Luis Miguel enamora a Acapulco
La actriz y escritora sonorense, pareja de Luis Spota, falleció este martes en la Ciudad de México. “
Fue una mujer que marcó mi vida” recuerda con pesar la periodista Teresa Ponce, su mejor amiga
EL ADIÓS A ELDA PERALTA, UNA FIGURA DEL CINE Y LA CULTURA MEXICANA
La ex tenista, caballista y actriz de la llamada Época de Oro del cine nacional, Elda Peralta, compañera de larga data del escritor Luis Spota, falleció este martes en la Ciudad de México, a los 91 años.
Además de su carrera actoral, se destacó en el ámbito literario, colaborando en la escritura de guiones bajo el seudónimo de Óscar Ayala.
Este es el recuerdo de una entrevista que personalmente valoraba, donde habló de lo que había significado su trabajo en el cine, en más de 40 películas, pero, sobre todo, de su vocación literaria, que supeditó para apoyar la carrera de su pareja sentimental.
Alberto Carbot La voz de Teresa Ponce Torres se quiebra al recordar más de 30 años de trabajo conjunto con Elda Peralta, que difícilmente podrán borrarse.
Su inesperado fallecimiento ha sido un golpe demoledor que caló en lo más profundo de su existencia y reconoce que la pérdida de su gran amiga —a quien consideraba “más que una hermana”—, ha dejado un vacío profundo.
Fue una mujer que marcó su vida —dice. “El paso de Elda se significó por toda una auténtica dedicación y amor a las letras”, recuerda la destacada comunicadora, escritora y catedrática universitaria, quien desde los años 60 destacó por ocupar las primeras planas del diario El Sol de México y dirigir el suplemento Mujeres.
Su fallecimiento ocurrió en la mañana de este martes. Aparentemente hace un par de días había presentado un molesto resfriado, el cual no cedió a pesar del tratamiento médico.
“Como lo hacen muchos, ella siempre evitaba a los doctores y los hospitales”, explicó y dijo que la actriz y escritora, en los últimos años sólo aceptaba ser tratada por el doctor Luis Correa.
Peralta, conocida por su aversión a los hospitales, vivía bajo el cuidado de su sobrina Leticia Rendón de Perea, que reside en Querétaro, y a quien consideraba una hija.
Ella visitaba a su tía varios días al mes, para asegurarse de que no le faltara nada, tarea compartida con el apoyo de Jacinta Martínez, quien por más de 35 años fue cocinera, enfermera y principal asistente de la literata fallecida.
Nacida el 28 de julio de 1932 en Hermosillo, Sonora, Elda Peralta Ayala —como era su nombre completo—, fue una destacada actriz y escritora mexicana cuyo talento y dedicación permeó el ámbito cultural.
Proveniente de una familia de abolengo, enfrentó retos significativos desde temprana edad. A pesar de la oposición inicial de su padre, comenzó su carrera en el cine en 1949, impulsada por su encuentro con el escritor y periodista Luis Spota.
Su debut cinematográfico se dio en la película Hipócrita. Además de su carrera actoral, al paso del tiempo se destacó en el ámbito literario, colaborando en la escritura de guiones bajo el seudónimo de Óscar Ayala junto a Luis Spota.
Su formación académica incluyó estudios en Literatura inglesa, griega, francesa y española en la University of London, así como en Historia del Arte y Literatura francesa en la Université de París.
Peralta también incursionó en la enseñanza, impartiendo clases de Historia del Teatro en el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBA).
Su trabajo en la televisión mexicana como directora de programas como «Cada noche lo inesperado» y «La hora 25» consolidó aún más su legado.
Teresa Ponce compartió que había visto a su amiga por última vez, unos 20 días atrás. “Elda mantenía una mente alerta y nunca perdió la lucidez, aunque se desplazaba con cuidado debido a una fractura sufrida hace algunos años.
“Siempre lucía impecable y encantadora”, comentó. Su relación trascendió lo profesional. Juntas fundaron Editorial Morgana, un proyecto que permitió a ambas mujeres contribuir significativamente al mundo literario. Editaron más de 30 libros “demostrando Elda un ojo crítico para identificar el talento literario”.
