Proponen a Claudia Espino para la Secretaría Ejecutiva del INE
No es cualquier cosa para una palabra en el idioma inglés ganarse el honor de ser designada la palabra del año por el diccionario de Oxford. La competencia es feroz. Para ser aún más dramáticos debemos mencionar que en 2016 la palabra designada fue toda una revelación sociológica y política. Se trata de Post-Truth, un término compuesto de lustre reciente. ¿Qué tiene que ver la palabra del año con la ciencia? La respuesta es muy simple: si un político puede mentir sin consecuencias, ¿qué pasa si un científico lo hace? A final de cuentas se supone que un científico busque la verdad, y aún debatir sobre la existencia misma de ésta, pero definitivamente las consecuencias de engaños masivos por parte de los científicos serían desastrosas. Nuestra salud, alimentación, confort y muchas cosas más dependen de la seriedad de su trabajo. Por supuesto, quizá en muchos casos, después de algún tiempo, la verdad saldría a la luz, eventualmente en algún momento histórico. Lo importante es ¿después de cuánto daño? El asunto es ¿y si es cierto? ¿Qué ocurriría si la humanidad ya considerara que la búsqueda de la verdad no es un principio intrínseco que guíe la ética de la sociedad? Las elecciones recientes de nuestros vecinos del norte nos muestran que eso puede ocurrir. La suposición de que podemos vivir en un mundo donde demostrar que una aserción es cierta, no importa, y aun a sabiendas de que es falsa, no hay consecuencias. ¿Cómo nos sentiríamos si una empresa farmacéutica (basándose en un logrado engaño científico) nos dice que determinado fármaco es útil para combatir la diabetes a sabiendas de que no es cierto? ¿Y qué pasaría con los efectos secundarios, sumados al daño hecho al paciente por ausencia de tratamiento? ¿Seríamos tan complacientes como lo somos ahora con ciertos sectores de la sociedad? Yo espero que no. La realidad es que hay muchas personas que mienten desde tiempos inmemoriales, pero algo parece estar cambiando. Hay una repetición de mentiras a sabiendas de la negación repetitiva de verdades, el manejo superficial de la información con la finalidad de manipular. Todo, menos discusiones serias sobre los problemas que nos interesan a todos. ¿Y si los científicos hacemos lo mismo? La humanidad se puede despedir de toda certeza no solo en sus finanzas, economía, política y sociología, puede despedirse de toda certeza en absoluto. Conclusión: en una era Post-truth hay diferentes estándares para distintos grupos sociales. Permítanme continuar con una historia, de la que hasta una película se ha filmado, sobre quien, teniendo la verdad de su lado, no es aceptado, al menos fácilmente: S. Ramanujan nació el 22 de diciembre de 1887 en Erode, en la provincia de Madrás (hoy Chennai) en la época del Imperio Británico. Descendiente de una familia de brahmanes (casta sacerdotal hindú) fue un autodidacta toda su vida, que a los 16 años dominaba obras matemáticas de especial profundidad. Falleció a los 32 años de edad. Para este matemático su deidad Mahalakshmi de Namakkal le susurraba los teoremas al oído como música que se reflejaba en los patrones que veía por todas partes en la naturaleza. La existencia de estos confirmaba su tradicional fe religiosa. A menudo decía que “una ecuación para mí no tiene sentido, a menos que represente un pensamiento de Dios” como lo narra la película The Man Who Knew Infinity que se centra en su relación con el matemático británico G.H. Hardy. Ramanujan enfrentó prejuicios, dogmas, racismo y aun cuando sus métodos tenían carencias según los métodos tradicionales en matemáticas, algunos de sus trabajos fueron excepcionales; es simplemente innegable el extraordinario talento y la repercusión que su trabajo matemático tuvo en las matemáticas abstractas y la física de hoyos negros. Después de muchos esfuerzos logró el tan ansiado reconocimiento, fundamentalmente por eventos fortuitos. Esto demuestra cómo funciona todavía la ciencia, en este caso las matemáticas, ya que los científicos nos regimos por la verdad demostrable ante todo.