren los pobres es presentada frecuentemente como crimen, un gran pecado o un homicidio. Quienes deberían cuidar y proteger la viña, la han utilizado para su propio provecho. No es extraño que reaccionen frente a los enviados del Señor con el mismo desprecio a la vida que han manifestado en el diario cuidado de la viña. Quien desprecia la vida de la naturaleza, la quebranta y abusa de ella, reacciona también con violencia contra los profetas que exigen respeto a la vida. “Nos quedaremos con la herencia”, parece ser la ilusión y las políticas de los poderosos y los dirigentes. Ambición desmedida que ciega el corazón e impide mirar cómo sufre y es devastada la viña del Señor.
Los pobres cada día se hunden más en la miseria, el orbe a punto de reventar, pero “los grandes” sólo piensan en sus ambiciones. En este cuidado de la naturaleza, del cosmos y de pueblos estamos implicados todos. Claro que se hacen campañas tanto en contra del hambre y a favor del cuidado de la naturaleza y el medio ambiente. Pero esta preocupación es a menudo engañosa pues no implica un compromiso serio cuando se ve afectada la dignidad de los individuos y la familia humana. Urge adoptar principios de una moral planetaria que detenga la amenaza de una muerte violenta y generalizada, o de la callada y oculta muerte de millones de desamparados, a causa de intereses egoístas y de la extinción y abuso del medio en que nos desenvolvemos. Grave acusación la que nos hace Jesús, pues lo que está entre manos no es de poca importancia: es la viña, la amada del Señor. No importa si es pequeña o grande, la comunidad siempre será la “niña de sus ojos”. Quien ha pisoteado la viña, mata a los profetas y asesina al Hijo del dueño, para tapar sus injusticias y ocultar sus crímenes. Todo lo ve el Señor y todo lo juzga y a todos nos llama a rendir cuentas.
Pero la parábola, como decíamos al inicio, encierra también una historia de amor: Dios ama a su pueblo; Dios tiene un amor personalizado para cada uno de nosotros, su viña. Dios se ha enamorado de mí y toda mi vida es una historia de amor. Hoy todos los acontecimientos me hablan y si estoy atento me cantarán y me contarán una preciosa historia de amor. Dios se ha dejado llevar por la locura de su amor hacia mí. La naturaleza, el amanecer, la lluvia, los sonidos, una oscura noche, me traen en su rumor algo que me suena y resuena en el corazón: “Dios me ama”. Si miro mi propia vida, cada instante, cada rincón, me dirá cómo me ha cuidado y amado el Señor. Aun en los momentos en que me sentí más solitario y abandonado, allí estaba cobijándome con su amor, hasta enviar a su propio Hijo, Palabra de Amor. ¿Cómo he respondido yo a esta llamada de amor?
La parábola añade elementos que nos hacen despertar la esperanza: la muerte del Hijo no queda en el olvido. Cristo es la piedra angular y se hace el juicio a las autoridades. Hay una nueva esperanza y un nuevo proyecto que nos llevará hasta responder al amor fiel y constante del Padre. Tenemos que comprometernos a luchar y a defender la viña, la humanidad y nuestra propia comunidad. Nuestra esperanza se basa en la seguridad de que Dios va haciendo su proyecto. Creemos en el Evangelio, buena nueva, y estamos seguros de poder construir una viña donde no haya gritos de dolor ni de miseria, donde se encuentren frutos de justicia, de paz y reconciliación. El amor que Dios tiene a su viña, el amor que Dios me tiene a mí personalmente, nos lanza a esta aventura de cuidar y responsabilizarnos por el mundo que habitamos. Es problema de todos pero también es problema mío. ¿Qué frutos estamos dando nosotros?
Padre Bueno, que en tu locura de Amor envías a tu Hijo en busca de buenos frutos, perdona misericordiosamente nuestras ofensas y otórganos tu luz para corresponder a tu amor con nuestro amor. Amén.