Estaba próxima a cumplir 92 años —dijo—, pero a pesar de su edad, ella mantenía “una notable capacidad física; se arreglaba con esmero, cuidaba su apariencia y tenía un cutis envidiable.
Nunca dejaba de hacer ejercicio, y siempre estaba bien arreglada, con su pelo teñido y su piel muy bien cuidada”, recordó.
El impacto de Elda en la carrera de Teresa fue profundo. Recordó que “ella era muy disciplinada, amorosa e inteligente; una mujer que nunca presumía de sus logros académicos, aunque había estudiado en la Sorbona y en el Reino Unido.
“Incluso, se dio el lujo de hacer la traducción al español de un texto en alemán, del destacado escritor y dramaturgo austriaco y experto en psiquiatría, Arthur Schnitzler, autor de Reigen (La Ronda), escrita en 1897, quien presenta una serie de diálogos entre parejas antes y después de un encuentro sexual.
Su humildad y sabiduría dejaron una impresión duradera en quienes la conocieron” —manifestó.
A pesar del doloroso trance y la agobiante tristeza que le embarga, Teresa Ponce planea continuar con la editorial que fundaron juntas.
Entre los proyectos pendientes destaca un guion de cine sobre la Malinche que ellas mismas transformaron en novela.
“Mi objetivo es publicar esta obra en su memoria,” afirmó, reconociendo el reto emocional que esto implica.
El legado de Elda Peralta en el periodismo y la literatura es vasto.
Como presidenta de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras, organizó seminarios y talleres que formaron a muchas periodistas.
Su contribución y dedicación en estos campos son un ejemplo para las generaciones venideras —dijo. Informe de su sobrina Leticia Rendón de Perea Leticia Rendón de Perea, sobrina de Elda Peralta, informó que falleció a las 9:45 de la mañana, y aunque por la premura fue trasladada en una ambulancia al hospital de Xoco, donde recibió atención médica, iba ya muy delicada.
Ella presentó un inesperado sangrado interno, comentó, evitando entrar en detalles. “Ahí los médicos, a quienes estoy muy agradecida, hicieron todo lo posible, pero no pudieron salvarla”, dijo.
Aparentemente la causa del fallecimiento fue una complicación en la zona abdominal, que le provocó una hemorragia que posiblemente se complicó con una falla pulmonar.
Rendón comentó asimismo que desafortunadamente, no hubo disponibilidad inmediata en la funeraria Gayosso Félix Cuevas, por lo que el servicio se realizará este miércoles a las 19:00 horas.
A continuación, como un homenaje a la memoria de la insigne actriz y escritora, reproduzco la entrevista publicada en Gentesur /La revista de México bajo mi dirección, que sostuvimos en 2006 su casa de Golondrina, en el Rosedal, Coyoacán, aunque en los años siguientes no escasearon las llamadas telefónicas, las visitas a su domicilio acompañado por el destacado fotoperiodista Antonio Caballero, ni las interesantes charlas generadas luego de que la periodista Yoloxóchitl Casas Chousal, nos presentara hace ya varios años.
Más allá de Luis Spota “TUVIMOS UN PROYECTO DE VIDA JUNTOS; LUIS MURIÓ ENAMORADO DE MÍ”: ELDA PERALTA
Aunque supeditó su vocación de escritora para apoyar la de su pareja sentimental, la ex tenista, caballista y actriz de la llamada Época de Oro del cine nacional, logró consolidar su sueño infantil de escribir profesionalmente.
En la actualidad cuenta con varios libros publicados, y se encuentra escribiendo el próximo Elda entorna los ojos, eleva el mentón y responde con una sonrisa de orgullo, picardía y complicidad: “Fue una historia bonita, tuvimos un proyecto de vida juntos, fue el amor de mi vida, el único”.
Elda Peralta, caballista, bailarina de ballet, tenista de primeros rankings, estrella de cine en más de medio centenar de filmes nacionales y televisión, escritora y aprendiz incansable, dejó todo por seguir junto a uno de los más afamados periodistas y escritores que ha dado México: Luis Spota.
Su mujer, porque vivió con él sus proyectos, sus sueños, su creación y hasta su muerte. Compañera intelectual, más que pasional, Elda le brindó su vida.
