Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Sabiduría 11, 22-12,2: “Te compadeces de todos, por tú amas cuanto existe”.
Salmo 144: “Bendeciré al Señor eternamente”.
2 Tesalonicenses 1, 11-2, 2: Nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en ustedes y ustedes en Él”.
San Lucas 19, 1-10: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
Por doquiera han aparecido casos de corrupción y fraude de autoridades, gobernadores, presidentes y demás, provocando gran escándalo. Millones y millones no justificados, casas y propiedades en manos de cercanos, negocios disfrazados. Todo, corrupción que indigna. Por unos días se mantiene la expectación y se exige la justicia y el castigo… pero un nuevo escándalo aparece y todo queda en la impunidad. “¿Podrán vivir tranquilos quienes así defraudan al pueblo que tiene hambre? ¿Podrán pasar bocado sabiendo que sus trampas y sus adquisiciones han sumido en la miseria a miles de personas que confiaron en ellos? ¿Cómo puede vivir alguien cargando estos pecados en su conciencia?”. Son las preguntas y reflexiones que un joven busca afanosamente responder. “Cuando el dinero se apodera del corazón, se adormece la conciencia y se pierde el sentido de fraternidad y compasión”.
Zaqueo, conforme al parecer de sus contemporáneos, estaría muy cerca de nuestros modernos defraudadores y políticos. En pocas, poquísimas palabras, San Lucas nos da a entender toda una experiencia de vida. Ya sabemos que los publicanos o recaudadores de impuestos, no eran bien vistos en Israel. Vivían a expensas de los impuestos de un pueblo que sufría la opresión. Se ponían del lado de la poderosa Roma y sacaban provecho pues no sólo cobraban los impuestos sino también medraban con ellos. Así Zaqueo, se había hecho rico aprovechando su cargo. Podría ufanarse de haber amasado una fortuna con el sudor de su frente, con su esfuerzo y privaciones, pero se olvidaría que esa riqueza lleva el sudor y la sangre del pueblo sencillo, dominado y juzgado por un pueblo invasor. Cuando el dinero invade el corazón, no nos permite mirar el corazón de los demás.
No es situación ajena a nuestra realidad. Hay grandes fortunas amasadas con engaños, con injusticias o con narcotráfico. Sus propietarios se sienten orgullosos de haberlas acumulado, pero toda riqueza lleva el sudor y el dolor de los pobres. Los grandes capitales se van formando poco a poco, quitando a quien menos tiene, están sustentados en salarios pobrísimos, en comercialización injusta y monopólica, en prepotentes alianzas y truculentos negocios. Muchas riquezas se han logrado aprovechando los cargos y servicios que deberían dar vida al pueblo. La corrupción ha invadido todos los espacios. Las grandes empresas transnacionales, los cargos públicos y administrativos, se aprovechan para “honradamente”, gastar y acumular lo que es de la comunidad. Estamos viviendo en una feroz lucha comercial que permite la explotación de los recursos y de las personas por una globalización que favorece a unos cuantos. Por eso nos previene el Papa Francisco: “Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades… Una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos… Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites”.
Así es Zaqueo. Podemos imaginarlo envidiado y aborrecido por gran parte del pueblo. Por eso es admirable, pues en un determinado momento de su vida está dispuesto a encontrarse con Jesús. Trepa a un árbol. Al que no le interesaban las críticas y las burlas por su acumulación de dinero, tampoco le importó el que pudieran mofarse de esta determinación con tal de ver a Jesús. Se expone a nuevos riesgos.
Y así se encuentra con Jesús que le pide hospedarse en su casa. Nuevamente Jesús proponiendo una dinámica distinta a los roles de las costumbres judías. No solamente no condena, sino que propone un encuentro, un encuentro personal a quien parece que tan sólo quería mirarlo por curiosidad, un encuentro cara a cara para quien no quería mirar la cara al pobre y prefería su negocio y su ganancia. Jesús entra en una casa y en un corazón que solamente era juzgado, criticado, pero al que no se le había hecho una propuesta de vida. Las reacciones de los que miran no se hacen esperar. Es sintomático que Lucas diga que “todos” se pusieron a murmurar, la aversión hacia los recaudadores de impuestos era compartida por todos. El condenar y juzgar es tarea que se asume con facilidad. Pero Cristo no condena, propone liberación y vida plena.
¿Qué dijo Jesús a Zaqueo? ¿Qué hizo que cambiara el corazón de aquel hombre? El evangelio no lo dice, pero podemos imaginar que no fueron reclamos ni condenas, sino propuestas y aceptación. No sabemos lo que dijo o hizo Jesús, pero sí sabemos lo que este encuentro provoca en el corazón de Zaqueo que lo hace exclamar: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Esto provoca todo encuentro con Jesús: cambia el corazón, compromete y hace mirar de un modo distinto a los hermanos. Al encontrarse con Jesús también se encuentra con los hermanos. No se puede dejar entrar a Jesús en el corazón si le cerramos la puerta a los hermanos. No se puede ser verdadero cristiano cuando damos la espalda al necesitado y preferimos nuestro bienestar a la verdad y a la justicia.
A Zaqueo debemos preguntarle cuáles son las etapas de su camino desde la curiosidad hacia la conversión y hasta el compromiso social. Y nosotros nos debemos cuestionar qué estamos dispuestos a hacer para encontrarnos con Jesús. ¿A qué nos compromete el encuentro con Jesús? ¿Cómo relacionamos nuestra fe en Él con la solidaridad con los hermanos y la lucha por un mundo más justo? ¿Hemos defraudado a alguien: a la familia, a la comunidad, a nosotros mismos? ¿Cómo vamos a restituir? También nosotros coloquémonos frente a Jesús que en su benevolencia mira con amor a una persona socialmente despreciada y que con signos, más que de amistad humana, ofrece la salvación. ¿Cómo me mira Jesús?
Señor Jesús, que miras el corazón de cada uno de los hombres, que lo llenas con tu amor y tu ternura, abre nuestro corazón a tu Palabra, para que encontrándote a ti podamos encontrar también a los hermanos. Amén