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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, Chiapas, a 04 de abril de 2015.-¡Resucitó! Es la noticia que las mujeres y los discípulos llevan por todos los rincones. ¡Resucitó! Es la alegría que invade sus corazones, que transforma sus miedos, que ilumina nuevos caminos. ¡Resucitó! Grito, experiencia, júbilo que no cabe en el corazón y que se desborda bañando de amor y comprensión a los hermanos. ¡Resucitó! Es también nuestro pregón, nuestra propuesta y la razón de ser cristianos hoy. ¡Cristo vive y está en medio de nosotros! ¡Lo hemos visto! Lo hemos experimentado y renueva nuestra esperanza y nuestros anhelos y los deseos de una vida nueva. Resucitar es mucho más que revivir, es mucho más que retornar a la vida de siempre, es iniciar una nueva vida, llena de plenitud y de luz. Es vencer a la muerte y no esperarla ya nunca más. La resurrección de Jesús es la señal que el cristiano ofrece a la humanidad para mostrar que la muerte no es el final definitivo ni el destino del hombre. No estamos destinados al fracaso, sino que hemos sido creados y llamados a la vida y a la felicidad. Por eso en este día resuena lleno de entusiasmo el grito de todos los discípulos de Jesús: “El Señor ha resucitado ¡Aleluya!”.
La experiencia de la Resurrección es mucho más que acercarse a una tumba vacía. Es tener la certeza que Cristo ha vencido a la muerte. Algunos todavía siguen buscando un cuerpo y se acercan al sepulcro, y no logran percibir que el Señor ha resucitado. Nos dice San Juan que al acercarse “vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús había de resucitar de entre los muertos”. En lugar de estremecerse de espanto porque no está “el cuerpo”, su espíritu se llena de alegría porque experimenta que el Señor ha resucitado.
Descubrir a Jesús resucitado es mucho más que contemplar una piedra removida, un sudario doblado y unos lienzos abandonados. Es quitar la piedra pesada del pecado y de la desconfianza que cargamos sobre nuestros hombros, es habituarse a la luz, al amor, a la libertad y a la paz. Todo empieza de nuevo. Dios, fiel a su palabra, señor de lo imposible, se revela en este triunfo de su Mesías. La debilidad ha superado la fuerza, la violencia, el odio y la corrupción. El perdón se toma revancha y vence a la traición, al abandono y a la negación. Dios, removiendo la piedra, renueva nuestra esperanza y nos envía por los caminos de nuestro mundo a gritar la vida, ahí donde haya muerte, donde haya guerra, donde haya destrucción.
La Resurrección del Señor transforma todo. Las olvidadas y despreciadas, María Magdalena y sus acompañantes, asumen ahora el papel protagónico y se constituyen mensajeras de la gran novedad: “¡El Señor ha resucitado!” Precisamente ellas, las débiles y despreciadas, a quienes se les niega la palabra, las que no cuentan en las posesiones y poderes del mundo, ellas son las que dan fuerza y credibilidad a este anuncio. El Señor se les ha aparecido y las ha enviado. Por eso hoy toda mujer debe convertirse en testigo de resurrección, en defensora de la vida verdadera, en constructora de este nuevo mundo propuesto por Jesús. Deben destruir las ataduras de lo antiguo y de la muerte, del odio, de la división y del egoísmo.
Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección Celebrar la Pascua es mucho más que ser espectadores de este evento inaudito, oír su narración por enésima vez y regresar a casa con la sensación de haber vivido un espectáculo bello. Es vivirlo juntamente con su protagonista, es tomar parte. Se trata de morir y ser sepultados con Él. Se requiere acercarse al sepulcro, no para terminar sepultados en el desaliento y en la tristeza, sino para participar de su nueva vida y llevar esta vida por todos los lugares. Es verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto.
Hoy al unirnos a su resurrección podemos creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva! No es posible celebrar la Pascua si no hacemos el “paso” de internarnos en la oscuridad de la muerte a todas las propuestas del mundo, para renacer a un vigoroso empeño por la nueva luz del Resucitado. No se trata de limpiar bellamente el sepulcro vacío y postrarnos en silencio, sino entender los signos, acoger con fe una revelación, un testimonio y una experiencia de Jesús resucitado. Adelante, pues, no es hora de temores y vacilaciones. El miedo ha sido vencido, ha terminado la noche, ha nacido un nuevo mundo. Una nueva primavera va brotando de los añosos troncos que parecían perdidos. La enorme piedra que cerraba nuestro viejo mundo, sofocante y pecador, en el que permanecíamos prisioneros y al cual nos resignábamos, ha sido botada lejos por la Resurrección de Cristo. Debemos salir de nuestro silencio y de la prisión, Él nos hace pasar a un mundo nuevo.
En este día de la Resurrección contemplemos el triunfo de Jesús, experimentemos su presencia, y después, miremos nuestra vida diaria y respondamos: ¿soy testigo de la Resurrección? ¿Cómo manifiesto mi alegría, mi esperanza, mi sano optimismo sabiendo que la última palabra la tiene el bien, el amor, Dios? Mi fe en la Resurrección de Jesús ¿me compromete en una lucha por la vida en todos sus niveles?
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida eterna, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.