“Sus proyectos eran los míos y los míos de él, pero los míos casi siempre los compaginé con sus intereses”, exclama en una charla de amigos, más que una entrevista, en su casa de Coyoacán, “repleta de libros, cuadros y fotografías, y donde Luis prácticamente falleció hace ya 21 años”.
Empecinado por dirigir cine, Spota incursionó como guionista, “aunque después se dio cuenta que no era bueno lo que estaba haciendo como director.
Fue mi representante en una época muy dura; se presentaban situaciones como en los ranchos, donde el patrón tenía derecho de pernada; era horrible”, afirma con ese dejo de nostalgia de haber claudicado en un momento “en que empezaba a ser mejor.
En el momento en que él dejó el cine, yo lo dejé también.
Me sentía un poco decepcionada, pero no quería estar fuera del proyecto de Luis”. Elda Peralta no sólo dejó el ballet en los albores de la niñez, y con ello la fama que le deparaban las zapatillas de punta y el tutú.
“Dejé el tenis, porque ya empezaba a caminar como orangután y Luis decía que yo tenía que ser glamorosa, además de que quería ser estrella de cine”.
Elda fue campeona nacional de dobles y llegó a ser cuarta en el ranking nacional; y pospuso su vena de escritora “pues decidí no escribir para no entrar en conflicto con Spota”.
Luego del fallecimiento “del único ser que me deslumbraba, el único que me dejaba con la boca abierta, el único con el que yo hablaba y se interesaba en lo que yo hacía”, Elda Peralta se convirtió en escritora. “Eso lo decidí desde los 8 o 9 años de edad y lo estoy cumpliendo”, afirma hoy con la serenidad de la mujer madura, hecha y plena que es.
INFANCIA EN ESCUELA DE MONJAS Nacida en Hermosillo, Sonora, el 28 de julio de 1932, Elda vivió cerca de Estados Unidos, aunque no alejada de Dios.
Su padre fue funcionario de Migración en Nogales, El Paso y Matamoros, labor que lo convenció de la necesidad de dotar a sus 4 hijas no sólo de una buena educación, sino del idioma inglés.
Preocupado por ello, don Óscar envió a Elda y sus hermanas a internados americanos de monjas.
“En los 30, principios de los 40, las niñas y las muchachas lo que tenían que saber era inglés y ser educadas”, sentencia esta mujer que domina no sólo el español, sino el inglés, el francés y el alemán.
En la Biografía íntima de Spota, Elda detalla: “Una buena educación nos permitiría estar preparadas para el matrimonio cuando llegara el momento.
Casarnos era nuestra única opción como mujeres, ya que la aventura y la actividad estaban reservadas a los hombres”.
Sus sueños de fama y marquesinas la alejaron de los supuestos ideales de las chicas bien: casarse y tener un hogar.
También abonó la educación formal recibida en múltiples escuelas gringas. “Nos quería educadas y bilingües, pero nunca se le ocurrió que con el idioma y la cultura norteamericanos asimilaríamos al mismo tiempo las costumbres liberales de las muchachas yanquis”.
Las estrecheces económicas vividas en la infancia y adolescencia, hicieron de Elda una mujer audaz y porfiada.
Se había trazado un esquema de vida, que era “fuera de toda duda, el de una mujer famosa, orgullo de su sexo y de su especie”. Por ello, tal vez y a pesar del provenir de una familia bien avenida, el matrimonio no estuvo nunca entre sus planes. “Nunca se me ocurrió casarme.
Yo quería ser estrella de cine, bailarina y escritora. Mi proyecto de vida con Luis Spota, por ejemplo, fue de hacer, crear —no procrear—, pues maternal nunca, nunca, nunca, lo he sido.
Alguna vez me embaracé, pero me caí de un caballo y perdí a mi hijo. Me atendió una doctora quien como pitonisa me vaticinó que muy probablemente nunca podría tener hijos, lo cual se cumplió finalmente”.
Lectora incansable, Elda Peralta presume una biblioteca de más de 5 mil volúmenes, ubicados entre su casa en Coyoacán, la de Cuernavaca y algunos más en casa de su amiga, la cineasta y dirigente sindical, Marcela Fernández Violante. “Siempre me gustó leer, desde los 7 años.
