Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Cuando Octavio Paz murió, el 19 de abril de 1998, yo era jefe de información del diario ‘Novedades’ en la Ciudad de México. Ese día, habíamos cerrado la edición pasadas las 11 de la noche. Octavio Paz convalecía en su casa de Coyoacán. Antes de abandonar la redacción hablé con Tzinia Chelet, a quien había invitado como reportera de asuntos especiales, y la guardia nocturna tenía mi número de celular con la instrucción de llamarme a cualquier hora.
Octavio Paz estaba ya muy mermado de su salud: tenía 84 años y padecía cáncer de huesos.
Tzinia Chelet, a su vez, sondeó a Elena Poniawtoska y a Cristina Pacheco sobre la salud del Premio Nobel de Literatura 1990. Ambas presuponían un desenlace fatal para esa misma noche.
Abandoné la redacción y me refugié en un bar cubano ubicado en la esquina de Medellín y Querétaro. Entonces yo habitaba la Suite Jr. del Hotel Aristos, en la glamurosa Zona Rosa. El ‘Novedades’ pagaba.
No bien había demandado el segundo mojito cuando me llamó el subdirector del ‘Novedades’ para informarme que Octavio Paz había fallecido. Retorné de inmediato a la redacción. Teníamos que parar la rotativa y cambiar la noticia de portada. Ya el subdirector del Novedades había enviado a otro redactor al Sambors más cercano para adquirir libros de Octavio Paz. Halló Piedra del Sol, El laberinto de la soledad y Salamandra.
Pásaba la medía noche y yo al telefono, a esa hora, localizando a quienes pudiesen decir algo por la muerte de Paz. Recuerdo que desperté a Tania Chelet y ella a su vez lo hizo con la Poniatowska y Cristina Pacheco. Todo era estupor y asombro, palabras entrecortadas por el llanto.
El poeta había muerto.
Marqué al poeta chiapaneco Oscar Wong y lo dejé en línea con un redactor de la guardia para que le dictara un ensayo sobre la vida y obra del autor del Laberinto de la Soledad.
Al día siguiente, el director y dueño del rotativo estaba más que satisfecho con la edición del día.
Entonces Benjamín Wong fungía como coordinador del ‘Novedades’.
Me llamó a su oficina y me felicitó. Dijo que esa había sido la mejor edición del ‘Novedades’ en años. Don Rómulo O’Farril se lo había dejado de manifiesto.
Luego de esa edición, comencé a preparar un suplemento In Memoriam de Octavio Paz.
Llamé al colombiano Alvaro Mutis. Le dije que el poeta Ricardo Cuéllar Valencia, su paisano, me había proporcionado su número. Le llame Maqroll el Gaviero, y le pedí un texto sobre Octavio Paz. Acepto. Tzini a Chellet ya había conseguido la autorización de Elena Poniatowska y Cristina Pacheco para publicar textos propios sobre Paz. Y yo por mi parte conseguí más colaboradores, entre ellos a Alvaro Ruiz Abreu, del grupo Nexos, quien recién había publicado su primera novela: El puerto bajo la bruma.
Le marqué a Homero Aridjis. Estaba en Barcelona. Su esposa casi me cuelga. Olvidé el uso horario de Europa. Pero insistí. Me puso a Homero Aridjis al teléfono. Le comuniqué la muerte de Paz y le expliqué la intención y quienes más escribirían. Accedió.
Sería un honor para él -me externó.
Llamé a Madrid al escritor Jesús Ferrero, quien apenas ganó el Premio Plaza y Janés por su novela ‘El efecto Doppler’.
Le encantó la idea. Lo había conocido en Ciudad de Guatemala y habíamos hecho buenas migas. Por mi conoció la poesía de Jaime Sabines. “Un poeta extraordinario”, me dijo.
Aceptó gustoso.
Hablé con el poeta Ricardo Cuellar Valencia, que residía en Chiapas, y el poeta Óscar Wong me sugirió a un periodista especializado en la obra de Octavio Paz. Se me escapa su nombre. Convoqué al caricaturista Enrique Alfaro y me envío un extraordinario cartel de Paz extinguiéndose en un cirio.
El suplemento fue espléndido. Don Rómulo O’Farril estaba feliz. El ‘Novedades’ no había publicado un suplemento similar en años, dijo Don Rómulo O’Farril, remarcando… desde que Fernando Benitez coordinó ‘Mexico en la Cultura’, que el ‘Novedades’ editó semanalmente de 1949 a 1973.
Yo no cabía en mi calzón.