Indicador político/Carlos Ramírez
El viejo refrán mexicano le acomoda “como anillo al dedo”.
¿Por qué?
Porque el presidente López Obrador parece que no entiende nada en las materias energética, económica y de inversión y porque nadie de sus cercanos es capaz de advertirle la catástrofe a la que lleva al país.
En pocas palabras, “está viendo el terremoto y no se hinca”.
Y es que mientras que industrias fundamentales para el desarrollo y el empleo acusan un colapso inminente –automotriz, turismo y construcción–, y mientras México pierde ocho lugares en la escala como destino seguro para la inversión extranjera, el presidente “batea” a las tres empresas invitadas para construir la Refinería de Dos Bocas.
¿Y eso qué significa?
Que Obrador confirma al mundo financiero y a los inversionistas foráneos que México no es confiable y resulta un peligro para sus inversiones. Dicho de otro modo, manda al diablo a los inversionistas; los invita a que se lleven su dinero a países serios, en donde se respeta la ley y la democracia.
Pero la tragedia anunciada no termina ahí.
Como saben, la construcción de la Refinería Dos Bocas fue entregada, sin licitación, a tres poderosos grupos extranjeros –los consorcios Bachtal-Techint, Worley Persons-Jacobs y Technipy KBR–, los que concluyeron que era imposible la construcción de una refinería como la propuesta por Obrador, por un costo de 800 mil millones de dólares y en un plazo de construcción de sólo tres años.
El mensaje de los empresarios resultó demoledor para el gobierno de López Obrador. ¿Por qué?
Primero, porque el propio presidente dijo que las cuatro empresas seleccionadas –una de ellas no quiso saber nada porque consideró como una locura la propuesta de Obrador–, eran las mejores del mundo, las más serias y reconocidas.
Segundo, porque luego resultó que no, que esas empresas se pasaron de la raya, no solo por el costo sino por el tiempo de construcción.
Tercero, porque las propias empresas “bateadas” por el presidente mexicano, concluyeron que el de Obrador no es un gobierno serio, además de que lo integran ignorantes absolutos de la materia energética.
Y, cuarto, porque les quedas claro a los inversionistas mexicanos y del mundo entero que el gobierno de Obrador se mueve a partir de ocurrencias, la mayoría de ellas, sin pies ni cabeza.
Y el mejor ejemplo de que incluso lo más reputados inversionistas mexicanos buscan oportunidades fuera de México, es el caso de Carlos Slim, quien apunta importantes programas de desarrollo de sus empresas en Europa, de manera específica en España.
Pero la segunda parte de la tragedia de la Refinería Dos Bocas es que una vez que el gobierno mexicano rechazó todas las propuestas de empresas privadas –porque es imposible construir una refinería con sólo 8 mil millones de dólares y en sólo tres años de construcción–, el presidente anunció que serán Pemex y la secretaría de Energía las encargadas de construir la refinería.
En este caso el mensaje que manda el presidente mexicano ya supera todo lo imaginable y entramos al terreno de la ficción, si no es que de lo sobrenatural.
Es decir, lo que está proponiendo López Obrador es –literal–, un milagro, lo cual lo confirma no como un presidente sino como un mesías.
Y es que según todos los expertos que han analizado el tema de la Refinería Dos Bocas, la construcción se llevará por lo menos diez años, el costo será cercano a los 20 mil millones de dólares, la planta será inviable porque Dos Bocas es el peor lugar para una refinería y, sobre todo, el proyecto será un fracaso total porque México no cuenta con la tecnología para ello.
Todo lo anterior, sin contar con la inviabilidad financiera.
En realidad López Obrador se dispara un balazo en la cabeza con la obstinación de construir Dos Bocas; un suicidio político que le dará a sus adversarios suficientes municiones para combatirlo de manera despiadada en la segunda mitad de su gobierno.
Y es que, en política, aún no hay quien haga milagros.
Al tiempo.