Tal vez por eso yo hacía la investigación de muchos de los proyectos de Spota y fui una de sus más acérrimas críticas, dado que tenía la oportunidad no sólo de leer sus trabajos antes de ser publicados, sino de decirle con toda franqueza lo que no me gustaba”.
Tratar de estar siempre a la altura de un periodista y escritor como Luis Spota no fue fácil para esta sonorense perspicaz y aguda. Retirada del cine, Elda Peralta se dedicó a forjar a la intelectual que sería en el futuro. Lo había hecho desde niña, cuando incluso en vacaciones aprovechaba para adelantar y doblar cursos, “ya que era una insufrible alumna precoz”.
Hacia 1960 se puso a estudiar francés y alemán; en 1968 se graduó en lengua y civilización francesa en La Sorbona de París, para lo que debió revalidar la secundaria, y una vez iniciado el libro de memorias del escritor, estudió Ciencias Políticas en la Universidad de California en Los Ángeles, “para entender todas las reacciones de Luis ante la situación política”.
DE SECRETARIA, A BELLAS ARTES
Todo inició con su trabajo de secretaria en un banco. En el Centro Deportivo Chapultepec, al que tenía derecho, podía practicar la natación, luego incursionó en el tenis y de allí saltó al teatro experimental. “El cine se me presentaba lejano e inaccesible.
Las oportunidades para actuar no se daban a mujeres jóvenes por su presencia o entusiasmo”. La condición, como dice Elda, tenía que ver con la disponibilidad al comercio carnal, a la que no estaba dispuesta a ceder.
Pero su incursión en el teatro de búsqueda o experimental la condujo al llamado del director José de Jesús Aceves, quien preparaba la puesta en escena en Bellas Artes de Ellos pueden esperar, supuestamente escrita por Clifford Odets y traducida por el periodista Luis Spota.
Allí se conocieron, era 1947 y entre Aceves y Spota la aceptaron para el papel. Cuando la joven Elda saltó de alegría escaleras abajo con la aventura mariposeándole en el estómago por su próximo debut en Bellas Artes, el escritor la detuvo y “nos fuimos caminando por las calles del centro y empezó a contarme su vida de periodista”.
Las caminatas, tras los ensayos, se repitieron. Las confesiones también: Luis Spota era el autor de la obra y no Odets.
Un ardid al que recurrió para estrenar una obra suya, de otro modo le hubieran bloqueado la presentación.
A tan joven edad, el periodista ya contaba con enemigos, Salvador Novo, entre ellos, cuenta Elda con la soltura de saber la verdad.
Los choques verbales con el entonces venerado cronista de México fueron memorables, al grado de que su columna Side Car fue desplazada por Rezagos, de Spota, en el vespertino Últimas Noticias de Excélsior.
Enemigos acumuló hasta el final de sus días. Elda recuerda que a pesar de haber tenido una edición de 120 mil ejemplares ese año, el último libro de Spota no mereció una sola mención de los críticos. “Querían acabar con Luis porque le tenían envidia.
El éxito no lo perdona la gente. Lo más fuerte que decían de él es que era un escritor de secretarias, de supermercados, pero ahora todos los escritores se mueren por estar en los supermercados”, comenta. Sólo José Emilio Pacheco, a la muerte del periodista, publicó artículos en su memoria.
“Fue el único de los intelectuales, de toda esa bola, que habló de Luis”. Estudió el guion. Se presentó con varios cambios de ropa que sus hermanas le prestaron. La escena tuvo múltiples intentos fallidos, el director insistía en pedirle otro atuendo, y otro, y otro.
A las 6 de la tarde, cuando iba a hacer la escena por enésima vez, al grito de ¡acción!, Luis Spota entró al set.
El director encolerizado gritó ¡corte! y detuvo el rodaje. Como repitiendo la escena, Elda se levanta del suelo donde ha pasado la tarde charlando con Gentesur.
Yergue el cuerpo como en aquella ocasión, impulsa los hombros hacia atrás, transforma su rostro en el de una niña regañada y repite la frase que le dijo el cineasta: Una actriz principiante no puede darse el lujo de tener amiguitos que vengan a verla. “Él no vino a verme a mí, él quiere ser director, le contesté”.
