Sin mucho ruido
Génesis 9, 8-15: “Pondré mi arco iris en el cielo como señal de mi alianza con la tierra”
Salmo 24: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”
I Pedro 3, 18-22: “El agua del diluvio es un símbolo del bautismo que los salva”
San Marcos 1, 12-15: “Fue tentado por Satanás y los ángeles le servían”
Escuchando las gravísimas consecuencias de la corrupción, la violencia, la complicidad y los horrendos crímenes que suceden en nuestros días, algunos quisieran que Dios actuara de la misma manera que en tiempos de Noé cuando “cansado” de la maldad de los hombres envió el diluvio a destruir la tierra. A gravedad de crímenes debería corresponder gravedad de castigos. Así resultan incomprensibles las palabras que escuchamos al concluir la narración que coloca el arco iris como “señal de la alianza perpetua con ustedes y con toda la tierra”. Como si el arco iris representara un arco de guerra de un guerrero que voluntariamente ha dejado olvidadas sus flechas. ¡Así es la misericordia y bondad de Dios! Incomprensible ante los criterios humanos. Bien lo comprende San Pedro cuando nos dice que “la paciencia de Dios aguardaba mientras Noé construía el arca”. Algunos quisieran pintar de negro el arco iris y olvidarse de la misericordia de Dios. Pero su amor es más grande que nuestros pecados. Sin conversión no habrá encuentro de paz, ni construcción de justicia por más grandes que sean los castigos. El Papa Francisco nos asegura en esta cuaresma: “Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente”.
Cuaresma es tiempo de conversión pero contemplando la gran misericordia de Dios no asustados por el temor a los castigos. El desierto es un signo de esta conversión. En la tradición bíblica encontramos dos sentidos del desierto: por una parte es el lugar de purificación, de soledad, de recogimiento, que ayuda a un cambio interior. Por otra parte nos lo presenta como el lugar de reconciliación y de encuentro donde se lleva a la amada para demostrarle todo su amor. Cuaresma tendría estos dos profundos sentidos para cada uno de nosotros. Buscar un momento de silencio interior donde nos encontremos con nosotros mismos, donde podamos reconocer lo que hay en nuestro corazón, donde nos enfrentemos con nuestros propios temores… ¡Cómo cambiamos cuando nos encontramos con nosotros mismos! Hace poco me comentaba un amigo que, no habiendo nunca enfermado de gravedad, no conocía lo que es estar en un hospital. Una de sus experiencias más fuertes, fue cuando lo despojaron de sus ropas, lo dejaron desnudo y le pusieron solamente una de esas “túnicas verdes esterilizadas”, que se entregan a los enfermos. “Era como si me despojaran de una parte de mí”. Le comentaba yo que sería al revés, “Es como si te dejaran encontrarte contigo mismo, como verdaderamente eres: sin ropajes, sin títulos, sin apariencias…” Eso es la cuaresma y el significado del desierto: despojarnos de todo lo exterior y presentarnos como realmente somos delante de Dios.
El desierto en varios pasajes bíblicos aparece también como un lugar donde se puede rescatar ese dulce amor de la reconciliación. Oseas dice que el Señor buscará a su “amada” para rescatarla de sus infidelidades, aunque ella se ha prostituido, “pero yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2, 16) para recordarle y recobrar el amor primero, para reanudar el matrimonio que se ha establecido, volver a tomarla como esposa para siempre, “te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, en fidelidad” (Os 2, 21). Desierto y cuaresma tienen esta fuerte experiencia del amor de Dios que es fiel a pesar de nuestras infidelidades, que se mantiene firme y que nos llama a recobrar el amor primero.
Pero junto a la belleza y al amor también está la tentación. Apenas acaba de ser bautizado e “inmediatamente el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto”. En el desierto podrá Jesús saborear la alegría de ser Hijo de Dios expresada en el bautismo, pero también en el desierto experimentará la tentación. Esta cercanía de la grandeza y de la miseria nos desconcierta a muchos cristianos. Quisiéramos que una vez comprobada nuestra entrega al Señor, ya no hubiera tentación ni marcha atrás, pero el camino está lleno de caídas, de luchas, de encuentros y desencuentros. San Marcos no nos dice cuáles fueron las tentaciones que sufrió Jesús y nos deja un amplio campo para imaginar nuestras propias tentaciones. ¿Cuáles son las tentaciones que nos hacen olvidar el amor de Dios y el amor al prójimo? Tendríamos que empezar por esa facilidad de acomodar el Evangelio a nuestros propios intereses. Escuchamos la Palabra mientras no nos inquiete ni perturbe demasiado, mientras vaya de acuerdo a nuestra forma de vivir y no cuestione nuestros egoísmos e injusticias. Acogemos la idea de un dios complaciente y benévolo, pero no aceptamos a Dios que cuestiona nuestra vida, que nos exige la justicia con el hermano, que rechaza nuestra corrupción y nuestros sobornos. Tenemos la tentación de buscarnos un dios que nos complazca, a nuestro gusto, que tape nuestros huecos, no un Dios que nos salva, un Dios padre de todos por igual, que nos invita y nos exige la fraternidad.
Al ser apresado Juan, Jesús continúa la misión pero con una gran diferencia: el Bautista predicaba la conversión, es cierto, Jesús ahora lo hace con una mayor urgencia, el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ya está cerca. Además, la conversión se hace concreta en una actitud positiva, no solamente arrepentimiento, sino un cambio drástico de vida al creer en el Evangelio. Así podemos iniciar este nuevo período del año: buscando cambiar (metánoia), cambiar el corazón, la mente, las formas de actuar, pero por algo mejor: creer en la Buena Nueva, creer en el Evangelio, creer firmemente en Jesús. Es el sentido de la cuaresma: dejar nuestras tentaciones, nuestras seguridades y nuestra miseria, para lanzarnos en seguimiento de Jesús. Que de este tiempo de cuaresma hagamos una novedad, un tiempo extraordinario de seguimiento, discipulado y aprendizaje junto con Jesús. Dejar el corazón vacío para llenarlo de Dios, para experimentar su amor fiel y misericordioso. Sólo así podremos romper la escalada de violencia y corrupción.
Hagamos silencio y dejémonos amar por Dios, retornemos al amor primero. Cambiemos desde el interior. Aceptemos la novedad del Reino y transformemos las estructuras de pecado y corrupción. Cuaresma es un tiempo de desierto para envolvernos en la misericordia de Dios.
Concédenos, Padre Bueno, experimentar de tal modo tu amor incondicional en este tiempo de cuaresma, que nos ayude a progresar en el conocimiento y en el seguimiento de tu Hijo Jesús. Amén.