Abanico/Ivette Estrada
El próximo gobierno no sabe cómo salir del embrollo en que se metió por exceso de demagogia con la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Se trata de una obra de infraestructura indispensable, autofinanciable, bien planeada y ya comenzada, sobre la que el presidente electo no tiene opinión, luego de haberse manifestado categóricamente en contra.
Primero que no, luego tal vez sí, veremos, lo más seguro es que quién sabe.
Los gobiernos son para tomar decisiones en los terrenos técnicos y financieros, y el que viene da señales de que ahora no sabe lo que quiere.
¿No que estaba mal y que no tendríamos nuevo aeropuerto?
¿No que se iba a ampliar la base de Santa Lucía, en Zumpango, y se usaría al mismo tiempo que el actual aeropuerto (¡¡!!)?
Luego López Obrador cambió de opinión y puso tres opciones: ampliar Santa Lucía, que sigan las obras en Texcoco, o que sigan las obras en Texcoco pero concesionadas a empresarios privados.
El viernes pareció volver a cambiar de opinión cuando su próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, redujo esas tres opciones a dos: seguir los trabajos como van, o poner dos pistas más en la base de Santa Lucía, que operaría al mismo tiempo que el aeropuerto capitalino que tenemos.
Ahí mismo, AMLO entreabrió la posibilidad de concesionar la obra al sector privado, pero no quedó claro.
Y como no saben qué hacer, o no se atreven a decir lo que quieren, pues están entrampados en la demagogia de los tiempos en que se oponían a todo, entonces optaron por que decida el pueblo sabio, a través de una encuesta.
Bandazos. Indecisiones y maromas donde no existen dudas, sólo compromisos políticos con los macheteros de Atenco, que de pronto revivieron.
Si se lo quieren dar al ingeniero Carlos Slim con un grupo de constructores, adelante, que decidan, lo digan y no camuflen la decisión con una “consulta popular”.
El problema es que ese aeropuerto se paga solo y es altamente rentable, a diferencia de otras terminales aéreas en el país.
Por esa razón, porque arroja buenas utilidades al erario, ninguno de los gobiernos llamados “neoliberales” privatizó el aeropuerto capitalino.
Y por lo visto AMLO lo quiere hacer. Que lo diga, que lo haga y que se atenga a la crítica.
Pero le dan la vuelta.
Resulta que la obra de infraestructura más requerida desde hace décadas, por la saturación y riesgo de accidentes en el actual aeropuerto, se va a decidir por una encuesta o consulta al pueblo sabio que de aeronáutica no tiene la menor idea.
Cien mil millones de pesos costaría cancelar los trabajos en el nuevo aeropuerto.
Por ocurrencias no paran:
La refinería que van a hacer en Tabasco, según la próxima secretaria de Energía, Rocío Nahle, va a costar seis mil millones de dólares -diez mil millones en la realidad, por lo menos-, y no le preguntan a nadie, a pesar de lo ineficaz de ese gasto.
Una o cuatro nuevas refinerías -como prometió AMLO en campaña-, no van a bajar el precio de las gasolinas al público, pues son precios internacionales, fijados por el mercado.
Hay países donde la gasolina es más barata que en México -la gran mayoría no-, porque aquí el impuesto al combustible es elevado.
¿Quieren gasolinas a menor precio? Bajen el impuesto, pero habrá que privar al erario de ese ingreso.
¿Nos vamos a quedar con el gasto por hacer refinerías, y además se van a quitar al presupuesto los ingresos por impuestos a las gasolinas?
Puras ocurrencias. Nada de lógica ni de decisiones basadas en dictámenes técnico-financieros.
Lo del aeropuerto es para Ripley.
Se iba a dar a conocer el viernes un dictamen que decidiría su suerte, para ponerlo a consulta. No fue así. No se decidió nada.
En diciembre van concluir con el proceso, una vez que el pueblo haya decidido, en octubre.
Mientras pasan esos acontecimientos, ¿qué hacen las constructoras y miles de personas que ya están trabajando en el nuevo aeropuerto?
Indefinición por indecisiones.
Indecisiones por demagogia.