Elda concluye la anécdota con una sonora carcajada que envuelve los cientos de libros que nos cobijan en su sala.
“Y estaba en lo cierto, aunque, claro, Luis había ido a recogerme, yo no tenía coche y él sí. Al otro día me dijeron que ya no haría mi participación, pero podría pasar a cobrar mis dos días de trabajo, cosa que nunca hice.
“Años después, cuando abandoné el cine, no extrañé la vida de glamour y toda la parafernalia del mundo de la actuación. Tenía buena relación con mis compañeros, pero nunca hice amistad profunda con nadie, porque ese no era mi ambiente; más bien soy una mujer que gusta de la soledad”.
A Elda Peralta no sólo la dirigió Luis Buñuel en Mujer sin amor, René Cardona en Maratón de baile, Ismael Rodríguez en Cuando viva Villa es la muerte, o compartió créditos con ídolos como Pedro Infante en Necesito dinero, sino que se convirtió en una de las discípulas descalzas de Alejandro Jodorowsky.
Era la década de los 60. “Actualmente él vive en París y se hizo gurú. Aprendió el arte del tarot. Tiene una novia francesa y la pasa muy bien.
Además, se lo merece porque Jodorowsky es un hombre muy talentoso” —recuerda la actriz de cintas como En este pueblo no hay ladrones, Brújula rota, El esqueleto de la señora Morales y Dos gallos en palenque.
Los recuerdos se agolpan, las imágenes vuelven a su memoria, las historias se enhebran una tras otras, por eso refiere que “en una novela, Luis Spota satirizó a ese grupo (el de las discípulas descalzas) poniendo a 3 brujas que andan detrás de un gurú”.
La amplia sonrisa vuelve a su rostro al tiempo que sacude la rubia cabellera que en esta ocasión lleva atada en una coleta bajo la nuca.
Luis Spota le proveyó papeles que marcaron su paso protagónico en el cine, le escribió personajes pequeños y principales, como en El charro de Cristo o la que filmó en Venezuela en 1953 que se llamó Qué noche aquella.
“Casi siempre fui estrellita, desde el 54”, presume sin menoscabo de su modestia. La última película que Elda Peralta hizo en México fue Cuernavaca en primavera hacia 1966.
Tres años más tarde, volvió a Venezuela para grabar Un gallo en dos palenques. Después vino la decisión del retiro.
José Luis Bueno, quien la llevó al estrellato dándole el papel de la hija de Diego de Frizac, como la novia de Chucho El Roto, “el único donde la hice de buena”, en la cinta del mismo nombre, la llamó para desempeñar un papel en una cinta que conjuntaba varias historias.
En una de ellas, basada en un cuento de Spota, Elda encarna el papel de la amante de Mauricio Garcés. Inspirado en la película francesa Las diabólicas, el drama convertido en comedia, resulta en el asesinato de Garcés a manos de su amante y su esposa.
Luis contribuyó a la fama de Elda no sólo con papeles para el cine, sino inmortalizándola en las diversas figuras femeninas de sus libros. Es la ambiciosa Olga Lang en La estrella vacía, se reconoce en la abnegada María Pascual de Los días contados.
La catalana de La pequeña edad tiene la fuerza de Elda. La hoy escritora dice que “fui odiada y amada como Claudia en La carcajada del gato, aunque también me convertí en pesadilla, como Sara en La sangre enemiga y objeto de risa, como Amparo en Los sueños de insomnio”.
Al final, Luis y Elda fueron uno mismo. Amalgamados en un sólo elemento, no había forma de distinguir al uno de la otra.
U VIDA CON LUIS SPOTA
La pregunta provoca. ¿Cómo era Luis como pareja? Baja la mirada como buscando en la alfombra propia los dibujos deslavados de aquella en la oficina burocrática.
Se sonríe para adentro, afuera sólo nos deja ver el rezago de esos momentos de deleite que se agolpan en su memoria.
Mira de frente, vuelve a la realidad y nos envuelve con su mirada de miel. “Luis y yo teníamos una comunicación intelectual.
Todas las mañanas llegaba a mi casa y platicábamos mucho; aquí se ponía a escribir o se iba a su casa.
