
Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
En escenario público, Trump
fracasó en Alaska; Putin ganó
Si fue el propio Donald Trump el que magnificó las expectativas de su operación geopolítica y de seguridad nacional sobre el tema Putin-Ucrania en Alaska, entonces el saldo público fue negativo para el presidente de Estados Unidos y le disminuyó margen de maniobra y de credibilidad ante China, la Unión Europea, América Latina y sobre todo en México.
Aunque el aparato de inteligencia y seguridad nacional estadounidense tenía una agenda probablemente muy sólida para capitalizar le intervención de la Casa Blanca, en realidad las motivaciones de Trump fueron menores y en un caso –el escenario del Premio Nobel de la Paz– demasiado vulgar.
La Cumbre de Alaska quiso prefigurar una especie de Yalta 2.0, intentando reproducir el esquema de la reunión en febrero de 1945 entre los tres grandes que ganaron la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, Unión Soviética e Inglaterra y se repartían el planeta, y de manera muy contundente, el Vaticano fue excluido entonces con el argumento de que no solo carecía de legiones militares, sino que el Papa Pío XII estuvo desde entonces señalado como colaboracionista con los nazis o cuando menos no defendió a los judíos del Holocausto. Por cierto la conferencia de Yalta, hace 80 años, ocurrió en Crimea, hoy un territorio que disputan paradójicamente Rusia y Ucrania.
Trump llegó a Alaska con expectativas de que él en lo personal, solitito, iba a resolver la crisis que le estalló al presidente Joseph Biden Hace poco más de tres años, cuando la Casa Blanca movió los hilos geopolíticos para que el gobierno de Zelenski procesara su ingreso oficial a la OTAN y con ello abrirle un flanco militar occidental en la frontera directa con Rusia. Putin aprovechó espacio e invadió Ucrania no solo para frenar la iniciativa de la OTAN –es decir, fuerzas militares estadounidenses y europeas con tanques y misiles justo en la frontera física de Rusia–, sino para, de paso, apropiarse de tierras estratégicas en recursos químicos.
La iniciativa de simpatizantes republicanos de Trump de iniciar trámites para que el actual presidente de Estados Unidos fuera considerado como candidato oficial al premio Nobel de la Paz –como antes lo obtuvieron Kissinger los vietnamitas y después el propio presidente Barack Obama– estuvo en el escenario de la Cumbre de Alaska porque el propio Trump infló las expectativas y prácticamente dio por resuelto el problema solo por su intervención directa.
En la reunión en Alaska, hubo algunos detalles que exhibieron a un Putin con suficiente fuerza personal y de imagen como para apoderarse de las expectativas de la reunión; dos de ellos fueron significativos: Putin miró sin preocupación el avión de combate ultra moderno de Estados Unidos B-2 a la hora que pasó junto; y luego tomó la decisión de subirse a la limosina de Trump –la famosa Bestia— sin traductores y sin guardias, con el contexto de que el gobernante ruso ha sido calificado como candidato al arresto por tribunales internacionales.
En este contexto, de manera inexplicable pero obvia, el presidente Trump ayudó a que Putin regresara al centro de la geopolítica internacional como estratega, cuando los asesores de la Casa Blanca suponían que se iban a encontrar con un Putin descolocado, temeroso y anhelante del apoyo de Washington. Hay escenas donde el hiper activismo de Trump a la hora de caminar juntos o reunirse se encontró con un muro de hielo y un Putin en función de jefe de Estado.
El Trump que ha llegado varias veces a Europa a dar manotazos en el seno de la OTAN y que ha regañado públicamente a otros jefes de gobierno y el Trump que tiene las riendas abusivas en modos de bullying contra México por sus amenazas un día sí y otro también de que va a invadir el país y que además ya había anunciado la conversión de Canadá en el estado 51 de la Unión americana, ese Trump se desinfló en Alaska ante Putin e inclusive sus argumentaciones el fin de semana desaparecieron de las escenas geopolíticas e internacionales que quería aprovechar para fortalecer su imagen.
Putin, dicen algunas versiones filtradas, fue a lo suyo: condicionar la continuidad o el fin de la guerra con Ucrania a la aceptación de la derrota por Zelenski y la entrega de un par de territorios adicionales a los que ya conquistó la invasión rusa. En ese contexto, el escenario de tensión bélica en Ucrania se mantuvo y por ese solo hecho le regresó a la capacidad de iniciativa a Moscú, además de fracturar peligrosamente al bloque de apoyo de Zelenski por los desacuerdos entre Trump y la Unión Europea.
Y al final, todo el mundo vio que el presidente ucraniano Zelenski es un títere de la Casa Blanca.