Eduardo Ramírez presenta al Gabinete de Seguridad que lo acompañará en su gobierno
Sólo le pido a Dios
XVII Domingo Ordinario
+Mons. Enrique Díaz
Obispo Auxiliar
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
II Reyes 4, 42-44: Comerán y todavía sobrará
Salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente
Efesios 4, 1-6: Un solo cuerpo, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo
San Juan 6, 1-15: Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron
Sólo le pido a Dios
Han pasado un poco más de dos años, han sucedido otras desgracias, ha habido otros terremotos, huracanes, y ya nadie se acuerda de Haití que sigue sumido en el hambre y la desgracia. No tuve oportunidad de escuchar el famoso concierto que artistas importantes compartieron pocos días después, buscando hacer conciencia y reunir fondos para el pueblo en desgracia. Alguien me comentaba que Shakira había interpretado una canción a propósito de la indiferencia que podemos tener ante la necesidad de los demás. Es la famosa canción del argentino León Gieco, Sólo le pido a Dios, que desde hace muchos años ha servido de himno en muchas situaciones de desgracia, de dictaduras, de armamentismo o conflictos bélicos. Una canción que se puede volver actual frente a un mundo contrastante de desarrollo y bienestar que esconde el submundo de miseria y de pobreza que podemos olvidar y pasar indiferentes. Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo, sin haber hecho suficiente. Sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente
Signos y señales
Hasta el domingo pasado, San Marcos era el guía que nos acompañaba en nuestro encuentro dominical con Jesús en este ciclo litúrgico. Desde hoy y durante cinco domingos, San Juan nos tomará de la mano y nos acercará a Jesús. San Juan es muy profundo en sus reflexiones y busca que también nosotros descubramos toda la profundidad del mensaje de Jesús. Ama los signos y las señales, y nos los ofrece para que nosotros encontremos el camino hacia Jesús. No se queda sólo en un acontecimiento, sino a través de ese milagro o de un relato, nos obliga a adentrarnos en realidades más importantes. Como si quisiera decirnos que cuanto más importante es la meta hacia la que nos dirigimos, más señalamientos y signos claros necesitaremos para andar el camino que nos conduzcan a buen fin. En su capítulo seis, San Juan nos ofrece un signo: la multiplicación de los panes, pero un signo que implica muchas indicaciones importantísimas para descubrir el Reino de Dios: percibir la necesidad del hermano, compartir el pan, alimentarse del Verdadero Pan, la permanencia con Jesús. Durante los domingos siguientes iremos retomando diferentes aspectos de cada una de estas señales. Hoy iniciamos con la narración del milagro que encierra ya en sí mismo una gran lección. Contemplemos y dejemos que las acciones y las palabras de Jesús impacten nuestros ojos y nuestra imaginación. Pongámonos en el lugar de los hechos y seamos protagonistas del milagro, que no sucede sólo hace siglos, sino que tiene una realidad actual muy viva.
Descubrir al hermano
Todos sabemos lo que significan el pan, la tortilla, el alimento, y los aspectos y connotaciones de bienestar que implican. El sabor a pan, el olor del alimento, marcan el inicio del milagro. Pero también lo marcan el dolor del hambre, la carencia y la miseria. Y Jesús busca confrontar a sus discípulos con estas necesidades: ¿Cómo compraremos pan para que coman éstos? Y señala las multitudes y hace que Felipe y los demás apóstoles sean conscientes de aquella necesidad. ¡No los puede dejar indiferentes! La primera exigencia de Jesús es descubrir la necesidad del hermano. La escandalosa crisis actual, pone al descubierto nuestras formas primitivas de actuar. Al igual que en un incendio o en una estampida, cada uno trata de salvarse sin mirar si atropella, pisa o estorba a los demás. Se nos ha metido en la cabeza que no podemos perder los privilegios, comodidades y seguridades que ya habíamos logrado, aunque más de una tercera parte de la humanidad siga padeciendo hambre extrema. Luchamos por no disminuir nuestro nivel de vida, aunque para eso tengamos que terminar con la poca vida que les queda a los demás. Es incomprensible que en nuestra patria un noventa por ciento de la población tenga menos recursos, pero que unos cuantos acaparen y tengan muchos más ¡en plena crisis! El hambre no es cuestión de falta de alimentos, es cuestión de falta de amor. Podríamos dar aquí todos los datos y cifras escalofriantes de la muerte, desnutrición y pobreza de millones de personas, y quedarnos tranquilamente indiferentes, o quizás ocultarlos para que no nos causen inquietud. Pero la primera señal que Cristo nos da en su seguimiento es descubrir al hermano.