Por las tardes nos veíamos un rato. Su conversación era fabulosa. La parte creativa era lo que más le importaba, nunca le importó el dinero, sólo escribir; saciar esa curiosidad que tenía de conocer todo, de saber todo y de entender todo.
Era un hombre obsesionado por el trabajo, tenía una aguda necesidad de hacer algo todos los días y de no desperdiciar el tiempo”, comenta.
Como contramaestre del mismo barco, Elda conocía las rutinas de su capitán: “Escribía todos los días en la mañana: hacía su columna del periódico, de eso vivía. En las tardes se ponía a escribir 3 o 4 horas. Me acuerdo que cuando íbamos a Cuernavaca, yo me ponía a hacer lo mío —tenía mi programa de televisión— y a nadar.
A las 4 de la tarde se metía a su oficina y unas horas más tarde, de repente salía y me decía que ya había terminado”.
Entonces tomaban una copa, se ponían a ver televisión, platicaban y se dormían.
Vuelve la pregunta sobre Luis, el hombre. Elda eleva el mentón, estira el cuello níveo y contraataca: “Yo no me la pasaba pensando a qué hora me iba a acostar con él, no sé él.
Nunca ha sido mi preocupación el sexo. Probablemente yo sea una mujer bastante fría.
Soy más intelectual que pasional y es que hay otras cosas.
A mí me gusta mucho la acción. “La vida compartida era muy tranquila, de mucho trabajo, de realizar algo, no era una vida glamorosa”.
Luego revela: “Al final del día me platicaba lo que había escrito y lo hacíamos siempre acostados. La cama es el mejor lugar para platicar”, afirma mientras estira una de sus largas piernas bajo la mesa de centro en su sala.
“Allí le gustaba platicar y reflexionar, porque estaba siempre tan agotado de tanto trabajar, que el mejor momento de relax era estar acostados, donde las horas se eternizaban en un grato intercambio intelectual.
Dicen que tenía un genio de los diablos, pero yo nunca se lo conocí. Conmigo se portaba muy padre, nunca lo vi enojado, quizá sólo en una ocasión, cuando vino a casa al mediodía y me encontró con un amigo, aunque también estaban otras amigas mías.
Pero esa vez salió furioso”. ¿Celoso? Elda frunce la boca en ese dejo muy de ella, al tiempo que sacude la cabeza de izquierda a derecha en una franca respuesta negativa.
“Sólo una vez me hizo una escena de celos. Yo acababa de regresar de una filmación en Venezuela. Allá se habían corrido rumores de que tenía un supuesto romance con uno de los actores, pero no era cierto.
Un día, sonó el teléfono, Luis estaba aquí y contestó; alguien que hablaba desde Venezuela, preguntaba por mí.
Se puso furioso, y luego no volvieron a llamar”. Y sonríe con esa pícara mueca que alinea sus labios en un hilo totalmente paralelo a sus párpados que entrecierra, como para no dejar escapar ni una imagen más.
LA SUSTANCIA DE LA TIERRA Con la muerte del afamado escritor en 1985, Elda perdió la mitad de su ser. Ella tendría que seguir viviendo. “No me fue sencillo”, dice. Hecha a imagen y semejanza de Spota, se aisló en sí misma, necesitaba sublimar su muerte. Dolida también por el vacío que la intelectualidad mexicana le había hecho; consciente de la cantidad de enemigos ganados a lo largo de una vida fructífera en las letras y filosa en el periodismo, Elda decidió no callar. “Cuando murió quisieron apagarlo, y yo me puse a decirlo todo. Creo que él sabía que yo no lo dejaría morir, por eso me dejó como heredera única de su obra, la que a mi muerte quedará en manos de sus hijas Carla y Gabriela”. Su terapia fue la escritura: “Hice cientos, miles de notas, escribía todo lo que me acordaba de él. Desde el día que murió, decidí escribir sobre él y así se lo dije a Jaime Labastida: hoy empiezo a escribir la biografía de Luis Spota. La costumbre de estar hablando de Luis me liberó y me dio la posibilidad de comunicarme con los demás”. No fue una tarea fácil, se llevó casi 3 años acumulando notas, vivencias, anécdotas de viajes, reflexiones políticas, cotidianidades. “Un día me di cuenta que ya me estaba repitiendo, fue cuando decidí empezar a escribir el libro”. Luis Spota: las sustancias de la tierra, una biografía íntima, se publicó finalmente en 1989. LUIS SPOTA, UNA HISTORIA INCONCLUSA “Con ninguna novela quedé satisfecha”, responde a la provocación de calificar la obra de Spota. La compañera de vida de este periodista precoz, que comenzó a los 14 años y que alguna vez ganó durante 43 días consecutivos las 8 columnas de Excélsior, afirma que siempre consideró que Luis “podía escribir mejor de lo que lo hacía”. “Él tenía esa angustia de escribir; para Spota era una angustia. Bueno o malo era lo mejor que él daba cada día y consideraba que el día que no escribía era un día perdido”. Un escritor, declara convencida, “necesita expresarse, a veces lo que dice es aceptado por los demás, pero lo que hace es importante porque es una manera de sentir que está cumpliendo con su responsabilidad de estar vivo”, y Spota respondía diariamente haciendo algo creativo “porque era un creador”. Elda Peralta dice que Luis Spota dejó un trabajo inconcluso y Jaime Labastida quiso terminarlo, pero no lo hizo. Se llamaba Los que volvieron. Era sobre los españoles que vinieron en 1936. Lo dejó escrito a mano, como era su costumbre, para luego pasarlo a máquina. La actriz afirma que Labastida, a quien describe como “un poeta maravilloso, pero no un novelista”, con quien lo unía una entrañable amistad y a quien admiró mucho, lo quiso terminar, pero al final desistió. “Es una novela que estaba escribiendo cuando se estaba muriendo. Traté de que la hicieran y me di cuenta que es un problema que ya pasó sobre los escritores e intelectuales que hicieron mucho bien al país, fundando grandes instituciones como el Colegio de México, pero no creo que valga la pena”, afirma. —¿Qué pasará con todo el acervo personal y los manuscritos de Luis Spota cuando usted fallezca? De acuerdo con el testamento de Luis, soy la heredera de los derechos de autor de sus libros y cuando yo me muera quedarán en manos de sus 2 hijas a quienes dejó 2 o 3 casas. Creo que Luis me dejó sus obras porque sabía que iba a cuidar de ellas, que las iba a mover. Lo mismo ocurrirá con la casa de Cuernavaca, en donde me refugio los fines de semana para leer, tranquila. Así me gusta pasar los días. En la última etapa de su vida a partir de Luis Spota: las sustancias de la tierra, una biografía íntima, Elda Peralta decidió convertirse de tiempo completo en escritora. No volvió a tocar el tema de Spota porque “ya dije lo que tenía que decir; ahora me voy a dedicar a otras cosas”. Además, asiente con ese dejo de sabiduría que acompaña con un movimiento de mano, que teme le pase lo que, a Bernal Díaz del Castillo, “quien vivió toda la Conquista cuando tenía veintitantos años y a los 60, cuando vio que todos escribían sobre la Conquista no se quiso quedar atrás y se puso a escribir y muchos dicen que es fantasioso. Como ya pasaron más de 20 años de que Spota murió, a lo mejor empiezo a cambiar la historia. Me fijo mucho en la experiencia de los demás” —me dijo. Y Elda ha podido cumplir su último sueño: ser escritora. En su haber suma no sólo cuentos de ficción en las compilaciones Las mujeres de la torre (1996), Veneno que fascina (1997), Sucedió en un barrio de la ciudad (2001) y Conjuros del pentagrama (2005), donde alterna con escritoras de la talla de Beatriz Rivas, Ángeles González Gamio y Tere Ponce, entre otras. Ha incursionado exitosamente en el ensayo con La época de oro sin nostalgia, Luis Spota en el cine mexicano (1989) y en su bibliografía suma el libro de cuentos Remedios para olvidar (2000), y las novelas Nocturno mar sin espuma (1997) y Vuelves…, con tu esperar desnudo (2004). Y ahora —cuando mira en un puño los casi 40 años transcurridos al lado del destacado novelista mexicano, que durante la charla se ha visto obligada a revivir–, Elda exhala con satisfacción y nostalgia: “Luis, no me cabe la menor duda, se murió enamorado de mí”.