El milagro del amor
Pero hay otra enseñanza muy importante de Jesús. Hay una tendencia en nosotros muy negativa: en cuanto nos damos cuenta de la gravedad del problema, al igual que Felipe o que Andrés, nos encogemos de hombros, nos sentimos impotentes y resolvemos no hacer nada. ¿Qué significa mi acción? Como una gota en el océano o como un granito de arena en el desierto. ¡Nada!, decimos y así nos justificamos. Pero Jesús nos enseña hoy otra opción: poner todo lo que tenemos a disposición del hermano. Los grandes milagros se realizan con pequeñas cosas pero con grandes generosidades. No vale pues nuestra disculpa, la inmensidad del océano está compuesta por millones de pequeñas gotas y la grandeza del desierto se forma de un sinfín de imperceptibles arenas. Es cierto, no soy más que un granito de arena, pero soy capaz de pensar, de amar y de compartir. Tengo responsabilidad en mi comunidad y en el mundo entero; de pequeños granos de arena se han hecho las grandes construcciones. Andrés mira el problema sólo por el lado económico, y la gravedad del problema está más en el corazón. El problema del hambre y la desnutrición empeora cuando se le aborda como un problema meramente técnico y económico. Sólo se alcanzará alguna solución si logramos ante todo, transformar las estructuras sociales de tal manera que la mayoría participe directamente en la construcción de un sistema fraterno, de una comunidad donde todos podamos vivir como hijos de Dios. El milagro de Jesús está en su poder pero también en la generosidad de quien entrega todo lo que tiene aunque parezca tan miserable como cinco panes y dos pescados para millares de personas. Es el milagro del amor.
Mi canasta casi vacía
Si Jesús nos da la enseñanza sobre nuestra obligación de descubrir la necesidad del hermano y nuestro compromiso en buscar soluciones, San Pablo en su Carta a los Efesios, nos da la verdadera razón para buscar tener una mesa común: No hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu un solo Señor un solo Dios y Padre de todos. La razón última para compartir y poner lo mucho o lo poco que somos, en esta gran lucha, es ésta: tenemos un Padre común. No podemos pues hacernos disimulados, porque estaríamos rompiendo esa unidad y esa fraternidad. Hay una oración que se me ha metido en el corazón y que ahora quiero compartirles: Soy poco, muy poco, casi nada, pero con tus manos multiplicarás lo que para el mundo sea más necesario por tu Reino. Conoces mi debilidad, conoces mis pecados, mis carencias y mis errores, mas sé que con tu mirada y con mi fe, multiplicarás lo bueno que en mí pusiste y harás que aquellos que me rodean puedan servirse de la bondad que tú derramas. Aquí me tienes, Señor, quiero ser uno de esos cinco panes para que el hambriento que sale al camino no marche a casa sin haber comido el pan de mi fraternidad, del auxilio de mi solidaridad, del agua de mi pobre amor. Aquí me tienes, Señor, tal vez sean insuficientes mis capacidades, mi pensamiento, mi oración y mi entrega. Tal vez sea poco lo que la cesta de mi corazón albergue. Pero aquí me tienes, con las manos casi vacías, a pesar de lo mucho que tú me diste. Por ello te pido que nunca deje de ser sensible, atento y generoso ante las necesidades de mis hermanos. Amén
LEM. Claudia Corroy
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